Instituto de Investigaciones Biotecnológicas, Notas de tapa
El flamante edificio del Instituto de Investigaciones Biotecnológicas de la UNSAM es un centro único en la Argentina. A continuación un recorrido por los laboratorios y la historia de esta institución, que se perfila como una de las referentes de la región y del mundo.
Por Fernando Halperín – Fotos: Pablo Carrera Oser/Equipo de Comunicación UNSAM
El microscopio laser confocal de última generación entrega al científico una visión inédita, y hasta hace poco tiempo imposible, de estructuras internas de una célula en acción. La célula que observa ha sido cultivada a sólo unos pasos, en un ámbito especial, que imita el ambiente de la sangre humana. También cerca, otro grupo pone a punto nanopartículas paramagnéticas para detectar a partir de una gota de sangre, en cinco minutos o menos, si una persona tiene una enfermedad determinada. Eso sin contar el equipo que trabaja más allá, que hace poco anunció un avance biotecnológico inédito a nivel mundial: un animal transgénico al que, a través de un único vector, se le han insertado dos genes humanos al mismo tiempo y ahora da leche con dos proteínas humanas.
Si el lector entiende sobre biotecnología estará pensando en algún centro de investigaciones del Primer Mundo, pero se va a llevar una sorpresa. Si en cambio la biotecnología le resulta tan ajena como las ecuaciones de la Teoría de la Relatividad Especial de Albert Einstein, se va a llevar varias. Si además es habitué de la sede Miguelete de la UNSAM y se ha preguntado, alguna vez, qué hace la gente que trabaja en el interior del edificio vidriado que se encuentra a pasos del Rectorado -ese que tiene un cubo más oscuro en su fachada-, esta nota lo iluminará.
Pero empecemos por el principio, que suele ser una buena idea.
El edificio del que se habla alberga al Instituto de Investigaciones Biotecnológicas “Rodolfo Ugalde”, de la UNSAM, una de las dos sedes del IIB-INTECH. La mudanza es reciente; el Instituto no. Hace apenas dos meses, quienes hoy están ocupando, felices, sus 4000 metros cuadrados cubiertos, desarrollaban sus tareas a unas cuadras de aquí. En el INTI. En unos antiguos galpones comprados como rezagos de la Segunda Guerra Mundial. Porque el predio del INTI, antes de Frondizi, en los años 50, perteneció a los militares. Este dato, que podría ser de color en cualquier otro lado, en la Argentina es habitual. La ciencia se acomoda donde puede. Por eso, la noticia hoy es que esta casa de vidrio y hormigón, en Miguelete, se ha construido especialmente para la ciencia. Y que no hay otra igual en el país.
En apenas una década y media, el IIB-Intech se convirtió en uno de los centros de biotecnología de referencia en América Latina. Un logro a pulmón, que se alcanzó superando obstáculo tras obstáculo, gracias a la visión de sus líderes y el tesón de sus investigadores. Qué puede llegar a pasar con este centro durante el próximo lustro, ahora que, por fin, cuenta con instalaciones y equipamiento que nada tienen que envidiarles a los del Primer Mundo, es una incógnita que produce un entusiasmo vertiginoso.
El biólogo molecular Diego Comerci es uno de los referentes del IIB-Intech. En este viaje será nuestro anfitrión. Antes de ingresar al edificio propone una escala en otro, más pequeño, ubicado a unos pasos. Es el laboratorio de bioseguridad del Instituto. Aquí se almacenan, con enorme cuidado, bacterias y parásitos varios. Algunos son menos riesgosos, como el Trypanozoma cruzi (un protozoo causante del Mal de Chagas). Otros hay que tenerlos más a raya, como la Brucella abortus, la bacteria causante de la brucelosis vacuna. Por eso el laboratorio es “nivel 3 de seguridad”. La UNSAM es la única universidad pública en tener uno equivalente.
Con una clave personal, Comerci abre la puerta, y una gran ráfaga recibe al visitante. “El edificio -aclara- es una gran aspiradora. Adentro hay menos presión que afuera. Con eso se logra que, constantemente, esté aspirando aire que, luego, tras atravesar filtros especiales, se elimina por la azotea. La idea es que ningún microorganismo escape de este lugar al exterior”. La perplejidad para el visitante queda planteada de entrada. No será la única sorpresa de la visita. Las medidas de seguridad del lugar son enormes. Hay reglas estrictas y protocolos para ingresar en el área en donde se almacenan los patógenos. También hay una historia, que bien vale ser contada.
