Entrevista al filósofo español que acaba de editar las obras completas de María Zambrano, ensayista clave para entender las últimas tendencias del pensamiento en Occidente. Fuertemente abocado a la cuestión ética de la construcción de subjetividad, habla de la relación entre filosofía, poesía, mística y ciencia a través de las voces de Hannah Arendt, Simone Weil, Edith Stein y la propia Zambrano. Su relación con la UNSAM a cinco años del primer encuentro y su paso por el CUSAM.
Por Camila Flynn – Fotos: Pablo Carrera Oser / Equipo de Comunicación UNSAM
No es la primera vez que Jesús Moreno Sanz visita la UNSAM. En un español grave y pulido repasa los temas que concentraron su atención en conferencias de años anteriores y dice: “Para mí fue una sorpresa que hace más de cinco años Carlos Ruta me escribiera para decirme que había leído Palabra dada, una edición mía sobre Louis Massignon, el más grande islamólogo del siglo XX y uno de los más grandes pensadores en general, y me invitara a la UNSAM para dictar un seminario”. La propuesta fue aceptada, con un primer seminario dedicado a este sugestivo pero poco conocido estudioso de la cultura islámica y una clase magistral sobre la obra de María Zambrano. Posteriormente ofreció una conferencia sobre las misiones pedagógicas en la Segunda República de España que él define como un pequeño hito: “Misiones que se hicieron en todo el país en las zonas más pobres y analfabetas, a través de una institución que también tuvo cierta repercusión aquí a finales del siglo XIX, que fue la Institución Libre de Enseñanza, derivada del krausismo. A partir de esta conferencia hicimos un programa para aplicar en cárceles y en barrios deprimidos y desde hace tres años visito el CUSAM, en el marco del programa sobre las misiones pedagógicas. Y la verdad es que me hice muy amigo de muchos presos”.
Además de enseñar, traducir, editar y escribir ensayos fabulosamente extensos, Moreno Sanz se dedicó durante un tiempo a la poesía. Y así escribió cosas como: “Más no me fatiga el deseo de hallarte, ni de saber de ti, ni ando presto en perseguir tus pasos, ni menos aún en retenerlos. Le excede la cortesía del mero existir tuyo, a mi deseo de apresarte.”
Entre sus principales publicaciones figuran: Recorrido de sombras, Memoria de la estación ausente, Región de arena y Rahmaniel. El Libro del Hebrón, (poesía); la traducción y edición crítica de Ciencia de la compasión y de Palabra Dada (ambos del francés Louis Massignon); La razón en la sombra. Antología crítica del pensamiento de María Zambrano y El logos oscuro. Tragedia, Mística y Filosofía en María Zambrano.
En el marco de un amplio cronograma, el miércoles 29 presentará en la Fundación Pasaje 865, ubicada en Humberto Primo 865, CABA, el Volumen III (1945-1991) de las Obras Completas de María Zambrano, que incluye toda su investigación inédita sobre los sueños y el tiempo.
Filósofo, politólogo, sociólogo, historiador y también poeta. ¿Cómo conjuga en su trabajo todas estas vertientes?
Quien me lanza a la escritura es María Zambrano. La conocí a los 29 años, por caradura. Yo dirigía unos cursos de literatura y filosofía en un colegio progresista y la invité para que fuera a dar unas charlas. Hasta ese entonces yo había escrito muy poco. Tuvimos una conversación maravillosa. Digamos que me coordinó un poco el enorme caos escriturario que tenía en ese momento. A partir de allí me dediqué más puramente a la filosofía. María me preguntó si conocía a Nietzsche y a Spinoza, y yo justamente estaba haciendo mi tesis de doctorado sobre Spinoza. A partir de allí hablamos por teléfono todos los días, durante cuatro años. Nos hicimos muy amigos. La traje de vuelta a España en noviembre de 1984.
Este año el seminario central va a estar dedicado a Edith Stein, María Zambrano, Simone Weil y Hannah Arendt. Filósofas, poetas y místicas. ¿Qué elementos en común encontró en sus programas filosóficos?
