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“Acá hay una mística que hace crecer al sector nuclear”

Ana María Monti es la decana del Instituto Sabato. En esta entrevista, cuenta cómo se forjó su relación con la física nuclear y por qué la impronta de Jorge Sabato sigue viva en la formación de los especialistas.

Por Matías Alonso – Agencia TSS

El Instituto Sabato nació en 1993 a partir de un convenio entre la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM) y la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA). Funciona en el Centro Atómico Constituyentes (CAC) y lleva su nombre por Jorge Sabato, tecnólogo y autodidacta del campo metalúrgico nacional que fue director del Área de Metalurgia en la CNEA y presidente de SEGBA, entre otras funciones que desempeñó en el sector público, y que participó activamente en el desarrollo de la industria nuclear en la Argentina. Ana María Monti es la decana del Instituto Sabato y cuenta en esta entrevista cómo se forjó su relación con la física nuclear—se graduó en la UBA en 1974, año en que también ingresó en la CNEA, y se doctoró en la Universidad Nacional de La Plata en 1982—y por qué la mística de Sabato sigue presente en el instituto que lleva su nombre.

¿Por qué estudió ciencias físicas?

Aunque parezca raro, el amor por la física nació de una colección que existía cuando yo era chica que se llamaba El Tesoro de la Juventud. Eran 20 tomos muy bien encuadernados que mis padres me habían regalado. Allí había información para gente joven y chicos, como era yo en esa época, sobre diferentes ramas del conocimiento. Me acuerdo que leí un artículo sobre el átomo y me maravilló, me pareció algo fascinante y me marcó. De ahí fui a estudiar física sin ningún tipo de dudas.

Enseguida empezó a trabajar en la CNEA, a mediados de los 70. ¿Cómo se trabajaba en esa época?

Yo estaba estudiando en la UBA, era el año 1973. Tenía que hacer mi trabajo final para licenciarme y tenía compañeros de estudio que trabajaban en la CNEA y me comentaron que había un investigador que estaba buscando un alumno. Vine a hablar, me gustó el tema y empecé. Ya había terminado todas las materias y solo tenía que hacer ese trabajo. Cuando estaba terminando de hacer mis mediciones, el microscopio electrónico que estaba usando, de la Fundación Campomar —hoy Fundación Instituto Leloir— se rompió. Sin eso no podía terminar mi tesina. Para repararlo se requería un componente que había que traer de Japón, y tenía una demora de, por lo menos, seis meses. Entonces me enteré que se llamaba a concurso para becas de la CNEA para el último Curso Panamericano de Metalurgia que había organizado Sabato. Me aceptaron, y en marzo arranqué. El microscopio estuvo operativo recién en septiembre de ese año. Tomé las fotografías que tenía que tomar y me acuerdo que di el último examen del curso de metalurgia supongamos que un viernes y el lunes siguiente defendí la tesina, todo junto. Posteriormente, me anunciaron que, como había sido muy buena alumna, me ofrecían un contrato para ingresar a trabajar en la CNEA. Ese contrato duró seis meses e inmediatamente me pasaron a planta permanente. Desde entonces, acá estoy.

¿Qué era el Curso Panamericano de Metalurgia?

Alrededor del año 1958, Estados Unidos decidió que iba a vender reactores nucleares experimentales, que son reactores chicos que se utilizan para diferentes objetivos, como, por ejemplo, hacer pruebas de materiales y experimentos de física. Los interesados éramos la Argentina y Brasil. En ese entonces, se tomó la decisión de construir un reactor en la Argentina en lugar de comprarlo. Ahí empezó la carrera con Brasil, porque había que hacerlo operativo, y el reactor necesita combustibles para funcionar. Entonces intervino todo el equipo de metalurgia de Sabato, que tomó el desafío de hacer esos combustibles. Pero, para eso, tenían que saber hacer metalurgia nuclear.

Y sin ingenieros nucleares…

Claro, porque la carrera de Ingeniería Nuclear empezó tiempo después en el Instituto Balseiro. Pero ahí lo que hacía falta era gente que supiera de metales. Cuando a Sabato lo llamaron desde la CNEA, en diciembre de 1954, la resolución fue en carácter de “a prueba” durante seis meses, ya que era una persona muy joven, tendría 30 años, y era representante de la empresa metalúrgica en la que estaba trabajando. Sabato llegó acá con el objetivo de asesorar en el tema de metalurgia porque no había nada en la CNEA ni en el país, no había formación académica en el área. Por eso lo llamaron a él, que era un autodidacta y una persona muy especial, y convocó a un grupo de jóvenes entre los que había ingenieros químicos, civiles y hasta aeronáuticos. Era un grupo pequeño, pero Sabato también propuso traer a los mejores investigadoresdel mundo. Los sacaron de sus laboratorios y estuvieron acá tres meses para dictar cursos. Así se pasó de no saber nada a poder aprender muy rápido y hacerlo. De ahí en más, recibieron mucho apoyo porque demostraron que tenían la capacidad de hacer. Acá hay una mística que dejó Sabato y que hace crecer a este sector. No tendremos el equipamiento que tienen los países más desarrollados, pero las cosas se pueden hacer. Eso es lo que aprendimos los que llegamos después y ahora lo transmitimos a nuestros alumnos.

En 1993, el plan nuclear no tenía mucho impulso, pero ese año se fundó el Instituto Sabato. ¿Cómo se gestó?

