Dirección de Género y Diversidad Sexual
En conmemoración del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, integrantes del Equipo de la Consejería Integral en Violencia de Género y Sexualidades de la DGyDS invitan a reflexionar acerca de las responsabilidades individuales y colectivas frente a las violencias por razones de género y plantean una pregunta a toda la comunidad: “¿Qué hacemos efectivamente para transformar la crudeza de esta realidad?”
En 1981 se celebró en Bogotá, Colombia, el Primer Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe donde se decidió conmemorar el 25 de noviembre como el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres. Siendo declarado finalmente por la ONU/UNESCO en diciembre de 1999 para visibilizar, reflexionar y erradicar todas las formas de violencia contra las mujeres. La fecha fue elegida en honor a la memoria de las hermanas Mirabal, tres activistas de la República Dominicana que fueron brutalmente asesinadas el 25 de noviembre de 1960. Resulta inevitable al pensar en ellas, en los propios dolores de la historia reciente, recordar que estos crímenes sucedieron en un gobierno de facto nos acerca a la última dictadura militar en Argentina y todo el tiempo que debió transcurrir hasta que se comenzó a leer a los crímenes de lesa humanidad desde una perspectiva de género, evidenciando un gran silencio en torno a la violencia sexual (1) que fue epicentro de los centros clandestinos de tortura y asesinato.
Esta fecha nos brinda entonces la oportunidad de reflexionar y poner en diálogo una vez más algunos de los debates en torno a la percepción social de las violencias.
“Vi las marcas en la garganta de Minerva, y las huellas en el pálido cuello de Mate, claras como el agua. También las golpearon con la culata de sus armas: lo vi cuando les corté el pelo. Se aseguraron de que estuvieran bien muertas. Pero no creo que violaran a mis hermanas, no. Lo constaté lo mejor que pude” (2)
La violencia física y sexual son entendidas como fatales por el nivel de ensañamiento e impacto en los cuerpos; suelen despertar la indignación popular y de esta manera se convierten en violencias “legítimas” es decir, que logran el estatuto de verdad. La violencia, por lo tanto, es más fácil de significar como tal cuando la sociedad puede verla explícita y puede observar sus consecuencias específicas. Es importante preguntarse si la violencia es un extremo que le pertenece a algunes o es un modo de vincularse que permea a la sociedad toda y se traduce en hábitos naturalizados del cotidiano de todes.
Una sociedad inscripta en la matriz occidental de pensamiento -autoproclamada universal- que significa las experiencias de vida en pares dicotómicos jerarquizados: fuerte-débil, correcto-incorrecto, verdadero-falso, razón-naturaleza, público-privado, varón-mujer, bueno-malo, victimario-víctima, depredadores-presas, libres-esclavos. Una matriz de pensamiento, una lógica para revisar nuestras prácticas y valorar nuestros hábitos, que entiende que todos los universos pueden ser entendidos desde una moral donde unes quedan dentro y otres caen por los márgenes. Es decir, se es una sola cosa de los dos únicos extremos y a partir de allí se cristaliza la subjetividad de cada persona.
Hannah Arendt entendía que para viabilizar la pena -legal y moral- de Eichmann (3) era necesario construirlo como un monstruo para así diferenciarlo del ciudadano a pie, del hombre común. Porque si Eichmann es como cualquier hombre, entonces todes podemos ser y actuar como él. Es decir, todes podemos devenir monstruos. Siguiendo con esta línea de pensamiento, si la violencia es en tanto que monstruosa, no permite la identificación de les sujetes a pie. Así, se pierde la capacidad del espejo, de vernos en el reflejo, nos absuelve de la pregunta sobre la responsabilidad de la sociedad y las instituciones que conformamos. Y, al mismo tiempo, sitúa la violencia en un otro específico que no soy yo. Por lo tanto, si se recrudece la responsabilidad singular, entonces se aísla al monstruo y se construye una fantasía ideal donde la violencia es de otres que no soy yo. Atraviesa su espectacularización, pero ¿nos vemos implicades?
La ilusión dicotómica se cierra en sí misma: en tanto no te acerques al monstruo no vivirás la violencia. Construída la verdad: en un más allá de los hábitos cotidianos de la sociedad está el femicida y el cuerpo feminizado vejado. Ni yo ni les míes.
¿Qué estamos repitiendo? ¿Por qué no nos conmovemos en vida? Conmoverse en vida es hacer historia: es revisarla, barajar sus sentidos, recuperar a aquelles que habitan los márgenes, hurgar en agujeros, levantar las piedras. Ajarnos, achicar la distancia, vernos monstruos. Implicarnos
La Ley 26485 de Protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres en los ámbitos en que desarrollen sus relaciones interpersonales sancionada en 2009, plantea la capacidad de visibilizar una diferencia jerarquizada de los géneros y nos presenta el escenario: la matriz moral occidental construye niveles de virilidad según la capacidad de violentar a las mujeres. Nos sitúa en un flagelo social y nos permite desmarcarnos de la búsqueda de la culpabilidad de sujetos singulares, para invitarnos a reflexionar sobre la responsabilidad colectiva, sin desatender a las responsabilidades individuales de quienes ejercen la violencia..
