Escuela de Humanidades, LICH - Laboratorio de Investigación en Ciencias Humanas, Sin categoría
Las crónicas de viajes y las imágenes del llamado “Nuevo Mundo” fueron un insumo indispensable para desarrollar mapas de lugares totalmente ignotos para los europeos a fines del siglo XV. La conquista imperial implicó el desarrollo de una cartografía que guiara no sólo el rumbo de las expediciones que partían del Viejo Continente, sino también la posibilidad de dominio de sociedades y territorios desconocidos. Nutridas de un conjunto de fuentes y materiales de época, dos investigadoras del LICH-EH se dedican a escudriñar los relatos textuales y visuales producidos en ese período de gran conmoción en la historia americana, cuyas consecuencias alcanzan nuestro presente.
Por Verónica Engler
Hubo un tiempo en que daban por cierto que en un lugar muy al sur habitaban gigantes. En esa época, desde el Viejo Continente partían expediciones guiadas por exploradores ávidos de Nuevo Mundo. Además de numerosos marineros, viajaban cronistas avezados cuya misión era registrar aquello que veían en la travesía, capturar imágenes, sonidos y las vibraciones del ambiente para poder contarlo todo a su regreso.
Luego de la primera navegación alrededor de la Tierra en la historia, circuló de forma manuscrita y, algunos años después, de forma impresa Relación del primer viaje alrededor del mundo, el relato que el italiano Antonio Pigafetta escribió sobre su aventura junto a Fernando de Magallanes y Juan Sebastián Elcano. Ese periplo marítimo comenzó en agosto de 1519 y concluyó en septiembre de 1522. En el trayecto Magallanes murió en una disputa con los habitantes de la isla de Mactan (Filipinas) y fue Elcano quien finalmente completó la expedición.
La obra de Pigafetta narraba, entre muchos otros incidentes y observaciones, el hallazgo de gigantes en la bahía de San Julián, en la Patagonia. “Un día, de pronto, descubrimos a un hombre de gigantesca estatura, el cual, desnudo sobre la ribera del puerto, bailaba, cantaba y vertía polvo sobre su cabeza”, describe y luego detalla: “Era tan alto él, que no le pasábamos de la cintura”. En cuanto a las mujeres, afirma: “(…) no eran tan altas, pero sí mucho más gordas. Cuando las vimos de cerca, nos quedamos atónitos: tienen los pechos largos hasta la mitad del brazo”. Con esta descripción de los pobladores locales, bautizados patagones por el propio de Magallanes, se inicia el mito de los gigantes patagónicos.
Relatos como los de Pigafetta eran el sustento principal de los cartógrafos, que por entonces dibujaban en los mapas las nuevas geografías de ultramar. “Los relatos de viajes y las imágenes cartográficas producidos en el transcurso de la primera modernidad, es decir, entre los siglos XVI y XVIII, son un testimonio valioso de los recursos editoriales, estrategias retóricas y elementos visuales puestos al servicio de los principales actores de la expansión transoceánica europea para dar cuenta de personas, regiones, animales, plantas y mares hasta entonces desconocidos”, explica Carolina Martínez, doctora en Historia e investigadora del Laboratorio de Investigación en Ciencias Humanas de la Escuela de Humanidades (LICH-EH/UNSAM-CONICET).
Martínez es especialista en el análisis de la producción, recepción y circulación de relatos de viaje e imágenes cartográficas en el período de la expansión transoceánica europea de los siglos XVI a XVIII. Para estudiar los mapas de ese tiempo abreva en las contribuciones de la Geografía histórica, la Historia del Arte y la Historia. “Lejos de ser meras ilustraciones de procesos históricos, las imágenes cartográficas producen sentidos que deben ser interpretados en relación con otras fuentes, sintetizan visualmente expresiones de la cultura escrita y expresan visualmente teorías y experiencias sobre y en el mundo”, señala.