Yo las llamo “las cuatro locas” en el sentido más positivo de la expresión, dado que están fuera de toda normalidad filosófica, académica y vital. Este seminario lleva el subtítulo “Corazón comprensivo”, imagen que habla de una fusión entre el sentir y el pensar, la poesía y la filosofía. Vale decir que no es que fueran poetas por ser líricas, sino más bien porque lograron recrear en el sentido más noble y más radical de la póiesis, palabra griega que designa un nuevo modo de pensar. Hannah Arendt propugna una singularidad en medio de la pluralidad del espacio público. Y es esta concreción, más allá de cualquier género de abstracción entre comillas “masculino”, lo que ellas proponen. En palabras de Simone Weil, un arraigo al sentir, a la tierra, a lo concreto, a lo singular, a lo femenino. Ninguna de las cuatro fue propiamente feminista. Por otro lado, todas ellas fueron discípulas de grandes pensadores. Ahí hay una relación masculino-femenino que a mí me interesa mucho. Antes de convertirse en monja, Stein fue discípula del gran Husserl, además de compañera de Heidegger. Arendt también fue discípula de Husserl y de Jaspers, y durante un tiempo fue amante de Heidegger. Zambrano fue discípula de Ortega y Gasset y Weil del filósofo francés Alain. Las relaciones que establecen con ellos son sumamente interesantes, dado que a partir de allí concretan sus propios pensamientos, más allá de las abstracciones planteadas por estos grandes pensadores. Es como que los abisman en la concreción de la vida, en un ensanchamiento de la experiencia. Quizá una característica común en las cuatro sea esta gran apertura a lo vital, este “ir hacia las cosas mismas”, que en la fenomenología y en la razón vital de Ortega también se da, pero en forma atemperada. A Simone Weil la admiran profundamente Arendt y Zambrano. A su vez, Arendt también conoce a Stein, y tiene un pasaje muy interesante sobre la actitud de la iglesia para con los judíos en El vicario. Hay una reseña donde cita el enorme valor que tuvo Edith Stein al enviarle una carta, ya siendo monja, al Papa Pío XI para que hiciera una encíclica contra las medidas nazis que ya en 1933 se veían venir contra los judíos. La iglesia lamentablemente no le hizo ningún caso. Simone Weil es entonces un polo de atracción de dos de ellas. María Zambrano la conoció en España durante la Guerra Civil. La más radical de las cuatro, para bien o para mal, es Weil, que entre otras cosas renuncia a su feminidad, como pensamiento y como actitud vital. Renuncia a cualquier definición de la mujer por el exterior, por la seducción. Y en esto es muy radical. Hay que recordar que siendo aún muy joven se deja morir, negándose a comer. Esa especie de ascesis fue el caballo de batalla de toda su vida. Convicción que las une a todas. Yo alabo esa ardua tarea del llamado “feminismo de la diferencia”. Weil se vuelve fea a propósito. Renuncia a la maternidad. En Arendt también se da esta renuncia a elementos prototípicos femeninos que considera machistas. A este nivel quizá las dos más equilibradas fueran Zambrano y Stein. Sin duda alguna, ésta última es la más equilibrada de las cuatro. En fin, una serie de concomitancias hacia un nuevo modo de pensar, que es lo que a mí me interesa resaltar, donde el nacimiento ocupa un lugar clarísimo. Arendt se une a la mística de la mano de San Agustín y considera que con cada hombre hay siempre un nuevo comienzo: todo nacimiento es un nuevo nacimiento. Allí se renueva el mundo. De este pensamiento sobre el nacer y el renacer se ocupan las cuatro. Finalmente, a las cuatro las une el acabar haciendo una filosofía de la mística. Las cuatro son importantes puentes entre ésta última, la filosofía y la poesía. Hanna Arendt obviamente es laica, aunque de un laicismo muy singular. Su último gran libro, La vida del espíritu, es un contrapunto muy interesante respecto de esta fusión relativa que se da en las otras tres frente a las nociones antes mencionadas. Lo que las une a las cuatro es esta calidad de mediadoras.
