Por Paula Pico Estrada

Durante la última semana de junio, fui parte de un viaje organizado por el Instituto de Relaciones Exteriores y financiado por el Ministerio de Relaciones Exteriores de Alemania. Fuimos 15 invitados internacionales, todos reunidos en torno a la figura de Martín Lutero, padre de la Reforma. El 31 de octubre de 2017 se cumplieron 500 años del inicio simbólico de ese movimiento y 10 del inicio del festejo en Alemania del jubileo con el propósito de difundir los efectos que la Reforma tuvo en la cultura, tanto inmediatos como a largo plazo: la difusión de la lengua, la alfabetización, la educación superior, la tolerancia y el diálogo interreligioso.

El viaje del que formé parte se desarrolló en ese clima de diálogo y de interés por la educación. Además de los encuentros con funcionarios, religiosos, académicos y empresarios, visitamos algunos lugares clave de la Reforma: Erfurt, donde está ubicado el monasterio agustiniano al que Lutero ingresó a los 21 años; Eisenach, donde vivió y estudió como adolescente; Wartburg, el castillo en donde tradujo el Nuevo Testamento al alemán; y Wittenberg, donde fue predicador y se pronunció contra la venta de indulgencias por parte de la Iglesia católica iniciando así la Reforma.

Es grande mi agradecimiento a la doctora Odile Triebel, responsable por el viaje, y a Sebastián Blottner, quien también nos acompañó.

La invitación impulsó muchos aspectos de mi trabajo y, desde que volví, estoy dedicada a él a tiempo completo: una traducción de La libertad cristiana de Martín Lutero; la preparación de un seminario sobre la polémica entre Lutero y Erasmo, que será dictado el año que viene en la Escuela de Humanidades; y la dirección de un proyecto de investigación sobre la recepción del concepto agustiniano de “libertad” en los pensadores de la Reforma.

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