El IIB-Intech fue concebido a partir de un desprendimiento de la Fundación Campomar. Lo de “Intech” es resultado de la fusión con el Instituto Tecnológico de Chascomús. Pioneros de la biotecnología le dieron forma; en especial Rodolfo Ugalde y Carlos Frasch (el actual director). Eran los años 90, y los dos tenían en claro un concepto, entonces polémico: la Argentina, pensaban, necesitaba desarrollo tecnológico. Había que llevar la ciencia a la calle. Quitarle el polvo de la academia. Volcar la ciencia a las necesidades del país. Aplicar biotecnología en el rubro agropecuario, una de las ventajas comparativas de la Argentina. Animales, sanidad animal, reproducción, cultivares. La biotecnología debía enfocarse en eso.
En 1997 se fundó el Instituto. Pero las dudas eran enormes. Recuerda Comerci: “Llegamos a esta universidad, y teníamos miedo. ¿Qué era todo esto? Universidades nuevas del conurbano… ¿Cómo íbamos a doctorarnos? ¿Qué prestigio tendría? Empezamos a trabajar en los galpones del INTI”.
Las dudas de los más jóvenes eran pulverizadas con el entusiasmo y la visión casi profética de Rodolfo Ugalde. “Este instituto no existe. Lo vamos a fundar nosotros -decía-. Y el prestigio que tendrá es el que nosotros podamos darle”. No se equivocaba.
En 2007 se inauguró este laboratorio de bioseguridad en la sede Miguelete de la UNSAM. Pero para los investigadores era, en parte, una molestia. Había que ir y volver constantemente desde y hacia los galpones del INTI, a 15 cuadras. Ugalde, sin embargo, sabía que estaba afianzando una especie de cabeza de playa. Y otra vez no se equivocaba. (Alguien dijo de Ugalde que tenía por lo menos cinco ideas geniales por día.) Al acto inaugural vino la presidenta Cristina Kirchner. Acababa de asumir. Estaba fascinada con lo que veía. Y se produjo el milagro.
-Presidenta-, dijo Ugalde maqueta en mano, -todo está muy bien. Pero este laboratorio sin el gran edificio que queremos construirle al lado no tiene sentido.
-¿Y qué sería ese otro gran edificio?
-Sería la sede del Instituto- dijo Ugalde. -Queremos construirla bajo un concepto nuevo en la Argentina. Una instalación única donde no existan laboratorios separados, sino áreas comunes. Una especie de panóptico; todo el mundo interacciona…
-Muy bien. ¿Cuánto el metro? ¡…Se hace! ¿Y cómo se llamaría?
-Instituto de Investigaciones Biotecnológicas.
-No. Tiene que buscarle un nombre. Póngale un nombre.
Ugalde murió dos años después de la anécdota, en 2009, derrotado por un cáncer fulminante. No llegó a ver su sueño en pie. El Instituto, hoy, se llama “Rodolfo Ugalde”.
En la sede del IIB todo huele a nuevo. Son 4000 metros cuadrados y tres plantas de puro vidrio y hormigón. El vidrio es transparente. No es capricho de arquitecto. Es una cuestión central. Todo lo que se hace en el Instituto tiene que estar a la vista. Si el científico es un tipo acostumbrado a su cubículo cerrado, aislado del resto, acá la urgencia está en la apertura, la integración con el colega. Todos tienen que saber qué hacen todos. Potenciar capacidades. Una mirada integral de la cosa. Ese es el espíritu del lugar.
Comerci cuenta anécdotas risueñas. Investigadores que, mientras avanzaba la construcción del edificio, proyectaban cómo separarse del resto. Planteos. Cortinas, biombos… Todo fue desechado. “A veces pienso que hasta nos fuimos de mambo -confiesa-. En especial cuando recuerdo que, por ejemplo, no nos quedó un lugar para reuniones privadas. Vamos a tener que resolverlo”.
La planta baja, además de la recepción, cuenta con un auditorio, el área administrativa, un par de aulas y laboratorios de enseñanza. En el Instituto se dicta la Licenciatura en Biotecnología, además de maestrías y doctorados varios.
Pero la diversión empieza arriba, una vez sorteada la escalera. Segunda y tercera planta respetan un esquema idéntico: un área húmeda (léase, experimental) con un gran laboratorio central, que se comparte entre los diferentes grupos de investigación, y un área seca, básicamente escritorios con computadoras, para procesar aquello trabajado en el área húmeda. En la periferia, por los cuatro costados, estructuras que requieren de contención especial. Área de conservación de células y seres vivos; laboratorio fotográfico; área de fermentación; salas de microscopios, sala para tesistas, sala de secuenciación de ADN y mil sitios más. Todo nuevo. Todo a estrenar o estrenado hace, apenas, un puñado de días.
