Dirección de Género y Diversidad Sexual
El caso de Luana, que a sus 6 años obtuvo su DNI de acuerdo a su identidad autopercibida, es un hito en el largo recorrido por la sanción de la Ley de identidad de género. El estreno de “Yo nena, yo princesa” trajo de vuelta la conversación sobre este tema y a partir de allí Leandro Prieto de la DGyDS reflexiona sobre el devenir de las niñeces trans.
Es cierto, las casualidades existen. Pero en algunas circunstancias, una fuerza inexplicable moviliza energías que encuentran transitando a determinadas personas en un mismo lugar. La semana pasada, Marcos Mutuverría, responsable de comunicación de la recientemente estrenada película Yo nena, yo princesa, me facilitó un enlace para ver el film dirigido por Federico Palazzo que constituiría el disparador para escribir este artículo. Al día siguiente me encontré en un restaurant con Eleonora Wexler, actriz que protagoniza el rol de Gabriela Mansilla, la mamá de la primera niña trans del mundo en recibir su DNI de acuerdo a su identidad autopercibida. Obnubilado por la concatenación de acontecimientos, no pude compartirle lo que para mí no era producto del azar, ni comentarle sobre el artículo que escribiría acerca de las niñeces trans. Sin embargo, su presencia en tan oportuno momento me hizo reflexionar sobre el poder de los encuentros, la visibilidad, las presencias…
Luana tenía dos años cuando comenzó a manifestar su percepción de género femenina. Por aquel entonces, comenzaba una etapa con aristas de las más variadas. En el seno familiar, hubo “amor político y responsable” de parte de Gabriela, tal como ella misma ha declarado en varias oportunidades. Pero también surgieron pronunciados obstáculos en el tránsito por las instituciones del Estado y del personal psicoterapéutico y de salud. Incluso de parte del propio padre de Luana, que se resistía a aceptar toda expresión de género disidente de parte de Manuel, el nombre legal que por aquel entonces tenía su “hijo”. Desde muy temprana edad, Luana exclamaba “yo nena, yo princesa”, y eso le valió contradicciones familiares, resistencias legales y el rechazo de parte del cuerpo médico, psiquiátrico y docente. Desesperada, confundida y, por lo general, sola -aunque contara con el apoyo de su madre, hermana y hermano principalmente-, mamá Gabriela se topó además con falta de información que le proveyera de insumos para el acompañamiento. También le costó dar con personas idóneas que pudieran asesorarla desde un ámbito inclusivo, con perspectiva de género y en un marco de respeto y confidencialidad. Debe tenerse en cuenta que 12 años atrás no existía un marco normativo habilitante para encauzar casos como el de Luana. Todas estas vicisitudes están narradas de manera precisa y sensible en el largometraje de 120 minutos que se estrenó el 28 de octubre de 2021 y fue producido por Grupo Octubre, Arco Libre, Tronera Producciones y la Universidad Nacional de La Matanza.
Afortunadamente, 2013 marcó un giro decisivo en la vida de aquella pequeña y su madre: a los 6 años, Luana obtenía un DNI en concordancia con su identidad y expresión de género. Pero esto no habría sido posible de no existir la Ley de Identidad de Género, N°26.743. Sancionada en 2012, es considerada una ley de vanguardia porque no somete a las personas a instancias judiciales o pericias psiquiátricas para el reconocimiento de la identidad de género. Además, no obliga a adherir a tratamientos hormonales o realizarse una cirugía de reasignación genital para acceder a este derecho. Sin dudas, este avance normativo fue fundamental para la comunidad travesti trans e intersex, el grupo más postergado dentro de la población LGBTIQ+. Su promulgación es, en realidad, el fruto de años de militancia y lucha territorial para efectivizar este derecho.