¿En qué medida cada una de estas mujeres participa de la “vida de espíritu” de la que habla Arendt? ¿Cómo construyen el relato de esa experiencia?
En Arendt esto es un tema fundamental. Todos construimos un relato de nuestra vida en relación con eso que ella llama el “espacio público”. María Zambrano distingue story de history, comprendiendo que el relato no es lo mismo que la historia. En su libro Hombres en tiempos sombríos despliega su teoría sobre cómo construimos relato y dice “no es enteramente infeliz el que es capaz de contarse su propia historia.” La razón narrativa implícita en la construcción del propio relato es la que nos acerca a la razón poética. Es decir, el corazón comprensivo. Esta propuesta de la razón poética es una transmisión al castellano de lo que ya había indagado Nietzsche en el dictum, algo sobre lo que hablará luego Heidegger, y que tiene que ver con el pensamiento poético. Pero poético no en el sentido únicamente lírico, sino también recreador, como decíamos antes. Recreador desde las entrañas, diría Zambrano. Hay una frase de un filósofo presocrático con el cual las cuatro estarían de acuerdo: “Hay que repartir bien el logos por las entrañas.” Allí están ellas. Edith Stein fabrica un pensamiento muy duro, difícil de leer, pero que paulatinamente va llevando hacia la idea de empatía, tema central de su tesis doctoral. Y aquí hay un paralelismo muy grande con Zambrano y con Weil. Todo esto en conjunción y con una inserción plena en los problemas de su tiempo, que son los mismos para las cuatro. Dos de ellas claramente fueron mártires. Stein muere en 1942 en un campo de concentración y Weil en 1943 se deja morir de hambre. Zambrano a su vez tiene que exiliarse de la Guerra Civil Española, yendo a dar a Cuba y Puerto Rico. Hannah Arendt también tiene que exiliarse en EEUU, por judía. El tema de la judeidad está muy presente. En España no hubo persecución de judíos, pero Zambrano era muy heterodoxa y probablemente de raíces mezcladas, posiblemente judeo-islámicas. Y este es otro tema importantísimo en las cuatro: el puente que ellas tienden hacia otras formas de religiosidad y/ o espiritualidad. Y aparece esta cuestión muy frecuente de la excentricidad de las cuatro. Devota de Santa Teresa y de San Juan de la Cruz, Edith Stein se convirtió al carmelitanismo. Su última obra se tituló La ciencia de la cruz, un libro que acababa de escribir cuando se la llevó la Gestapo. Zambrano y Weil también tuvieron un acercamiento muy importante a San Juan. Lo que Edith Stein denomina “ciencia de la cruz” es común a las tres. Que tiene que ver, ni más ni menos, con el aniquilamiento. Y ahí se entiende esa renuncia a la feminidad. Lo que las tres proponen es una vía mística, muy dura, de renunciar a todo personaje en favor de la persona. De algo que yo en el CUSAM traté en más de una ocasión y los presos entendieron perfectamente: todo es violable. El último pensamiento de Weil a este respecto es sobre la desdicha, y la idea de que en el mundo todo es una conjunción de fuerza y de gracia, pudiendo uno hacer muy poco frente a la fuerza. Pero, utilizando una expresión de Zambrano que le llega vía Massignon, hay un eje invulnerable, algo ciertamente inviolable en el ser humano. Weil por otro lado reflexiona sobre cómo se daña el alma con el mal. Pero en todas hay claramente una tendencia hacia lo que Zambrano llama “un saber sobre el alma”, una clara conciencia de la idea de “piedad”, definida por un “saber tratar al otro como un otro”. Este es el sentido que tiene la empatía en Edith Stein, quien en su obra analiza la estructura de la personalidad recurriendo al símil del castillo interior. Esa zona de la masa interior del alma, el interior íntimo meo en palabras de San Agustín, que tiene que ver con Dios y con el tiempo.
