Escuela de Política y Gobierno
El profesor de Relaciones Internacionales de la Escuela de Política y Gobierno y autor de “El imperio de la ley” (Fondo de Cultura) escribe sobre la llegada de Donald Trump a la presidencia y analiza el mito del “excepcionalismo”, históricamente asociado a la política internacional de los Estados Unidos.
Por Juan Pablo Scarfi (EPyG)
Sobre la llegada de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos se han ensayado explicaciones de muy diversa índole que apuntan a la política interna. Quizás sea oportuno interpretar este hecho desde una perspectiva global. El ascenso al poder de un candidato republicano como Trump, con un fuerte componente populista y nacionalista —que se está reactualizando hoy en todo el mundo— y con una visión conservadora y racista del orden mundial y de los inmigrantes, puede contribuir a reforzar un mito dominante de la política internacional de Estados Unidos: la idea del excepcionalismo.
A comienzos del siglo XX, la idea del excepcionalismo estadounidense fue una creencia poderosa entre la elite política y jurídica de ese país e inspiró ideológicamente un reordenamiento del orden internacional, desde una perspectiva monista, a luz y semejanza de las instituciones jurídicas y políticas estadounidenses, especialmente en América Latina.
Esa elite creía que lo que funcionaba bien en Estados Unidos debía replicarse y funcionar bien en todo el mundo. Esto contribuyó a la formación de un liberalismo internacionalista sustentado en una misión civilizadora e imperial liderada por Estados Unidos y en una concepción optimista respecto del progreso de la paz mundial, la cooperación, la seguridad, el libre comercio y del derecho internacional y los derechos humanos.
Paradójicamente, aunque se recurrió a diversas variantes de autonomía, crítica y contención del intervencionismo estadounidense desde los progresismos, la izquierda y la socialdemocracia, el modelo político más practicado por los países latinoamericanos para contener o bien resistir esa misión civilizadora y el liderazgo estadounidense fueron los populismos nacionalistas en sus diferentes variantes, desde Haya de la Torre hasta Perón, de Getulio Vargas a Hugo Chávez. En ese contexto, liberalismo internacionalista y populismo nacionalista fueron la expresión de una perdurable polarización continental.
Trump asumirá la presidencia en un contexto en el que la globalización, el excepcionalismo y el liberalismo internacionalista que los Estados Unidos contribuyeron a forjar, promover y estabilizar durante el siglo XX están en crisis y son objeto de importantes críticas en un rico debate actual de la teoría política y jurídica internacional. Sin embargo, la amplia legitimidad con que asumirá la presidencia, con capacidad de controlar el ejecutivo, la Cámara de Representantes, el Senado y designar a varios miembros en la Corte Suprema de Justicia, le permitirían reactualizar el mito del excepcionalismo estadounidense bajo la forma de lo que Giorgio Agamben llamó un “estado de excepción”.
Si a nivel nacional esto podría implicar el peligro de una reforma constitucional a medida autocrática del nuevo gobierno y la posible deportación masiva de habitantes que no gozan de una ciudadanía plena en Estados Unidos, muchos de ellos latinoamericanos, se podría forjar potencialmente además una política internacional unilateral, belicista y fuertemente militarizada a nivel global impulsada por un poder hegemónico en declinación que ya no logra estabilizar el orden mundial y que sería más padecida por aquellas poblaciones y Estados que son percibidos como una amenaza a la seguridad internacional de Estados Unidos.
El populismo nacionalista que reactualiza Trump fue irónicamente utilizado por los países latinoamericanos para confrontar con los Estados Unidos. Aunque Trump podría aprender de las derivas de los populismos latinoamericanos parece poco probable que lo haga. La tensión y el desencuentro entre América Latina y Estados Unidos alcanza con Trump la forma sencilla y plena de una paradoja: quizás siendo el líder populista y nacionalista que pretende ser, Trump termine siendo a la vez el sujeto político latinoamericano que nunca hubiera querido ser. Por ello, es necesario forjar una política regional que pueda desprenderse de los binarismos que signaron a la sociedad internacional del continente.
En la búsqueda política y jurídica por parte de los países latinoamericanos de la justicia internacional, la autonomía y el pluralismo necesitan ser combinados con una actitud activa, protagónica y abierta al debate público en foros internacionales de todo tipo, regionales, continentales, extracontinentales y globales.
En el contexto auspicioso de la política de la buena vecindad de Franklin Roosevelt, el ministro de relaciones exteriores y jurista argentino Carlos Saavedra Lamas esbozaba una fórmula ecléctica y decía: “A mi no me interesa quién es el señor presidente de los Estados Unidos. Me interesa, con alto sentimiento de justicia, pensar las condiciones en que desenvuelva su acción. Yo quiero preguntarle si en algún momento se vería realmente obligado a recurrir a la violencia”.
Esa fórmula puede ser reactualizada para contener el potencial unilateralismo y militarismo agresivo que podría impulsar Trump y abogar activamente porque los Estados Unidos se comprometan con ciertas políticas robustas de justicia global independientemente de los liderazgos, evitando tanto el optimismo crédulo del liberalismo internacionalista como la actitud reactiva exasperada de los populismos nacionalistas.
Muy interesante y enriquecedora perspectiva, en particular la paradoja que se presenta con Trump. Muchas gracias.