Pero la ley abrió otros interrogantes ¿Cómo pensar la identidad y/o expresión de género desde la primera etapa vital, la infancia? Porque acaso la ley se construyó como una medida reparatoria y de acceso a derechos que beneficia mayormente a la población adulta. El propio reclamo militante travesti trans abogaba, por obvios motivos de necesidad y urgencia, por terminar con la violencia policial y callejera, con la desatención estatal y la falta de reglamentación de la identidad trans y no binaria que, entre otras cuestiones, dificulta enormemente el acceso al trabajo formal, la vivienda digna y el sistema educativo. Ahora bien, más recientemente comenzó a darse el debate sobre cómo acompañar y atender el proceso de transición de las niñeces autopercibidas con un género que difiere del sexo biológico impuesto al momento de nacer.
Entonces, ¿Qué sucede luego de la Ley de Identidad de Género? Es cierto, ésta y otras leyes han cimentado las bases para avanzar en más derechos y políticas públicas para la población LGBTIQ+. No obstante, existe una resistencia social generalizada a pensar temas de diversidad sexual y de género vinculados a la niñez. El motivo de ello es complejo, pero en parte se vincula a la matriz judeo-cristiana que opera como reguladora en nuestras sociedades. Un sofisticado sistema de control social en el que la niñez es pensada como sinónimo de pureza, en lugar de ser vista como sujetos de derechos. De manera complementaria, esa misma configuración social instauró la idea de que lo diverso en cuanto al sexo y género es anodino, desviado de la norma e incluso perverso. Esta mirada higienista sobre los vínculos socio-afectivos y eróticos escindió al mundo en términos tajantes: 1) por un lado, al mundo adulto del infantil; 2) por otro, al mundo cis heterosexual del mundo travesti trans y LGB. El problema es que se ha metido todo en una misma bolsa. La mirada reaccionaria no parece querer distinguir entre un adulto que abusa de Niños, Niñas y Adolescentes (NNA) de las personas LGBTIQ+ que, por expresar su afecto o género de manera disidente a la norma cis heterosexual, son catalogadas como perversas en muchas oportunidades. Todavía recuerdo cuando Mirtha Legrand le preguntó en su programa al diseñador Roberto Piazza sobre el riesgo de abuso existente en padres homosexuales adoptantes, en pleno debate sobre el matrimonio igualitario.(1)
El modelo binario resultante moldea la vida de las niñeces con el fin de “preservarlas” en el estado de pureza que se les invoca. Por eso, el mundo adulto cis heteropatriarcal coarta toda “rebeldía” hormonal o de expresión de un género y una sexualidad consideradas no deseables en estas niñeces. Y la escuela, además de la vía pública y la familia, nos ha impuesto normas represivas a quienes nos autopercibimos como LGBTIQ+. Sin dudas, la escuela tiene un gran potencial porque es, junto con la familia, la institución formadora en la primera etapa evolutiva. Pero precisamente por la gran responsabilidad que ello implica, esta institución adhirió a marcados preceptos normalizadores, resultando en que las formas de ser y estar en el mundo, a decir de Caballer, se redujeran a dos posibilidades: ser varón o ser mujer. En consecuencia, su capacidad pedagógica se ha visto limitada por conductas heterosexistas y cisexuales que legitimaron el prejuicio y la discriminación, como la imposición del corte del cabello en niños, para evitar que porten un largo que pueda ser interpretado como “propio” de las mujeres. En algunas escuelas con niños o niñas trans se ha optado por llamarles por su apellido como estrategia para no usar el nombre social (el nombre escogido por la persona), tal como consta en registros de la Asociación de Lucha por la Identidad Travesti y Transexual (ALLIT). También hay constancia de niñeces trans ignoradas por el cuerpo docente en el aula.
La normalización binaria de los géneros en la escuela transversaliza también la currícula. Por ejemplo, la asignatura Educación Física históricamente ha optado por la distinción, asignándole a varones y mujeres deportes que, considera, son adecuados para unos y otras: los primeros han jugado por lo general al fútbol, el básquet o el rugby, mientras las niñas debieron especializarse en gimnasia artística, hockey o vóley. Basado en los estereotipos de género, estas destrezas se asocian a preconceptos que existen sobre lo que socialmente se espera de los sexos. Al varón se lo asocia con la fuerza, la valentía y la tolerancia al dolor, mientras la mujer es vista como sensible y frágil. ¡Que alguien me explique por qué el vóley es más “sensible” que el fútbol o el hockey más “frágil” que el básquet!