En el artículo Patagonia en la edad de oro de la cartografía holandesa: una genealogía del Gigantum Regio (S. XVII), la investigadora resalta que desde la experiencia magallánica la región próxima al pasaje interoceánico comienza a ser designada Gigantum Regio o “Tierra de Gigantes”, topónimo que retomaron los cartógrafos y navegantes ajenos a los intereses de la monarquía hispánica. Fue la cartografía holandesa, sin embargo, la que entre fines del siglo XVI y comienzos del siglo siguiente compuso y consolidó una determinada imagen del sur americano. Los mapas holandeses fueron clave para las distintas potencias ultramarinas, que otorgaron una importancia estratégica al control del principal paso natural entre los océanos Pacífico y Atlántico, ya que brindaba a las diferentes compañías comerciales un camino alternativo en la ruta de las especias. “Los relatos, imágenes y mapas publicados entre los siglos XVI y XVIII nos permiten observar una serie de transformaciones en relación con la imagen del mundo que se construye en Europa en este período”, añade la especialista. “Los mapas, en particular, capturan esas transformaciones, ya que no solamente las traducen gráficamente en una determinada imagen del orbe terrestre, construida en gran medida a partir de la experiencia en ultramar, sino que expresan temporalmente esa transformación. Cada mapa representa un instante preciso en términos del conocimiento que se tiene del mundo y la forma gráfica en la que se lo escoge plasmar”. En su trabajo por entender los modos de pensar y mapear geografías desconocidas, Martínez hizo foco también en Utopía (1516), de Tomás Moro, otra obra señera del periodo al que se dedica. En relación con este tópico, la investigadora es autora del libro Mundos perfectos y extraños en los confines del Orbis Terrarum: utopía, expansión ultramarina y alteridad en la modernidad temprana europea (siglos XVI-XVIII) y también de varios artículos, entre los que destaca “Utopía / distopía” incluido en el Léxico Crítico del Futuro. “Las referencias geográficas presentes en Utopía evidencian que su publicación fue una consecuencia más del proceso de expansión ultramarina iniciado por las coronas ibéricas a mediados del siglo XV. En la medida en que Utopía se ampara en la transformación de la imagen del mundo que provocaron las navegaciones transoceánicas de españoles y portugueses, el no-lugar propuesto por Moro se inscribe en la intersección del Nuevo y el Viejo Mundo”.
La obra de Moro inauguró un género que permitió a partir de la noción de “no-lugar” (u-topía) tomar distancia de las propias prácticas y convenciones de la época como una forma de desnaturalizar las creencias y costumbres y, en consecuencia, de observarlas críticamente. “El extrañamiento que produjo en los viajeros europeos el hallazgo de poblaciones con prácticas y formas de vida radicalmente distintas de las propias es el punto de partida de los relatos utópicos. Uno de los aspectos que más llamó la atención de los primeros viajeros a América fue el escaso valor que algunas poblaciones otorgaban al oro”, comenta Martínez. Por eso, no resulta extraño que al narrar las costumbres de Utopía, Hitlodeo, personaje principal del relato, destaque el desprecio que sus habitantes sienten por este metal, que utilizan para hacer orinales o cadenas para sus esclavos.
La expansión del Viejo Continente en el norte de América también resultó altamente productiva en textos, imágenes y mapas que intentaban situar y explicar ese nuevo territorio a conquistar. Esos materiales fueron un insumo clave para la investigación que desarrolló Malena López Palmero, doctora en Historia e investigadora del LICH, sobre los orígenes de la colonización de Virginia (Estados Unidos), entre finales del siglo XVI y principios del XVII. “Los ingleses llegaron a América, metafóricamente hablando, mucho antes de haber puesto un pie en sus costas, ya que habían desplegado una verdadera industria editorial de relatos de viaje sobre ese Nuevo Mundo. En la segunda mitad del siglo XVI se tradujeron al inglés numerosos relatos de viaje de las experiencias españolas y portuguesas, además de tratados de navegación y botánica, que despertaron un gran interés en el público lector inglés”, indica la investigadora.
Las crónicas, cartas, informes o diarios que escribieron los agentes coloniales (exploradores, funcionarios, marineros) fueron la materia prima para, por ejemplo, desmontar la narrativa romántica y mitificada en torno a Pocahontas, un personaje icónico de la cultura popular desde el siglo XIX, pero mucho más tras la versión infantil realizada por Disney en la década de 1990. “Lo que muestran los relatos de los agentes coloniales es que desde niña, Pocahontas cumplió un papel fundamental en la resistencia indígena. Como emisaria de su padre, la máxima autoridad de la confederación algonquina, participó en las negociaciones comerciales, que resultaron favorables a la población local”, resalta la especialista, autora del libro Del paraíso ultramarino al infierno colonial. Virginia (siglos XVI-XVII).