Zambrano fue una gran lectora de Massignon…
Ella le escribe una carta a Lezama Lima en 1973 donde dice: “Hoy, leyendo a Louis Massignon, he comprendido que Occidente avanza hacia su suicidio. Louis Massignon es el único maestro que he tenido en los últimos años”. Y si bien ella nunca renuncia al magisterio de Ortega y Gassett, dice sí a la razón vital de Ortega pero no a su razón histórica, que reduce al hombre a un instrumento. Su paso hacia la razón poética estuvo muy acompañado entonces por la lectura de Massignon. Las cuatro fueron grandísimas lectoras de filosofía, pero desde un pensamiento muy propio y tremendamente original. Un pensamiento arraigado en la comprensión afectiva y en el sentir.
En más de una ocasión usted definió el legado de Zambrano como “el mundo de la razón en las sombras”, espoleado por la “pura razón” y por la “pura vida”. ¿Cómo surge la visión de pensadoras como Zambrano en estas condiciones? ¿Qué vendría a ser “la razón en las sombras”?
Es un pensamiento que trata de comprender la tragedia y que surge de esta imagen del suicidio de Occidente de la que hablábamos. Una visión que las cuatro comparten en relación al espanto que se vive entre las dos guerras mundiales. Y este es un punto de anclaje muy radical en cada una de ellas, donde se ve que tienen un pensamiento muy similar. Valdrían para las cuatro las reflexiones de Massignon en torno a lo que él define como la “ciencia de la compasión”, no en un sentido católico cristiano, sino más bien en el sentido de la empatía y la piedad. Esa capacidad de contemplar, desde el propio nacimiento, la singularidad de otro ser humano. La carta de Edith Stein al Papa Pío XI para que la iglesia interviniera contundentemente contra el nazismo es un ejemplo. Aunque la más radical y políticamente implicada siempre fue Weil.
Citando al teólogo medieval Gregorio Palamas, que dijo: “Ninguna palabra puede esperar otra cosa que no sea su propio fracaso”, usted se preguntaba hace tiempo por la posibilidad de liberar a la palabra del lenguaje. ¿Qué diferencia hay entre una y otro? ¿Qué forma asume la palabra cuando el lenguaje desaparece?
El lenguaje es tópico, social. Un lenguaje que hay que estar liberando constantemente. El idioma debe renovarse siempre. Y esta es la función de toda buena escritura, sobre todo de la poesía, cuyo objetivo es buscar el arraigo de las palabras más allá de los tópicos, que ya sabemos reproducen ideas históricas y sociales. Este es el núcleo por el cual yo llamo a estas cuatro pensadoras poetas, más allá de que todas escribieran poesías líricas, y no demasiado buenas. Pero hay un estilo en su prosa que viene cargado de este renacer de la palabra, muy cristiano, pero también islámico. En “el verbo se hizo carne” de las parábolas de San Juan están metidas las cuatro, incluso Hannah Arendt, que era laica. Julia Kristeva recalca mucho este “cristianismo” final de Arendt, que tiene mucho que ver también con lo que veníamos diciendo del relato, la story, cuya trama cuenta la verdad, más allá de lo que el simple lenguaje informa. En su libro La banalidad del mal, Arendt analiza el discurso del teniente nazi Adolf Eichmann que, siendo perfectamente lógico, estaba plagado de tópicos, con palabras que no incidían en absolutamente nada. Comprender con el corazón exige hurgar en el lenguaje, penetrarlo hasta el sentido de “la palabra”. Un trabajo en este sentido muy espiritual.
Pareciera ser que en la aceptación de su fracaso la palabra anticipa una nueva conciencia política, alejada del ideal de progreso. ¿Qué clase de conciencia sería ésta?
