Por Damasia Patiño Mayer | Fotos: Pablo Carrera Oser

El dúo conformado por Ulrike Mayer-Spohn y Javier Hagen presentó Genealogías, una obra especialmente encargada para la fecha. La nave del edificio del Centro de las Artes de la UNSAM fue preparada para la ocasión con sillas orientadas hacia su balcón interno, desde donde Mayer-Spohn recibió al público con una interpretación en flauta dulce.

Una vez instalados, los espectadores fijaron su atención en Hagen, quien, colgado de una de las escaleras de la antigua subestación eléctrica, exclamaba vehementemente en un idioma desconocido mientras arrojaba bollos de papel que una tercera intérprete, muda, barría del piso.

Así comenzó una obra extremadamente rica, tanto por su calidad artística como por su densidad simbólica. Como toda ópera, combinó elementos musicales con actuación, pero evitó la narrativa tradicional que suele encontrarse en obras como Carmen o El barbero de Sevilla. A su modo, Genealogías conformó una trama abstracta, compuesta por elementos absurdos —cercanos, por momentos, a los universos de Franz Kafka o Samuel Beckett—.

“Tengo la impresión de que no vamos a ninguna parte”, recitaba Hagen al ritmo de un metrónomo. La frase dividió la opinión del público: mientras que algunos abandonaron el edificio antes de finalizada la función, otros permanecieron hasta el final para ovacionarla de pie.

La ópera fue dirigida por Marcelo Delgado y contó con obras de John Cage, Georges Aperghis, Marcel Duchamp, Mauricio Kagel, Luciano Berio, Dieter Schnebel y Kurt Schwitters.