Desde nuestra experiencia de trabajo en la Consejería Integral en Violencia de Género y Sexualidades nos interesa aportar a la reflexión retomando la pregunta sobre la responsabilidad de sostener dicho status quo, esta matriz binaria y jerárquica que legitima las violencias hacia los géneros históricamente subsumidos al mandato de la masculinidad. Nos interesa echar luz a esas violencias que no tienen nombre propio porque su monstruosidad no las convierte en “legítimas” o “verdaderas”, pero que producen y reproducen de manera constante y cotidiana los escenarios para que los femicidios y travesticidios continúen siendo moneda corriente(4). ¿Qué responsabilidad asumimos en las instituciones en general, en la Universidad en particular y en cada uno de los espacios que habitamos frente a las múltiples violencias por razones de género? ¿Qué hacemos efectivamente para transformar la crudeza de esta realidad?
La Universidad y sus violencias
La Universidad se expande a cumplir varios roles de socialización: no solo son sus aulas sino también sus espacios de trabajo, sus ámbitos políticos como la Asamblea Universitaria, las asambleas de Consejo Superior o Consejo de Escuela, las agrupaciones estudiantiles y sindicales, sus ámbitos mediáticos en tanto se producen y reproducen discursos sobre cómo es nuestra Universidad y quiénes la habitamos, sus ámbitos horizontales y también jerárquicos. Por lo tanto, trabajar con violencias en la Universidad es disponerse a trabajar con situaciones tan diversas como las historias que escuchamos en nuestro espacio de Consejería.
Con la aprobación de los protocolos (5) las Universidades Nacionales comenzamos a repensar su propia responsabilidad y capacidad de acción sobre una problemática social concreta: la violencia contra las mujeres. Hoy en lo que queremos centrarnos es en las consultas más frecuentes en nuestra consejería, como un medidor de cómo se expresan las desigualdades en lo cotidiano, lejano a la gravedad de los femicidios, y cercano a las tensiones e incomodidades que siguen generando la apertura y democratización de nuestras universidades.
La mayor cantidad de consultas en el período 2016-2019 estan relacionadas con situaciones de discriminación por motivos de género y de orientación sexual. Entendemos a estas situaciones como las más graves formas de violencia simbólica, que tienen un impacto directo sobre las trayectorias de muches consultantes. Las formas que adquiere este tipo de violencia son variadas: “chistes”, comentarios con contenido sexista u homo/lesbo/transfóbico, trato desigual, desconocimiento de las normas en torno a la autopercepción de género, expresión de imaginarios abiertamente excluyentes con algunas personas, entre otras. La discriminación es rechazo, rechazo a quien no cumple y vive bajo la norma (binaria, heterosexual y patriarcal), rechazo a lo que amenace nuestra “normalidad”. Que la mayoría de las consultas se centren en estas temáticas nos hicieron re-pensar nuestros abordajes a partir de los siguientes clivajes:
El futuro es desafiante ¿Cómo salimos de todas estas preguntas? Estamos convencidas de que Con más interrogantes: ¿qué pensamos sobre los roles tradicionales atribuidos a varones cis y mujeres cis sobre cómo atravesar las crianzas?, ¿cuales son los prejuicios sobre las mujeres cis que deciden compatibilizar el desarrollo de sus carreras con un proyecto de familia?, ¿cómo nos integramos como grupo?, ¿quienes son dejados afuera y por qué?, ¿cómo acompañamos a personas que se encuentran en situaciones de violencia?, ¿somos indiferentes?, ¿ofrecemos ayuda?, ¿acompañamos?, ¿cuánto toman la palabra las feminidades y cuanto toman la palabra las masculinidades?, ¿vos también conoces una compañera que podría aportar mucho a los debates y no puede hablar en reuniones o que su opinión no es tomada en cuenta?, ¿qué decimos de los varones que no son masculinos? ¿nos reímos de chistes sexistas para generar complicidad?, ¿hablamos sobre temas de actualidad generando discursos sobre “cómo son las minas/los tipos”? ¿cuándo discriminamos sin darnos cuenta?, ¿queremos discriminar?, ¿quiero que se sientan mal mis compañerxs?… Son infinitas las preguntas que podemos hacer(nos) cuando empezamos a mirar el mundo que habitamos con perspectiva de género, esa es la puerta que buscamos abrir, para que nunca más vuelva a cerrarse.
“Y no escatimarle preguntas a ninguna respuesta
si el sujeto es la vida
o, lo que es lo mismo,
la tormenta que precede a la calma”
(Wislawa Szymborska)
(*)Mariana Funes es Licenciada y Profesora en Ciencias de la Educación con Especialización en Gestión Educativa (EH-UNSAM). Actualmente se encuentra escribiendo sus tesis de Maestría en Estudios y Políticas de Género con Orientación en Estudios Queer (UNTREF) analizando la experiencia de docentes en torno a la educación sexual desde la perspectiva de la Pedagogía queer. Es docente de la Escuela de Humanidades y Coordinadora de la Consejería Integral en Violencia de Género y Sexualidades de la Dirección de Género y Diversidad Sexual.
Charo Solís es diplomada en Salud Sexual y reproductiva con enfoque de género y derechos humanos (IDAES) y estudiante avanzada de la Licenciatura en Sociología (IDAES-UNSAM). Su investigación se centra en los sentidos en torno al trabajo contra la violencia de género en la educación superior. Forma parte del equipo de la Consejería Integral dedicándose al trabajo de intervención, relevamiento y sistematización de datos para la articulación con lxs referentes de las Unidades Académicas de UNSAM
María Méndez es Psicoanalista (UBA) y conforma el equipo de trabajo de intervención en casos de violencia de género de la Consejería Integral siendo referente del Espacio de Orientación Psicoanalítica (EOP) del mismo. Realiza la atención, análisis, articulación y acompañamiento de todas las situaciones de violencia que aborda la Consejería.