Primeramente, y valga la redundancia, la conciencia del fracaso. Antes hablábamos del aniquilamiento. Hay dos términos sufíes que ilustran muy bien el lugar que ocupan Arendt, Zambrano, Weil y Stein en relación a este tema. “Fanâ” y “Bacâ”. El primero es destrucción, aniquilamiento, la noche oscura de San Juan de la Cruz, no sólo de los sentidos sino también del espíritu. Y ahí es donde está el sentido que ellas le dan al fracaso: quiera o no quiera, todo ser humano fracasa. Nos morimos todos. Pero para que ese fracaso pueda ser de alguna manera creador hay que llegar a ese eje invulnerable del que hablaba antes. Ir quitándonos máscaras hasta llegar al yo auténtico, espacio en donde se daría plenamente ese nuevo nacimiento, que es lo que significa “Bacâ”, que en árabe literalmente quiere decir “lo que queda”. Al respecto, el pensamiento más explícito es el de Zambrano, que dice que toda la cultura occidental está recorriendo ese fracaso. Y aquí se hace muy evidente una filosofía de la esperanza que, para el caso también de las otras tres, supone una apuesta muy clara por la democracia. En Persona y democracia, Zambrano define a este sistema de gobierno como “el acorde de las diferencias” con una apuesta muy fuerte por la singularidad plenamente integrada. Su actividad política fue muy intensa hasta el año ‘39, a partir de allí se dedicó a escribir y a malvivir muy pobre en el exilio. Weil y Zambrano son claramente de izquierdas, aunque más radical e incisiva la primera, que termina trabajando como obrera en fábricas y en granjas, con una actividad sindical muy fuerte. En Las causas de la opresión y la libertad Weil le hace una crítica muy contundentea Marx, esgrimiendo que, contra la fuerza, es muy poco lo que puede hacerse. Weil es también la primera en hacer una crítica conjunta al nazismo y al estalinismo. En un informe que envía a Charles de Gaulle, ella concluye que la única salida posible reside en el potenciamiento de unidades sociales pequeñas, ligadas al trabajo de la tierra. Comunidades donde cada individuo esté capacitado para trabajar y pensar, en forma imprescindible. Entendamos que en una sociedad capitalista el obrero se encuentra alienado y abstraído de su verdadera personalidad, en ruptura total con cualquier singularidad. A su vez, antes de convertirse al catolicismo, Stein milita durante algún tiempo en el partido democrático alemán, que era un partido de centro derecha muy moderado. Para esa época hace una gran distinción entre comunidad y sociedad. La sociedad sería puramente contractual y la comunidad un espacio donde la empatía sí es posible. Las cuatro coinciden en este sentido en una crítica a la abstracción social, siempre en riesgo de caer en totalitarismos.
¿Qué lugar ocuparía la ciencia en un contexto comunitario?
Ellas son fenomenólogas: la ciencia es lo que es. El peligro aparece, para las cuatro y muy explícitamente, con el cientificismo. Cuando las ciencias sociales y del espíritu se empeñan en no ser sino ciencia, utilizando métodos científicos que no vienen a cuento. La ciencia tiene su campo, que es el de la demostrabilidad a determinado nivel. Stein denuncia lo que hace, por ejemplo, el nazismo, con sus teorías biologistas y su “comprobación” de la existencia de una raza superior.
El lunes 27 va a estar presentando la clase magistral de Tomás Pollán, dedicada a la relación entre poesía y filosofía según Platón. ¿Qué lectura hace Zambrano de la controversia iniciada en La República y cómo interpreta ella esta relación de acuerdo con su experiencia?
En Filosofía y poesía, ella analiza esta escisión con la idea de revertirla, llevando la disputa hacia el terreno del corazón comprensivo. Lo que no quiere el poeta es abstraer. Está pegado, enamorado del mundo y de todas sus minucias, la hoja que cae, etc. Sabe que todo es perecedero. Pero no quiere renunciar a eso que Hannah Arendt llama amor mundi. En cambio el filósofo abstrae, formula en pura razón. Estas cuatro pensadoras lo que quieren es ampliar la razón. Y ampliar la razón implica hacerse cargo de muchas cosas. “Cómo dar con ideas claras y distintas lo oscuro con lo oscuro”, dice Zambrano con palabras de Descartes. No le voy a poner un foco a la noche, pues ya no la veo como ella misma es.
La cobertura del seminario“Filósofas, poetas y místicas. Concordancias entre Edith Stein, Simone Weil, Hannah Arendt y María Zambrano”, acá: http://noticias.unsam.edu.ar/index.php/2012/08/22/comenzo-el-seminario-de-jesus-moreno-sanz-en-la-unsam/