Dirección de Género y Diversidad Sexual

«El Estafador de Tinder»: estafas, víctimas y misterios

Estafas emocionales, el amor romántico y las víctimas del romance, Maximiliano Marentes, investigador de la Escuela IDAES y especialista en cuestiones de género, sexualidad y estudios sociales del amor; desenmaraña las redes de un estafador.

Por Maximiliano Marentes (*)

A principios de febrero, poco antes de que se celebrara el 14 de febrero, día de San Valentín, Netflix estrenó el documental El estafador de Tinder. A partir de los testimonios orales de tres mujeres, este largometraje reconstruye cómo un hombre que se decía llamar Simon Leviev y ser el heredero de un magnate de los diamantes timó a estas mujeres pidiéndoles grandes sumas de dinero que ellas le prestaron y que él nunca devolvió. Lo que vuelve más atractiva a toda esta historia es cómo ellas dieron con él: a partir de un match de Tinder.

Mientras deslizaban los dedos en las pantallas de sus celulares, se toparon con el perfil de un joven apuesto, cuyas fotos revelaban una vida de lujo en varias y muy diversas locaciones alrededor del mundo. Además, el perfil contaba con un link que llevaba a la cuenta de Instagram de Simon, en donde se reforzaba ese carácter de rico heredero a partir de otras fotos y de la gran cantidad de cuentas que lo seguían. Tanto Cecilie como Pernilla y Ayleen, de distintos modos, se sintieron seducidas por lo que vieron en las redes. Pero su fascinación continuó y se reforzó cuando comprobaron que el estilo de vida de Simon Leviev, hospedándose en hoteles de lujo, cenando en carísimos restaurantes y asistiendo a fiestas VIP, era real. Claro, después comprobarán que lo que sostenía esa pantalla era una especie de cadena de acreedoras estafadas —como ellas— a quienes él les pedía dinero con la excusa de que los enemigos de su familia los amenazaban de muerte dificultando el acceso a sus holgadas cuentas bancarias. Mañana te lo devuelvo mi amor, más o menos, eran sus palabras —cabe destacar que la relación con Pernilla no era romántica, sino de amistad—.

Aunque breve y desabrido, este resumen del documental nos permite avanzar en tres cuestiones sobre las que me gustaría reflexionar a lo largo del texto. Eso sí, no prometo responderlas, sino abrirlas y ponerlas sobre la mesa. Sobre estafas emocionales, víctimas del romance y misterios del amor nos concentraremos ahora. Acompáñenme, aunque no aseguro que no les vaya a defraudar.

Estafas y emociones: ajustando el lápiz

Por definición, las estafas involucran sumas de dinero que se entremezclan con engaños, mentiras y malas intenciones. Devienen así un artefacto con un rico potencial para sumergirse en las imbricaciones, cruces y apareamientos entre lo material y lo íntimo, entre esas dos esferas que nos gusta pensar como separadas. Desde una visión más desinteresada, que tiende a condenar cómo la plata mancha los vínculos, podríamos subrayar en el caso del estafador de Tinder el daño que él le hizo a estas mujeres mientras jugaba con sus sentimientos. Desde esta perspectiva podríamos entender la respuesta de una de las protagonistas de esta historia cuando le preguntaron si continuaba usando Tinder. No dudó en confirmarlo y explicó que ella seguía abierta a encontrar el amor. Parecería que las deudas que contrajo para prestarle dinero a su novio —pues ella así lo consideraba— no alcanzaban para dar por acabadas sus ganas de enamorarse y ser correspondida.

Esta imagen de que lo que en realidad importan son los sentimientos y no el dinero, contrasta con otra que con cínica saña diría que, en última instancia, lo que vale es la guita. Poniendo el acento no tanto en las emociones sino en los déficits en las cuentas bancarias de las víctimas, con una sonrisa arrogante señalaría la genialidad del verso que usó para estafarlas. La balanza inclinada hacia lo económico se vislumbra en el momento en que la tercera víctima —en orden de aparición en el documental— se las cobra tomando la ropa de diseñador de su novio —como lo llamaba— para venderla y recuperar un poco del dinero que él le debía.

Un punto clave de esta historia es que la estafa es tanto emocional como económica. De hecho, tal separación es espuria, un sinsentido. Para estafar, hay que engañar, y en ese mismo engaño Simon Leviev desplegó un perfil de multimillonario que además de rico era sensible, que las escuchaba, les mandaba mensajes todo el tiempo desde distintos lugares —como el avión privado en el que viajaba—. De allí que por momentos dudara de si este tipo de estafas es comparable con otras mentiritas piadosas como bajarse unos años en un perfil de Tinder o photoshopear una foto para vender más. En última instancia ¿Quién alguna vez no ocultó algo de sí para agradar a potenciales partenaires? ¿O, por el contrario, exageró sus proezas —incluso la presentarse como looser total— para que su avatar resulte más atractivo? En los circuitos eróticos siempre damos información que no necesariamente es tan precisa. Eso que en Argentina llamamos chamuyo, ¿no sería acaso un acto de estafa?

