#DecanosUNSAM, Instituto de Investigaciones Biotecnológicas, Notas de tapa
A 20 años de la creación del Instituto de Investigaciones Biotecnológicas de la UNSAM, el decano Alberto Carlos Frasch habla sobre los orígenes del Instituto que dirige, cuenta cómo fue su fusión con el INTECH y traza un panorama de los desafíos futuros. Su gran objetivo: elaborar una vacuna contra el Chagas.
Por Nadia Luna, TSS | Foto: Pablo Carrera Oser
Alberto Carlos Frasch no duda cuando se le pregunta por su objetivo profesional: encontrar la vacuna contra el Chagas. De hecho, él es uno de los mayores especialistas de la Argentina en genética molecular del Trypanosoma cruzi, el parásito causante de esa enfermedad. Pero la historia de su vida profesional comenzó por los dientes.
Frasch estudió odontología por herencia familiar. “Los primeros años venía bien porque tenía materias básicas como anatomía e histología. El problema es que llegué a tercer año y tuve que empezar a lidiar con los dientes. Y a mí los dientes no me gustaban nada”, reconoce.
Finalmente, terminó la carrera en la Universidad de Buenos Aires y recibió la Medalla de Oro, aunque ya había decidido que lo suyo tenía más que ver con la bioquímica y comenzó a trabajar con profesores e investigadores de esa disciplina. Primero, provenientes del área de odontología y, posteriormente, de medicina. De hecho, empezó esta segunda carrera, pero solo llegó hasta tercer año. “Me di cuenta de que no podía seguir estudiando porque ya estaba demasiado involucrado en investigación. Fue una lucha muy difícil porque no tenía ningún tipo de formación para hacer eso y ya era grande. Pero tuve la suerte de conocer al doctor Juan José Cazzulo, que me enseñó muchísimo”, cuenta. El bioquímico Cazzulo, además, lo ayudó a irse a Holanda para hacer un posdoctorado en genética molecular en la Universidad de Ámsterdam. “¡Pero usted no sabe nada para hacer esto!”, le dijeron allá y lo mandaron a hacer un curso intensivo de 45 días antes de empezar la especialización.
“Tuve la suerte de que me fue muy bien. Después de dos años volví a la Argentina porque siempre me gustó vivir acá pese a las dificultades que a veces tenemos para investigar. En 1980 no había ninguna persona en el país que supiese de lo que en ese momento se llamaba ingeniería genética. Por eso, cuando volví del exterior, mi equipaje de mano estaba repleto de productos, enzimas y pipetas que me había regalado mi jefe porque sabía que acá no iba a conseguir lo que necesitaba para trabajar .Y fue como empezar desde cero otra vez”, recuerda Frasch. Nuevamente, acudió a Cazzulo, que trabajaba en la Fundación Campomar, que sería rebautizada como Fundación Instituto Leloir en honor de su director, el premio nobel Luis Federico Leloir. “Logré una entrevista con Leloir y me aceptó porque venía con buenos antecedentes de Ámsterdam”, resalta. Allí conoció también a Rodolfo Ugalde, un destacado químico que, años más tarde, impulsó la creación del Instituto de Investigaciones Biotecnológicas – Instituto Tecnológico Chascomús (IIB-INTECH), perteneciente a la UNSAM y al Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), que hoy lleva su nombre.
Frasch es decano del IIB-INTECH desde sus comienzos y nunca dejó de investigar. Dirigió más de 20 tesis doctorales y obtuvo varios reconocimientos, entre ellos, el Premio Konex 2013 en Ciencia y Tecnología y el Premio Houssay a la Trayectoria 2015. Además, es miembro de la Academia Nacional de Ciencias de los EE.UU.
El IIB fue creado en 1996. ¿Cómo fueron esos primeros años?
