Jeanne Marie Gagnebin: “En la Argentina hay una consciencia política y cultural mucho más fuerte que en Brasil”

La doctora en filosofía suiza y profesora de la Universidad de Sao Paulo participó del “Simposio Internacional Walter Benjamin: Ilustración y secularización”, coorganizado por la Escuela de Humanidades.

Por Luciana Serrano.

Nacida en Lausanne en 1949, Jeanne Marie Gagnebin se doctoró en filosofía de la historia de Walter Benjamin en la Universidad de Heidelberg en 1977 y al año siguiente se estableció en Brasil, donde desde entonces se dedica a la investigación y la docencia: es Profesora Titular de Filosofía en la Pontíficia Universidade Católica de São Paulo y Docente Libre de Teoría Literaria en la Universidade Estadual Campinas. Entre sus publicaciones principales, se cuentan Zur Geschichtsphilosophie Walter Benjamins. Die Unabgeschlossenheit des Sinnes (1979), Walter Benjamin: os Cacos da História (1982), Histoire et Narration chez Walter Benjamin (1994, editado también en portugués y en alemán), Sete Aulas sobre Memória, Linguagem e História (1997) y Lembrar/Escrever/Esquecer (2006)

– ¿Qué fue lo que la acercó por primera vez a la obra de Walter Benjamin?

-Fue después del ’68, con un medievalista de Ginebra, que era marxista y hacía un seminario de teorías de la historia para poder escribir otro libro sobre la Edad Media alemana. El primer texto que leímos fueron las tesis “Sobre el concepto de historia”. Yo tenía veintiún años y eso me marcó profundamente hasta el día de hoy. Estuve muy feliz cuando recibí la invitación para participar del Benjamin Handbuch –el manual de Benjamin editado por Burckhardt Lindner– y escribir precisamente sobre ese texto. Estaba en la cocina, en mi casa en Campinas; recibí la carta y empecé a llorar. Porque es un texto que me ha acompañado toda la vida. Creo que para mí fue un texto decisivo para entender mejor cómo escribir una historia de izquierda sin caer en el determinismo. Fue absolutamente una revelación para muchos de nosotros, porque éramos tan contrarios a los partidos comunistas tradicionales como a los partidos de derecha. Benjamin quizás no lo imaginó, pero fue muy importante para toda mi generación.

– ¿En dónde cree usted que reside la actualidad del pensamiento de Benjamin?

-El concepto de actualidad es difícil, porque puede ser también un concepto raso, que simplemente quiere decir que está de moda. Benjamin tiene dos conceptos para decir “la actualidad”: Aktualität y Vergegenwärtigung. Y  critica el segundo, bien alineado con Nietszche, diciendo que muchas veces es una apropiación del presente, una proyección. Ahora bien, la palabra Aktualität  (y “actualidad” también) contiene la palabra “acto”. Diría que, si Benjamin nos habla mucho hoy,  eso depende en buena medida de cómo uno lo lee. Todos los autores son actuales, si uno sabe leerlos, como dice Benjamin, “a contrapelo” de la tradición dominante. Cuando llegué a Brasil en el 78, Benjamin no era conocido. Sólo hablaban de él algunos poetas y algunos teóricos de la literatura. Era plena dictadura y el estructuralismo estaba de moda. En aquel entonces, Benjamin no era para nada “actual”. Yo escribí varias cosas y, poco a poco, empezó a traducirse. Los intelectuales brasileños vieron que formaba parte de la Escuela de Frankfurt, que era un pensador crítico, pero al mismo tiempo muy diferente de Adorno, sobre el que ya había bastantes trabajos publicados. En términos del arte contemporáneo, creo que Benjamin, hasta hoy, también ayuda más que Adorno. Adorno ayuda a pensar  la industria cultural, sin duda, pero en relación con el arte contemporáneo –las instalaciones, las performances, la experimentación en general- aporta más Benjamin. A ello debemos sumarle la densidad del Tercer Mundo: Benjamin  tiene una visión mucho más abierta al fenómeno de la megalópolis, propio de ciudades como San Pablo o Río de Janeiro, por ejemplo,

-¿Usted se mudó a Brasil a qué edad?

-A los veintiocho años,  luego de concluir mi doctorado en Alemania. Conocí a un brasilero y fui a Brasil con él.

-¿Cree que ese traslado a Latinoamérica modificó o afectó su manera de pensar la historia?