Sin embargo, cuando nos agarra la briza materialista y nos ubica de nuevo, no podemos pretender que cualquier cifra engañosa sea lo mismo. Que alguien se baje dos o tres años o que diga que mide un par de centímetros más no es lo mismo que los miles de euros que Simon Leviev dio por sentado que tenía y que se tradujo en las deudas que estas mujeres enfrentan con sus bancos. Los números pueden mentir, sí. Pero no todas las mentiras son de igual magnitud.

De allí que más que una estafa emocional, pienso que lo de Tinder podría catalogarse como una estafa a secas. Artilugio que de por sí entrevera lo emocional y lo económico. Y eso, para las víctimas, no es menor.

Víctimas del romance: la pedagogía de Disney

Una de estas mujeres, Cecilie, explicó que, viendo el estilo de vida de Simon y creyéndolo descendiente de Leviev, creyó estar viviendo en una historia de Disney. Al igual que esas damas, a veces princesas, ella dio con su príncipe azul: apuesto, encantador, heredero. De allí que se pueda ver a Cecilie como víctima de algo más que del estafador de Tinder: su victimario también fue Disney y su pedagogía del amor romántico.

Tal vez por eso en redes sociales se haya apuntado hacia Cecilie y las demás mujeres como tontas. En un grito de Amiga date cuenta, se señaló cómo podía ser que una persona aceptara viajar a Bulgaria en un avión privado de alguien que acabas de conocer por Tinder. Parecería que no es difícil para muchas personas darse cuenta rápido de que hubo un gran problema olfativo en estas mujeres: “¿Cómo puede ser que no olieran nada raro?” sería una pregunta válida.

De todos modos, esa crítica hacia las víctimas del estafador subestima, o al menos descuida, el poder que han tenido —y siguen teniendo— algunos mensajes culturales sobre cómo es y debería ser el amor. En el caso de las mujeres heterosexuales esto toca una fibra muy profunda. Tal vez ello explique que los mejores trabajos que reflexionan sobre este tema provengan de mujeres —la mayoría feministas— que decidieron analizar el fenómeno. Con la preocupación por deconstruir los mandatos amorosos que se sustentan en películas, novelas, publicidades y un sinfín de discursos más, estas críticas señalan los daños que causaron formas patriarcales de narrar los romances.

La pedagogía amorosa de Disney, entonces, construye a las mujeres como sujetas que, en un lugar pasivo, esperan ser alcanzadas por las flechas de Cupido y así correr hacia los brazos de sus conquistadores, hombres que a su vez cumplen ciertos requisitos. Esta forma de construir historias de amor produce, al mismo tiempo, modelos de masculinidad un poco difíciles de intentar alcanzar por parte de hombres de carne y hueso. Como la mayoría de los hombres no se parecen a esos ideales de las películas, parece que resulta más fácil deslizar el dedo por la pantalla y pasar a otro perfil. Tal vez, con suerte, ahí aparezca. Entre tanto swipe, de golpe llegó Simon Leviev, lo más parecido a un príncipe de Disney que Cecilie encontró.

Si bien la pedagogía de Disney tiene sus efectos concretos en las historias amorosas de muchas mujeres, esto no quita que ya haya mucha gente lidiando con sus problemas amorosos de maneras que distan bastante de las telenovelas. Algo a lo que nos suelen acostumbrar las reflexiones sobre la necesidad de deconstrucción del amor romántico es a un llamado a la acción para construir otras redes que trasciendan la pareja y modelos diferentes de relacionarse sexo-afectivamente. Acá no voy a llamar a nadie a que haga nada. De hecho, mucha gente ya viene lidiando desde hace tiempo con historias amorosas con menos Disney y mucho más pragmatismo. Eso, sin embargo, no nos debe hacer olvidar el sufrimiento amoroso de estas mujeres víctimas del estafador de Tinder. 

Los misterios del amor: lo que escapa al algoritmo

Volvamos a una de las particularidades de esta historia: que estafadas y estafador se conocieron por Tinder. Esta aplicación de citas, levante o encuentros eróticos y afectivos utiliza la tecnología de geolocalización para conectar a personas que se encuentran más o menos cerca. Luego, además, se puede configurar para contactar personas situadas en diferentes latitudes. Tinder es una tecnología de levante más entre muchas otras, con la no pequeña particularidad de su gran alcance a nivel mundial.