Del análisis de la presencia inglesa en América a través de los libros López Palmero destaca la literatura de viajes como herramienta imperial que “construye” la otredad indígena en un arco narrativo que va de la figura del “noble salvaje” al “enemigo bárbaro”, y además suma el relato científico como discurso de dominio. Lo que hace la investigadora es desmenuzar la función propagandística de los textos e imágenes en Europa. En el caso de Pocahontas, hija del jefe Powhatan, su figura encarna las tensiones entre el mundo indígena y el colonial. Pasó de ser mediadora cultural a rehén política. Fue secuestrada, convertida al cristianismo, rebautizada como Rebeca y llevada a Inglaterra, donde fue exhibida como símbolo de la pretendida “civilización” inducida por los colonizadores. “La historia de Pocahontas es una historia de resistencia indígena y violencia colonial, pese a que se la ha querido ver como ejemplo de mestizaje, colaboradora del asentamiento inglés y una suerte de madrina de la nación estadounidense”.
Si Pigafetta tomaba notas para luego narrar el Nuevo Mundo en España, el artista inglés John White, también viajero, armaba sus bocetos para luego pintar las imágenes de lo experimentado durante la expedición a Roanoke, Virginia (1585-1586). Por su parte, el flamenco Théodore de Bry elaboró los grabados sobre los modelos de White para armar su primer tomo de la colección de Grandes Viajes, en 1590. Estas representaciones visuales fueron clave para la difusión de una imagen etnográfica y estéticamente atractiva del indígena. “Las imágenes de los algonquinos de White y de Bry se han popularizado tanto que, con el tiempo, llegaron a convertirse en íconos del indígena de la América británica, independientemente de la etnia, el tiempo o el lugar. White y de Bry exaltaron cualidades virtuosas de los algonquinos de la bahía de Chesapeake, respecto de sus actividades productivas y la belleza de sus cuerpos”, observa la investigadora, y agrega: “hay un alto componente de ‘fabricación’, construcción e idealización de los personajes representados, que guarda estrecha relación con los objetivos de promoción de la empresa de colonización inglesa”.
La literatura de viajes no solo difundía noticias sobre territorios lejanos, sino que también moldeaba discursos imperiales en los que la exploración ultramarina se convertía en deber patriótico y religioso. En ese contexto, la Leyenda Negra desempeñó un papel central, ya que alimentaba una visión moralmente condenatoria del imperio español (entre otras cosas por la crueldad en los procedimientos para implantar la Fe en América) y legitimaba la necesidad de un modelo colonial alternativo. “Esos indígenas virtuosos de White, extremados en sus cualidades por de Bry, se convirtieron en prototipos de un modelo de colonización protestante que se consideraba superador del ibérico. Las imágenes mostraban a unos algonquinos receptivos de la evangelización, astutos, habilidosos y ávidos por consumir las mercaderías europeas. Esta ‘construcción’ del indígena se integraba a un discurso que condenaba el modelo de colonización español, cuyas crueldades eran bien conocidas”, repasa López Palmero.
En tiempos en que los europeos apenas tenían una idea aproximada de las dimensiones del mundo, los relatos de viaje fueron dispositivos excepcionales para la transmisión de conocimientos sobre tierras remotas, respecto a la geografía, la naturaleza y los habitantes. “Pero también aportaron informaciones nuevas que pusieron en tensión los viejos saberes y fomentaron una actitud crítica entre los intelectuales de la época. Adicionalmente, los relatos de viaje expresan experiencias que son importantes para reconstruir el tipo de contacto, de negociación o de enfrentamiento, entre los viajeros y los habitantes locales”, acota la investigadora. “En algunos casos, los relatos filtran aspectos de la resistencia local o de la debilidad de los europeos”.
Las diferentes versiones de relatos de viajes posibilitan visualizar y analizar la tensión entre expectativas y experiencias, la centralidad del conflicto interétnico, el fracaso del proyecto imperial idealizado y el poder de las representaciones. “La colonización de Virginia no fue un proceso lineal ni exitoso, sino una experiencia caótica y violenta”, concluye la autora.
Para saber más, podés leer los cuestionarios que respondieron las historiadoras en relación a sus investigaciones:
Carolina Martínez es especialista en el análisis de la producción, recepción y circulación de relatos de viaje e imágenes cartográficas en el período de la expansión transoceánica europea de los siglos XVI a XVIII.
Malena López Palmero se dedica al estudio de los viajes ultramarinos de la temprana Edad Moderna, se especializó en la colonización inglesa de Virginia entre los siglos XVI y XVII.
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