Funcionó durante 12 años en unos galpones del Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI). Primero conseguimos uno y después incorporamos otro. Ugalde, Cazzulo y yo nos mudamos ahí con nuestros grupos de investigación. Logramos armar un laboratorio y seguir investigando con el mismo potencial que teníamos en la Fundación Campomar, que era un instituto de primer nivel, como es el IIB-INTECH actualmente.
¿Qué desafíos se plantearon?
A nosotros siempre nos pareció que una de las deficiencias dela Argentina era la falta de lugares adecuados para hacer investigación. Entonces, si bien estábamos cómodos y muy tranquilos en la Fundación Campomar, pensamos que era el momento de tratar de crear algo nuevo, que diese muchas más posibilidades que tener 20 personas trabajando con nosotros. Nuestra finalidad era crear una nueva unidad de investigación que diera posibilidades de estudio y de trabajo a gente joven, y cuya base fuera siempre la calidad científica. Nuestra meta siempre fue hacer investigación del mejor nivel internacional en cada una de las áreas disciplinares que tenemos. No conforme con eso, a los tres años de empezar con el IIB, Ugalde decidió la fusión con el INTECH desde el punto de vista administrativo. El INTECH era un instituto que había sido creado por él, pero que nunca se había puesto en funcionamiento de forma total. Así que hicimos una sola unidad con dos sedes, que dependiera tanto de la UNSAM como del CONICET.
¿Cómo fue creciendo el Instituto?
Al principio, éramos 25 personas como mucho. Posteriormente, empezamos a incorporar nuevos grupos de trabajo. Cuando nos mudamos a esta sede dentro de la UNSAM, hace unos años, éramos más de 100. Hoy, sumando las dos sedes, debemos ser unas 500 personas, entre investigadores, becarios, administrativos y el resto del personal. El corazón del instituto es la investigación, pero rodeada de otras actividades como la docencia, la administración, el manejo de subsidios, el área de compras, mantenimiento, que para mí son igual de importantes porque permiten que el investigador no tenga que ocuparse de todo y pueda enfocarse en su trabajo. También tenemos un área de transferencia, que busca apoyar a los investigadores que quieran desarrollar un producto o servicio.
¿Qué carreras y especialidades brinda?
Tenemos la Licenciatura en Biotecnología, la Maestría en Microbiología Molecular y el Doctorado en Biología Molecular y Biotecnología. Por otro lado, lo del INTECH es interesante porque era un instituto exclusivamente de investigación, con la idea de desarrollar tecnología esencialmente para el campo, porque está al lado de la laguna de Chascomús. Hace poco inauguramos allí un centro de genética animal. Pero, al principio, igual que en el IIB, había apenas 20 personas, así que empezamos a incorporar personal. Mucha gente se quiso ir a vivir a Chascomús y conseguimos muy buenos investigadores de todo el país. Hoy se dicta una Tecnicatura en Laboratorio y dos carreras de grado únicas en el país: Ingeniería en Agrobiotecnología e Ingeniería en Acuicultura.
¿Cómo vinculan la investigación que ustedes realizan con la parte productiva? Porque a veces parece que, si bien hay muy buenos desarrollos científicos en el país, hay una brecha entre ambas áreas difícil de cruzar.
Ese es un problema en todo el mundo, en mayor o menor medida. Siempre fue nuestra preocupación tratar de cerrar esa brecha. Ahora tenemos varias personas que trabajan en la vinculación con el medio empresarial de la zona y del país. Por un lado, para desarrollar lo que se investiga dentro del instituto y, si la persona está interesada, tratamos de ponerla en contacto con empresas que puedan adoptar ese producto. Tenemos una incubadora con pequeñas start-ups y algunos casos bastante exitosos. Por otro lado, exploramos cuáles son las necesidades de las empresas que están relacionadas con lo que sabemos hacer.
¿Qué tipo de avances han impactado de manera más notoria en su campo de investigación?
