Escuela de Economía y Negocios, UNSAM en los Medios
Consultado por la sección Argentina, el coordinador del Centro de Investigación y Medición Económica de la UNSAM analizó el método de uso de reservas para el pago de la deuda y definió las medidas de control cambiario como indispensables para reorientar la utilización de divisas de la
sociedad y la revisión estricta de las importaciones.
“Se nota una importante coordinación técnica entre el Banco Central y la Secretaría de Finanzas, y es positivo el manejo que se da de las reservas para continuar el pago de deuda con recursos propios y otorgarle tranquilidad y solidez al frente externo para manejar el tipo de cambio. (…) Si no se hubiera avanzado en el afianzamiento del nivel de reservas se podría haber avanzado a una situación difícil, la estrategia oficial permitió evitar caer en la toma de nueva deuda para pagar como se hacía en los noventa”.
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De que hablamos si Obsorvamos bien Argentina continua el atrazo
El discurso oficial sostiene que el país ha ingresado en una etapa de industrialización cualitativamente distinta a todo lo conocido, y basa esta afirmación en las cifras del crecimiento en términos absolutos de la producción y de las exportaciones industriales. Sin embargo, cuando se ponen estos datos en el contexto mundial, el argumento se debilita, y mucho. Es que la participación de las exportaciones industriales argentinas en el total de las exportaciones mundiales no ha experimentado ningún aumento significativo: en 2000 era del 0,19% y en 2010 fue el 0,22% (cálculo en base a datos de la Organización Mundial del Comercio). Después de una década de programa industrialista, hubo un aumento de solo tres centésimas porcentuales. Digamos también que entre 2000 y2010 la participación de las exportaciones argentinas en las exportaciones mundiales de alimentos pasaron del 2,7% al 3%.
En cuanto a la diversificación de las exportaciones, en 2011 el 80% del valor de todos los productos exportados estuvo concentrado en 25 partidas (Aiera, Asociación de importadores y exportadores de la República Argentina). Por otra parte, el déficit de la balanza industrial sigue siendo muy significativo. Aclaremos que existen problemas para medir la balanza industrial, ya que la información de las exportaciones está clasificada por rubros (bienes primarios, MOI, MOA, combustibles), mientras que las importaciones se clasifican por uso económico (bienes de capital, vehículos, bienes intermedios, etc.). Según diversos cálculos (por ejemplo, de la UIA), en 2008 el déficit de las MOI osciló entre los 26.000 y 28.000 millones de dólares; en 2010 entre los 30.000 y 32.000 millones.
Además, en los rubros de mayor valor agregado, la economía argentina continúa siendo atrasada. En 2011 sólo el 11% de las exportaciones correspondió a productos de alto valor agregado (Aiera). Pretender achicar esta diferencia prohibiendo importaciones de piezas vitales es, por supuesto, una tontería, que termina afectando a la producción, y también a las exportaciones. Tampoco se superan las deficiencias del atraso tecnológico con pantomimas de desarrollo. Por ejemplo, se ha sostenido que a partir de las políticas de promoción industrial en Tierra del Fuego se ha desarrollado un verdadero polo tecnológico. “Se ha consolidado el despegue de la industria electrónica en Tierra del Fuego, atrayendo inversiones de empresas líderes en el mundo, y generando miles de puestos de trabajo”, decía Débora Giorgi, la ministra de Industria, en marzo de 2011, en ocasión de un viaje realizado a la isla con la presidenta. Pero la realidad es otra. En octubre de 2011 Cadieel, la Cámara que agrupa a los empresarios del sector, informaba que el porcentaje de componentes argentinos en electrónicos ensamblados en el Sur no llega al 5%. Según Cadieel, las divisas que no salen por importación de equipos terminados, se van por importación de piezas. El resultado es que los equipos electrónicos en Argentina son más caros que en países vecinos. Esto no es desarrollo, simplemente inflación de la estadística del producto interno (y para colmo, con costo fiscal elevado). Precisamente, uno de los ejes de un proyecto industrializador debería ser “subir” en la cadena de producción internacionalizada, hacia los segmentos que contienen más valor agregado.
El atraso tecnológico y la debilidad del crecimiento también se evidencia en muchos sectores que empiezan a tener dificultades por la apreciación en términos reales de la moneda. Las ramas más afectadas serían textil, indumentaria, productos de metal, maquinaria, equipamiento eléctrico, equipos de TV y radio, productos de caucho y plástico y autopartes. La competitividad lograda en base a tipo de cambio alto, de los primeros años post-convertibilidad, no es sustentable en el largo plazo. Y el desarrollo tecnológico, y la inversión en investigación y desarrollo, dependen de una confluencia de factores, punto en el que han insistido los neo-schumpeterianos. Pero en un modo de producción en que domina la propiedad privada del capital, el desarrollo de la tecnología está condicionado a las decisiones de inversión de los capitalistas. Y la realidad es que en Argentina la inversión privada en I&D es muy débil. Recientemente, el ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, Lino Barañao, se refirió a esta cuestión en el IV Congreso de AEDA: “la inversión del sector privado en ciencia es menor a la estatal porque el tipo de empresas que tenemos en Argentina no requiere habitualmente una inversión sustantiva en investigación. La competencia está basada en costos y no en innovación” (página web del ministerio). Debería haber agregado que en buena medida la competitividad se busca bajando los costos laborales (de ahí los recurrentes pedidos de devaluar). Como resultado, en 2009 el país gastaba en I&D el 0,59% del PBI; Brasil 1,18% y EEUU 2,89%. Son 46 dólares por habitante; en Canadá 762 y en Brasil 99 (Red de Indicadores de Ciencia y Tecnología, Ricyt; no hay datos más actualizados). Todo esto pone en evidencia que un programa de desarrollo capitalista es algo más que bajar salarios devaluando la moneda (fórmula preferida de economistas al estilo López Murphy, y también de vertientes del pensamiento “nacional y popular”).