Hoy el IIB-Intech sigue tres líneas principales de trabajo. Una es el desarrollo de plataformas biotecnológicas para diagnóstico rápido de enfermedades varias. Otra, clonación y transgénesis de seres vivos de interés comercial. La tercera, la producción aplicada de proteínas recombinantes, útiles para la industria de los lácteos, por citar un ejemplo. Luego las mil líneas de investigación básica. “Pero toda buena ciencia, a la corta o a la larga, tiene que ser aplicable”, sentencia Comerci.
En un sector de uno de los grandes laboratorios, jóvenes investigadores de impecable delantal blanco trabajan en una plataforma para el diagnóstico rápido de enfermedades. En este caso, a través de un subsidio Fonarsec, de la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica, que financia proyectos conjuntos, entre instituciones académicas públicas y empresas privadas. El Estado pone plata y conocimiento, a través de las instituciones académicas. Los privados, una contraparte en billetes. Una vez completado el desarrollo y alcanzada la etapa precomercial, la tecnología es transferida a los privados, que hacen su negocio.
“Este es el Nanopoc”, dice Comerci, orgulloso, y señala un aparatito electrónico del tamaño de una laptop, que en lugar de tener el logo de una empresa japonesa tiene el de la UNSAM. Se ve raro y prometedor. “Lo estamos poniendo a punto para que pueda diagnosticar, en menos de cinco minutos, enfermedades como el Chagas en humanos o la brucelosis en vacunos”, dice. Es un desarrollo único en el mundo, del que participa el INTI, para el cual el Estado invirtió 12 millones de pesos. Otros 10 millones los pone la actividad privada. Un nuevo proyecto permitirá detectar el temible síndrome urémico hemolítico, la enfermedad de las hamburguesas. Además del desarrollo de nuevas plataformas con otras tecnologías y aplicables a un sinnúmero de dolencias, un paso simultáneo tiene que ver con una tecnología conocida como lateral flow. O sea, tiras reactivas como los tests de embarazo, pero para diagnóstico de enfermedades.
En la línea de la clonación y la transgénesis, el IIB-Intech acaba de dar, junto con el INTA, otro paso notable: la inserción de dos genes humanos en el capital genético de una vaca. Salió en todos los diarios, hace un par de meses, aunque la prensa hizo hincapié en un costado menos importante para los investigadores, pero más ganchero para el público: la vaca Rosita, que da leche “maternizada”. Ya se había clonado el primer toro brangus, y a “Zambita”, la primera vaca brangus, a partir de “Zamba”, una campeona fallecida.
En el área “seca” encontramos a la bioquímica Camila Scorticati. Trabaja en la imagen de microscopio de una neurona, verde flúo, rodeada de unas proteínas que aparecen como puntitos rojos. “Esta proteína está disminuida a causa de una depresión”, explica. Otra gente estudia por qué en los diferentes órganos las células se quedan donde se tienen que quedar. ¿Por qué el epitelio del intestino se organiza de esta manera y no de otra, por qué el órgano adquiere esa forma y no una distinta?
Se respira buena onda en el IIB-Intech, y el encuentro con Camila Scorticati genera un chiste de biólogos.
-¿Le mostramos al periodista las neuronas de la sala de cultivo?-, propone Comerci.
-No, no tengo neuronas.
-¿Cómo que no tenés neuronas, Scorticati?
-Soy mujer. Y en italiano, Scorticati significa “sin corteza”.
-Claro… No tenés sistema límbico.
-No. Lo mío es medular.
“La verdad es que recién estamos empezando”, reflexiona Comerci. “Esto tiene que explotar. Tiene que florecer, fuerte. Yo apunto a que, de acá a cinco años, este sea uno de los centros más grandes de desarrollo y de investigación de la región. Y quiero que esté entre los primeros del mundo.”
¿Cuánto hubo de suerte en la prometedora realidad del IIB-Intech? “No sé si hubo tanta suerte”, dice Comerci. “Nosotros somos bichos raros dentro del sistema. Siempre buscamos lo mejor posible, incluso en los momentos más difíciles. Siempre tratamos de corrernos del ‘no se puede’. Hay un apoyo concreto del Estado, indispensable, pero hay algo que nos ganamos, también”.
El recorrido finaliza en una sala en la planta de la azotea, donde también está el bioterio. Hay picada, bullicio y bebidas. Hay festejo, porque un colega acaba de hacer una nueva publicación. Está claro que no es el final sino, más bien, el comienzo de algo grande.
Esperemos que la flamante construcción del IIB sea de mejor calidad que la del “rulo” donde desde hace 2 años cada vez hay mas baldes en los pisos por la cantidad de goteras y el yeso de los techos y paredes se resquebraja dia a dia.