La investigación cambió totalmente. Para mí, hubo dos grandes temas en la investigación biológica que cambiaron la historia. Uno fue la posibilidad de manipular genes para mejorar plantas y animales, producir vacunas y desarrollar metodologías de diagnóstico. Antes, para obtener una bacteria que pudiese hacer lo que necesitábamos, llevaba meses o años. Hoy en día, se le agregan uno o dos genes y se le hace hacer lo que uno quiere. Un ejemplo es lo que hizo nuestro investigador Adrián Mutto al introducir genes en un embrión bovino para que produzca una leche materna más parecida la humana (que derivó en el nacimiento de la famosa vaca Rosita). Y la otra gran revolución es la de César Milstein: los anticuerpos monoclonales y la posibilidad de producir anticuerpos que ataquen una célula tumoral sin destruir el resto.
Los largos tiempos que suele demandar la importación de insumos, entre otras cosas necesarias para la investigación, ¿representan un problema grave para ustedes?
Nuestro país fluctúa constantemente en cuanto a las dificultades que genera para los investigadores. En los últimos años, fue muy difícil importar productos del exterior y esa es una gran desventaja porque la velocidad con que uno obtiene los productos hace mucha diferencia en cuanto a la obtención de resultados. Si tardo seis meses en conseguir algo trabajando en la Argentina y dos días trabajando en Estados Unidos, la diferencia es enorme. Además, necesitamos del intercambio con otros países porque no todos fabricamos lo mismo.
¿Qué avances han obtenido en sus investigaciones sobre la enfermedad de Chagas?
Hicimos varias contribuciones que considero razonablemente importantes. Aprendimos sobre el mecanismo molecular por el cual el Trypanosoma afecta a las células. A partir de ahí, encontramos las moléculas esenciales, los genes; hicimos la estructura de la proteína; y desarrollamos una serie de actividades que nos permitieron llegar a un sistema de diagnóstico certero, que es el primer y único kit que existe, a partir de lo que se llama proteínas recombinantes.También identificamos una proteína que es una de las grandes candidatas para hacer una vacuna.
¿Por qué es tan difícil llegar a la obtención de una vacuna contra el Chagas?
Hay varias dificultades. La principal es la biológica. El Trypanosoma cruzi está formado por una sola célula, pero relativamente parecida a las nuestras. Es un microorganismo que, a pesar de ser unicelular, es muy complejo. No es como un virus, que es un organismo simple, aunque con mecanismos de reproducciónmuy complicados. Por otro lado, también es cierto que no hay mucho interés en los países del norte, que son los que tienen las grandes tecnologías, en desarrollar una vacuna. Pero esto es una verdad parcial, porque, por ejemplo, nosotros secuenciamos el genoma completo del Trypanosoma en una colaboración norte-sur.
A 20 años de la creación del Instituto, ¿cuál es su balance?
Obviamente, uno nunca está conforme. Pero cuando miro para atrás mi orgullo es haber desarrollado toda una línea de investigación, un tema de trabajo que dio origen a muchos otros grupos de investigadores. Yo siempre digo que el mejor producto de un investigador son los recursos humanos que forma, porque significa que el trabajo de toda una vida va a continuar. Salvo que uno haya sido tan brillante en su carrera como para cambiar el mundo, como Milstein. Otro gran orgullo es dejar este instituto, que pasó de ser un grupito de investigación a tener estas dos instituciones. Y, por supuesto, habernos integrado a la Universidad fue fundamental. El instituto existe gracias a la UNSAM, que nos dio el espacio y que es un lugar maravilloso para trabajar.
¿Cuáles son sus desafíos personales?
Actualmente,son dos los principales. Uno es la vacuna contra el Chagas. Eso lo estamos haciendo con otros grupos de investigación y con una empresa. El otro es algo que me empezó a interesar en los últimos años y que tiene que ver con estudiar lo que cambia en el cerebro durante el estrés crónico, y ver si se puede generar algún sistema bioquímico para diagnosticarlo en una persona.