El director de la Maestría y el Doctorado en Historia del IDAES recuerda la figura del historiador y analiza la importancia fundamental de su pensamiento en la Argentina contemporánea.
Por Juan Suriano
El 14 de noviembre falleció en Berkeley Tulio Halperin Donghi y no puedo evitar caer en el lugar común de decir que ha muerto el mejor historiador argentino de las últimas décadas. Halperin supo leer como nadie la historia argentina, sin maniqueísmos y con una aguda capacidad de interpretación de un pasado siempre sometido a revisión y disputado desde el presente. Es cierto que él tampoco evitó los apasionamientos y la crítica política a la hora de analizar el peronismo y el revisionismo histórico.
Fue autor de obras que se constituyeron en puntos de referencia insoslayable para la historia política del siglo XIX: a través de Revolución y guerra, Los mundos de José Hernández, Una nación para el desierto argentino e Historia Contemporánea de América Latina nos enseñó a tener un mirada global de los procesos revolucionarios y de la formación de las diversas naciones.
Ya era un importante miembro del campo historiográfico argentino que había ocupado diferentes cargos académicos en la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires y en la Universidad Nacional de Rosario cuando en 1966 abandonó el país para trasladarse a Oxford y luego, en 1972, a Berkeley para dictar clases en la Universidad de California. Allí se dedicó a la enseñanza de América Latina y a la formación de numerosos historiadores hasta su jubilación.
La distancia no fue un obstáculo que minara su interés por el pasado argentino ni menos aún por la actualidad política y social del país. Casi todos los años regresaba a Buenos Aires, en donde se multiplicaba dictando cursos en varias universidades, entre ellas la Universidad de San Martín. El posgrado de Historia tuvo el privilegio de tenerlo como profesor y miembro de su Consejo Asesor desde su creación.
En sus estadías en Buenos Aires se movía con verdadero entusiasmo entre el Archivo General de la Nación, el Instituto Ravignani y las sedes de las distintas universidades donde dictaba sus cursos y conferencias. Le encantaba asistir a reuniones sociales invitado por sus colegas como un modo de nutrirse de la actualidad argentina que, a su vez, lo ayudaba a superar la añoranza cuando regresaba a los Estados Unidos.
Fue un historiador con un fino sentido de la ironía y siempre capaz de provocar y generar debates. En este sentido, el mejor ejemplo es su última obra, El enigma de Belgrano, donde construye una interpretación a contrapelo del sentido común historiográfico.
La obra de Tulio Halperin Donghi abarca una enorme variedad de temas y problemas, y es el resultado de una vida dedicada a la investigación. La muerte lo encontró trabajando en la reedición de Revolución y guerra.