En diálogo con la agencia de noticias, el docente e investigador del IIPC, miembro de la Academia Nacional de Bellas Artes, trazó un recorrido por la historia de la iconoclastia y analizó la reciente destrucción en la ciudad iraquí de Mosul de una serie de piezas escultóricas de gran valor cultural.
“Fueron dos grupos de piezas las destruidas. a) Unos toros alados de los siglos IX a VII antes de Cristo, figuras apotropeicas de gran belleza y calidad de tallado y cincelado de la piedra. Por fortuna, hay otros ejemplares de igual magnificencia en el British Museum, en el Louvre y en el Neues Museum de Berlín. b) Unas figuras, más antiguas, de orantes (primera mitad del segundo milenio antes de Cristo), que eran estatuas puestas por los fieles a la vista de la estatua del dios al que adoraban. Se les asignaba un poder simbólico, casi mágico, por el cual los seres humanos representados estarían en presencia del numen a perpetuidad, durante sus vidas y después de la muerte. Los energúmenos del Estado Islámico (EI) liquidaron cualquier aspiración de eternidad de los comitentes. Existen piezas semejantes en el Museo de Bagdad, también en el British y en el Louvre. (…) A decir verdad, la cuestión económica e incluso la cuestión moral de la preservación del patrimonio me parecen temas secundarios. Hay que incluir estos episodios más bien en la larga historia de la iconoclastia, es decir, el odio a las imágenes, fundado en las sospechas acerca del poder que ellas podrían ejercer sobre las conciencias de quienes adoran a un dios espiritual y trascendente. Cualquier veneración hacia representaciones de ese dios implicaría transformarlo en un ídolo y limitar nuestros conceptos de su grandeza. Por ello, la religión mosaica del Decálogo, una parte del cristianismo y el Islam condenan la producción de imágenes de la divinidad. Adviértase que se trata de la prohibición de imágenes destinadas a la adoración y al culto. En rigor de verdad, no son las imágenes en general las que son condenadas.”
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