El Curso Panamericano de Metalurgia era una de las principales propuestas de Sabato, que convenció a la Organización de Estados Americanos (OEA), al Organismo Internacional de Energía Atómica (IAEA, por sus siglas en inglés) y a un montón de instituciones sobre la necesidad de formar gente en estos temas en la Argentina y en América Latin, para sumar conocimientos, poder intercambiarlos y potenciar el desarrollo. Eso queríamos replicar con el Instituto Sabato. Para eso se conjugaron varias cosas. El CAC tenía los conocimientos y quería vincularse con una universidad para potenciar ese curso, porque la formación intensiva supera a muchísimas maestrías que se dan en general. Un año antes, se había creado la UNSAM muy cerca del CAC, así que era un matrimonio perfecto. Había voluntad y se dieron los acuerdos muy rápidamente. La primera carrera que surgió fue laMaestría en Ciencia y Tecnología de Materiales. Estaba formada por el Curso Panamericano de Metalurgia, al que se le agregaron materias sobre otros tipos de materiales, un año más, una tesis de maestría y la materia Filosofía de la Ciencia, de la cual el actual rector de la UNSAM, Carlos Ruta, fue docente. Es positivo que estén ese tipo de materias porque hay que tener una visión amplia de la ciencia y no solamente técnica. También se incorporó una materia de economía para tecnólogos, que es muy importante.

¿Qué carreras hubo durante los 90 y cuáles surgieron después?

La Maestría en Ciencia y Tecnología de Materiales se creó en 1994. En 1996, se creó la carrera de grado —Ingeniería en Materiales— y fue un paso enorme para nosotros, porque no estábamos acostumbrados a estudiantes jóvenes. Todos los alumnos que teníamos hasta entonces eran profesionales, ingenieros o licenciados en física o química. Nosotros seguimos el modelo del Instituto Balseiro, que es el otro instituto de la CNEA. Acá se recibe a los alumnos cuando ya han transitado dos años de ingeniería en otra universidad, porque el tiempo es escaso. Entonces, apuntamos a quien ya definió su vocación y viene a estudiar.

Es decir, hay que hacer dos años de ingeniería en alguna universidad…

Si, puede ser ingeniería, física o química. También hemos recibido biotecnólogos que decidieron venir a estudiar acá. Seleccionamos a los estudiantes, se les otorga una beca y se dedican exclusivamente al estudio. Se les exige mucho, pero tenemos una deserción de menos del 10 %. No hace falta que el que sea admitido sea un genio, alcanza con que tenga voluntad para estudiar y, a los cuatro años, se va con el diploma bajo el brazo. Además, tienen mucha ayuda durante todo el año para que se dediquen a estudiar. En 1997 se creó el Doctorado en Ciencia y Tecnología Mención Materiales. Al año siguiente, el Doctorado en Ciencia y Tecnología Mención Física. Y, en 2004, se creó la Especialización en Ensayos No Destructivos. La última incorporación fue el año pasado, con el Doctorado en Astrofísica, que se lleva adelante en el Instituto de Tecnologías en Detección y Astropartículas (ITEDA). Así, ahora tenemos cinco carreras de posgrado y una de grado. Además, el año pasado incorporamos una Diplomatura en Materiales para la Industria Nuclear, porque nos dimos cuenta que no estábamos atendiendo correctamente las necesidades de todo el personal técnico que trabaja en la industria nuclear y que requiere una formación.

El desarrollo nuclear suele generar nuevas empresas que se transforman en proveedores para este sector. ¿Cuál es el camino de vinculación tecnológica que sigue el Instituto Sabato?

El mejor ejemplo está en el camino que siguen nuestros egresados. La gente que viene de la física, como yo, está más del lado de la investigación. Por ejemplo, hay graduados que están trabajando en la construcción de un acelerador para tratamiento de cáncer. Los que han hecho sus doctorados en el campo de energía solar, han tenido mucho que ver con los paneles solares que han ido a nuestros satélites. También tenemos egresados trabajando en INVAP, en Techint —que últimamente están más complicados por la baja del precio del petróleo—, en Aluar, en YPF y en Acerbrag. También hubo un egresado que fue a trabajar a Escorial, la fábrica de cocinas que está frente al campus de la UNSAM. Él hizo una experiencia muy buena allí porque puso en funcionamiento equipamiento que la empresa había comprado y que no había podido activar. También ayudó a mejorar procedimientos y nos contó en una charla que seguramente él no tenía el perfil que ellos buscaban, pero les solucionó muchas cosas por la preparación que logró con nosotros.

¿Cómo funciona el sistema de becas?

Hay becas de la Organización de los Estados Americanos (OEA) para estudiantes de otros países que quieran venir a hacer una maestría. Las becas para ingeniería las dan la CNEA, Aluar y la Fundación Hermanos Agustín y Enrique Rocca. Hasta ahora, han dado todas las que hemos pedido, no hubo un límite. Suele haber unos 15 alumnos por profesor, así que es un seguimiento muy personalizado. No podemos tener muchos más porque los laboratorios que se usan son los del CAC y se comparten con los investigadores, por lo que no podría haber 50 alumnos. Para la maestría, todas las becas son financiadas por la CNEA. Y, para los doctorados, la mayoría son del CONICET, de la Agencia o de universidades, porque tenemos alumnos de diferentes universidades, que hacen el trabajo de tesis en sus universidades de origen, pero que cursan con nosotros.

Nota actualizada el 15 de marzo de 2016

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