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La directora de la División de Ciencias de la Tierra de la NASA visitó la UNSAM para brindar una charla a estudiantes. Allí se refirió a las dificultades que enfrenta una mujer en un ambiente de ingenieros, compartió algunos detalles de las misiones en las que participó y reafirmó la necesidad de que los países latinoamericanos desarrollen tecnología espacial.
Nadia Luna, Agencia TSS | Fotos: Pablo Carrera Oser
Sandra Cauffman tenía siete años cuando vio llegar a Neil Armstrong a la Luna. Era el 20 de julio de 1969 y todavía no sabía lo que era la Administración Nacional de la Aeronáutica y del Espacio (NASA) ni de qué se trataba la misión Apolo 11. En Costa Rica, al igual que en otros países latinoamericanos, eran pocos los que tenían televisión; con su familia presenciaron la transmisión del gran acontecimiento desde la casa de un vecino. Cuando volvían, Sandra le dijo a su madre: “Mami, quiero ir a la Luna algún día”. La respuesta se volvería un mantra para ella, que aún repite casi cincuenta años después: “Esfuérzate y estudia, Sandra, porque nunca sabes lo que va a suceder”.
A los 13 años, mientras estudiaba en la escuela secundaria, Cauffman comenzó a trabajar para ayudar con los gastos del hogar. Se graduó con muy buenas calificaciones y pudo ingresar a la Universidad de Costa Rica. Sin embargo, cuando quiso estudiar Ingeniería Eléctrica, le dijeron que no podía, que la ingeniería para mujeres era la industrial. “No me gustaba y yo quería ir a la NASA”, recuerda.
Su relato fue escuchado con atención por estudiantes de Ingeniería Espacial y carreras afines de la UNSAM, en una visita incluida en una apretada agenda de exposiciones y reuniones en diversos organismos, como la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE).
La ingeniera contó que, tras cursar siete semestres en Ingeniería Industrial y no lograr que la dejaran cambiarse a la rama que ella quería, decidió irse a Estados Unidos. Casi no hablaba inglés, pero entendía lo suficiente como para aprobar el examen de ingreso. Consiguió trabajo como cajera en una ferretería y estuvo allí hasta que se graduó de ingeniera con dos especialidades: eléctrica y física. Al poco tiempo, consiguió trabajo en el laboratorio de una compañía contratista de la NASA, en el que aprendió a diseñar circuitos y sistemas ópticos. En esa empresa permaneció tres años, hasta que obtuvo la ciudadanía y consiguió entrar en la NASA. “Fue el día más fabuloso de mi vida”, recuerda. Tenía apenas 26 años y solo había dos mujeres trabajando allí. “La mayoría pensaba que yo era una secretaria. Tuve que aprender a encontrar mi voz. Una dificultad extra que tenemos las mujeres es que, si queremos avanzar, debemos demostrar que somos buenas y saber el cien por ciento de las cosas”, alertó.
Cauffman lleva 26 años en la NASA y, actualmente, es la directora adjunta de la División de Ciencias de la Tierra. Además, participó de numerosas misiones. “Una de las más desafiantes fue MAVEN, la sonda espacial diseñada para estudiar la atmósfera de Marte”, recuerda. “MAVEN tiene el tamaño de un colectivo y tardó veinte días en llegar al planeta rojo”.
Hasta hoy, del total de misiones a Marte enviadas por diversos países, solo la mitad han sido exitosas: “Hay evidencia de que hubo lagos y ríos en Marte. Si constatamos que el planeta tuvo agua en la cantidad que estimamos, puede que haya vida microbiana fosilizada. Intentaremos enviar una misión para traer una muestra y analizarla”.
En 2016, Cauffman decidió que era hora de intentar asumir una posición ejecutiva en la agencia espacial. Finalmente, obtuvo el cargo en las dos divisiones para las que se postuló (en total, la NASA tiene cuatro) y eligió su favorita: Ciencias de la Tierra. Allí se estudian diversos aspectos relevantes para la vida en el planeta, como los cambios en los niveles del mar, las inundaciones y la medición del hielo en los polos. “Para entender cómo funcionan otros planetas tenemos que estudiar más el nuestro”, dice.
¿Cuáles fueron las cuestiones más difíciles de resolver durante su carrera en la NASA?
La parte más difícil fue al principio, cuando trataba de hacer mi camino como ingeniera. Con el tiempo, los problemas más severos tuvieron que ver con cuestiones técnicas que, gracias los excelentes grupos de trabajo con los que he contado, se pudieron resolver.
¿Qué desafíos tiene a futuro?
La verdad es que estoy exactamente donde quiero estar. La vida es un poco de suerte y bastante de esfuerzo. Todo ha contribuido a que yo pueda estar ahora trabajando en la División de Ciencias de la Tierra, que es lo máximo para mí.
¿Por qué dice que es importante que los países latinoamericanos inviertan en la fabricación de tecnología satelital?
Es importante que Latinoamérica invierta en la fabricación de tecnología satelital porque, cuando hay problemas ambientales, no existen las fronteras. Tenemos solo un planeta y hay que protegerlo. Es necesario que todos los países puedan aportar desde su lugar y también que, desde América Latina, se apueste a producir este tipo de conocimiento.
¿Cuál es la situación de la industria en Costa Rica?
Todavía falta bastante. Apenas están empezando a rasgar la superficie. Tienen el desarrollo de CubeSat, un satélite en miniatura que lanzarán con ayuda de los japoneses. Yo estoy muy orgullosa de lo que han hecho, pero se requiere un poco más de esfuerzo de parte del Gobierno. Tal vez no sea algo muy grande en este momento, pero, así como atrajeron a un montón de compañías de dispositivos médicos, también pueden atraer a compañías aeroespaciales. Eso ayudaría mucho a la economía del país, que debe basarse en la ciencia para crecer.
¿Cree que ahora hay más políticas que estimulen la vocación científica en las niñas y mujeres?
La situación está cambiando bastante. En América Latina, todavía prima una concepción un poco machista que deja de lado a las mujeres en carreras como las ingenierías. Sin embargo, poco a poco, el panorama está cambiando. Cada vez hay más muchachas que dicen: “Yo sé que puedo”, y deciden inscribirse en esas carreras.
¿Qué mensaje les daría a aquellas que todavía no se animan a hacerlo?
Que no tengan miedo y que no me digan que no son buenas en matemáticas, porque no se trata de ser buena o mala: se trata de cuánto esfuerzo quieren ponerle al asunto. Si quieren ser ingenieras, van a tener que estudiar matemáticas y enfrentar las trabas. Nada le llega a uno en bandeja de plata. A veces, el problema no es alcanzar las metas, sino llegar a un lugar y quedarse. Hay que ponerse metas bien altas para seguir luchando, porque así llegaremos mucho más lejos.