Hace unos años se viene reflexionando mucho sobre aplicaciones como Tinder y sitios web de citas y encuentros para señalar cómo estos dispositivos configuran las relaciones amorosas en la tan discutida posmodernidad. Acá no me meteré en ese berenjenal conceptual de cuán posmodernos somos, si aún la modernidad sigue siendo un proyecto inconcluso, pero sí quisiera detenerme sobre un punto: la búsqueda del amor. Muchas indagaciones sobre las relaciones eróticas y afectivas contemporáneas, tanto teórico-conceptuales como empírico-analíticas, suelen enfocarse en la búsqueda, en ese proceso a partir del cual las personas eligen armarse un perfil en una red social y a partir del cual intentar levantar. Armarse ese perfil es una decisión compleja que acarrea otras muchas opciones: hay que, además, seleccionar qué cosas mostrar, cómo hacerlo, cómo comportarse cuando sucede el enganche, cómo pasar al encuentro presencial, entre una gran cantidad de decisiones que hay que tomar. En muchas de esos trabajos que analizan ese proceso el foco está puesto en el mayor control que las personas sienten tener para elegir a su persona especial. Como confirman usuarias y usuarios, en su uso experto de estas redes, aprenden qué decir y qué callar, cuáles son signos de deficiencia de sus pretendientes, entre otras muchas cuestiones.

Concentrarse en la búsqueda, entonces, nos da pista de lo que la gente quiere en un determinado momento. Pues bien, como sucedió a estas mujeres cuando conocieron a Simon Leviev, ahora quisieron otras cosas —tal vez en línea de profundizar eso que antes querían, como Cecilie quien llegó a buscar un departamento para convivir; o tal vez cambiando eso, como Pernilla, que encontró un amigo en él—. Ese cambio en el querer se relaciona con algo tan simple y a la vez maravilloso como es el misterio amoroso.

Sí, es cierto, hay sitios que incluyen una inmensa batería de preguntas sobre qué nos gusta y qué nos gustaría que le gustara a la otra persona. También es cierto que, en función de esa información, el algoritmo traza compatibilidades que dan certezas momentáneas de con quién nos llevaríamos bien. Pero eso no quiere decir que, necesariamente, cuando les compatibles se vean tengan ganas de acompañarse un rato más.

Los algoritmos no son tontos, sólo quedan confundidos ante el misterio del amor. Lo mismo les sucede a las personas. Infinidad de veces hemos escuchado que alguien desechó a una persona que le convenía por el ángulo que lo mirase: era buena, simpática, trabajadora, linda y tenía un buen pasar económica. ¿Por qué fue desechada? Porque no hubo esa chispa, esa conexión que es más errática, inexplicable e impredecible que un match o un compatibilidad rayana con el 100%. Las tecnologías y las personas podemos hacer grandes esfuerzos, y hasta conseguir resultados, en tomar, medir y explicar el amor. Pero siempre hay algo de este, su costado misterioso, que se escapará de nuestras manos y nos dejará, como a Cecilie, Pernilla y Ayleen, pagando.

Epílogo: de matches y remaches

El estafador de Tinder tiene todos los componentes que la vuelven una historia atrapante: tiene estafas, con sus consecuentes víctimas y el gran timador, y tiene amor —o los intentos por alcanzarlo—. Pero, además, tiene el potencial de invitarnos a reflexionar más allá. ¿Qué es una estafa en el terreno de los vínculos eróticos y afectivos? ¿Todas las mentiras valen lo mismo? ¿Se estafa con o por amor? ¿O se lo hace a pesar de él? Las víctimas, ¿son sólo víctimas del timador o también de una compleja red de enunciaciones que construyen a las mujeres como presas de un sistema amoroso patriarcal? ¿O también devienen víctimas de una pretendida pose que denuncia lo demodé de ese discurso romántico y se ríen de su inocencia para creer tamaños delirios? ¿Y si acaso ellas también van descubriendo, de a poco y a tientas, que por más variables que controlen, siempre algo del amor se les escapa de las manos? Sea como fuere, el documental nos invita a pensar que entre tantos matches, se encuentran los remaches. Y no por la grandeza de ese crush virtual con un supuesto multimillonario. Por el contrario, porque nos recuerda que, ante el misterio del amor, a veces más y a veces menos, permanecemos así, como un remache que pretende fijar dos o más piezas y que, para bien o para mal, no es inmune ni a la oxidación ni al paso del tiempo.

Maximiliano Marentes. Licenciado en Sociología y Magíster en Sociología de la Cultura (EIDAES-UNSAM), doctor en Ciencias Sociales (UBA). Becario posdoctoral de CONICET. Coordinador académico del Doctorado en Sociología, EIDAES-UNSAM. Se especializa en cuestiones de género y sexualidad, familias, emociones, estudios sociales del amor y metodologías cualitativas. Ha publicado en revistas nacionales y extranjeras.

Imagen: eluniverso.com

Nota actualizada el 29 de marzo de 2022

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