Afortunadamente, existen buenas prácticas que dan cuenta del cambio de paradigma que algunos establecimientos educativos vienen instaurando. Y es justamente Gabriela Mansilla una de las propulsoras de este cambio. Desde la ONG que preside, denominada Asociación Civil Infancias Libres, aboga por la visibilidad del cuerpo travesti trans en ámbitos escolares. Materializar esta tarea implica determinadas acciones afirmativas que demandan el trabajo articulado entre grupos militantes de base territorial, el Estado y la sociedad civil. Como ejemplo, en julio de este año, las direcciones de Géneros y Diversidad, de Adolescencias y Juventudes y de Salud Perinatal y Niñez del Ministerio de Salud de la Nación lanzaron una guía denominada Recomendaciones para la atención Integral de la Salud de Niñeces y Adolescencias Trans, Travestis y No Binaries, la cual desarrolla pautas de abordaje para la atención sanitaria integral de estas niñeces y adolescencias. Es sin duda un gran paso para el reconocimiento y respeto de la diversidad de sexo-género. En materia educativa, el desafío ahora incluye la actualización de los contenidos de la ESI, hoy faltos de material sobre transgeneridad. No es casual que uno de los lemas de la XXX Marcha del Orgullo de Buenos Aires, realizada el pasado 6 de noviembre, propugnara la reforma de los contenidos de ESI para actualizarlos en diversidad sexual y de género. Éste fue también el pedido en marchas como las de la ciudad de Córdoba, mientras la Marcha del Orgullo Rosario 2021 gritaba inequívocamente “Basta de travesticidios”; un reclamo que se ha hecho escuchar también en ediciones pasadas en diferentes ciudades del país, indicando que los avances no son suficientes porque se continúa discriminando y violentando a personas trans al punto de matarlas.
Luana hoy es una adolescente que asiste a la escuela. Acompañada por su madre y familiares, el círculo se completó con la asistencia psicoterapéutica y el acompañamiento de la Comunidad Homosexual Argentina (CHA), sinergia de un grupo humano que pudo accionar gracias al marco legal que otorgó el disfrute de su derecho a la autopercepción. A pesar de los obstáculos y situaciones violentas que sufrió Luana durante su niñez en transición, estos cimientos coadyuvaron para que las vicisitudes que hoy atraviesa no difieran sobremanera de aquellas que vivencia cualquier adolescente, sabiendo que es una etapa atravesada por desafíos. La “tesis Luana” se corrobora mediante un estudio de Olson, Durwood, DeMeules y McLaughlin, de 2016, que analiza la salud psicológica de niñeces trans que reciben acompañamiento de su círculo cercano, evidenciando que la ansiedad que pueden sufrir es similar a aquella encontrada en sus hermanes cisexuales o compañeres de clase.
Yo nena, yo princesa es mucho más que un producto de entretenimiento audiovisual. La película es un potente dispositivo pedagógico que aporta a la causa al servir de guía a familias, escuelas y ámbitos de salud. Sin dudas, el acompañamiento en los procesos de transición impacta positivamente en la autoestima y repercute favorablemente en el desarrollo psicosocial madurativo. Pero ello no debe ser sólo tarea de madres valientes y luchadoras como Gabriela, sino por el contrario debe alojarse en ámbitos públicos, privados y de la sociedad civil. De esta manera lograremos construir ciudadanía en un sentido real de la palabra; una ciudadanía trans, diversa y no binaria.
Agradecimientos: A Leandro Vitali, Gwen y Marcos Mutuverría
(*) Leandro Prieto: Licenciado en Antropología Social y Cultural (Escuela IDAES) – Magíster en Derechos Humanos y Democratización en América Latina y el Caribe (CIEP)
Capacitador y asesor técnico en el área de Contenidos de la Dirección de Género y Diversidad Sexual (Secretaría Académica – UNSAM)
Coordinador del Observatorio de violencias contra personas LGBTI en América Latina y el Caribe (ILGALAC)