-Sí, por supuesto. Me mudé a Brasil después de mucha resistencia. No quería quedarme en Suiza, pero no tenía ningún romanticismo tercermundista. En Brasil aún estaba la dictadura. Ciertamente esa mudanza fue una mudanza bastante radical. Son dos países totalmente opuestos, y esto me ayudó a pensar la historicidad de la memoria.  Brasil es un país del olvido. Tenemos políticas en relación con los desaparecidos y en relación con los torturadores, pero es un país que aún hoy no logra –a pesar de la Comisión de Verdad–decir claramente quiénes son los torturadores, nombrarlos públicamente, y tenemos –como aquí– muchos desaparecidos. Pero es algo que no se quiere saber. Muchos de mis estudiantes en el doctorado no saben, por ejemplo, que hubo un golpe en el 64.  Eso no está en la memoria histórica. Está muy ocultado por la imagen del Brasil como país del futuro, el Brasil con posibilidades enormes. Y hay  una diferencia con Argentina: la clase media brasilera más culta es muy pequeña en comparación con la población total. Entonces, aunque hoy la Argentina no tenga un sistema universitario como el que tenía antes, hay aquí una visión política mucho más fuerte, una consciencia política y cultural mucho más desarrollada que en Brasil. Las personas muy pobres de Brasil ni saben de la dictadura. Sólo saben de Dilma porque le da una bolsa de familia, un subsidio. La discusión pública es muy pobre, poca gente lee los diarios y la televisión es pésima. El problema de la memoria en Brasil es una cuestión muy importante, que es difícil de pensar, porque las personas no quieren recordar, se rehúsan, quieren sobrevivir en el presente.

-¿Usted cree que los países de América del Sur, pero también América Central y África tienen un ejercicio de memoria distinto por haber pasado el proceso de colonización?

Sí, creo que sí, porque tienen que escapar a la trampa de la victimización y eso es muy difícil. Al mismo tiempo que tienen que recordar la violencia y la colonización, deben sustraerse a esa trampa, que es muy peligrosa, porque impide una reflexión sobre el pasado que sea también una reflexión crítica sobre el presente. La memoria –como se ve en el pensamiento de Benjamin– es un instrumento de crítica del presente. Muchas veces, tanto en los países que son ex colonias como en los países colonizados, se dividen los papeles entre verdugo y víctima. Eso impide que la gente vea el presente. Sólo podemos realmente aprender un poco del pasado en aras del presente, para el futuro también, pero sobre todo para el presente.

-¿Qué piensa de procesos como el de Colombia con las FARC, o en Ruanda con el genocidio, en los que se busca una suerte de contrato para lograr la paz y olvidar?

-Creo que eso es una tregua para poder recomenzar a vivir juntos. Paul Ricoeur tiene una buena definición de eso al estudiar las treguas históricas. Tregua quiere decir que hay un tiempo para rehacer el tejido social mínimamente y disponerse a enfrentar con más calma el pasado. Pero es sólo una pausa para posibilitar una reanudación y relacionar el pasado y el presente.  No conozco suficientemente el caso de Colombia ni el de Rwanda, pero imagino que la gente tiene que distinguir entre tregua y amnistía. Aquí vale la pena tener presente lo que dice Freud- sobre la “perlaboración”, que no es ni olvido ni perdón. El perdón es una cosa más personal y trascendente. Creo que Ricoeur, justamente en la última parte de La memoria, la historia, el olvido, ofrece distinciones claras.

-En su conferencia mostró de qué manera el concepto de historia en Benjamin se opone al de mito. ¿Cuáles diría que son los mitos a los que debe enfrentarse la filosofía en su tarea crítica?

-Creo que hay varios mitos. El primer gran mito –sin el cual el capitalismo no funciona– es la libertad individual. Ésta es una mera libertad de escoger entre diversas mercaderías. También son mitos la competencia y el éxito, que dan lugar a la falta de solidaridad, a la ausencia de justicia. Hay toda una mitología de la felicidad individual que no tiene nada que ver con la verdadera idea de felicidad como generosidad, que es una idea no sólo utópica sino también bíblica. Pienso que  estamos inmersos en esta mitología individual del éxito y de la competencia en todos los órdenes sociales, también en las universidades. La filosofía no ofrece grandes soluciones, no es su misión en el mundo, pero ayuda un poco a tomar distancia de esas mitologías. En mi tarea de enseñanza espero poder transmitir esto a los alumnos.