Escuela de Hábitat y Sostenibilidad, Instituto de Investigación e Ingeniería Ambiental
Doctora en Ciencias Biológicas por la UBA, especialista en ecotoxicología e investigadora independiente del CONICET, Carolina Aronzon trabaja en el análisis de la toxicidad de sustancias y muestras ambientales mediante bioensayos de laboratorio y biomarcadores. Desde el 3iA – EHyS UNSAM, donde también es docente, analiza el vínculo entre nuestras prácticas cotidianas y la contaminación del agua. En el marco del Día de la Tierra, reflexiona sobre la urgencia de repensar los modelos de producción, visibilizar los efectos de la contaminación en los ríos y fortalecer el compromiso comunitario con el ambiente.
—Este año el Día de la Tierra nos invita a pensar en el poder que tenemos para cambiar el planeta. Desde tu experiencia, ¿cómo afectan nuestras decisiones diarias?
Cada decisión que tomamos en nuestra vida cotidiana tiene un impacto, aunque a veces no lo veamos de inmediato. Desde mi experiencia en ecotoxicología, sé que el uso que hacemos de diferentes productos —como limpiadores del hogar, cosméticos, medicamentos o pesticidas en jardines— puede tener consecuencias directas o indirectas en la calidad del agua. Muchos de estos compuestos, al ser descartados de forma inadecuada o simplemente por su uso habitual, terminan en los cursos de agua, ya que no siempre son eliminados por las plantas de tratamiento.
Pero no se trata solamente de qué consumimos, sino también de cuánto y cómo se produce aquello que consumimos. La producción de bienes —desde alimentos hasta ropa o tecnología— muchas veces implica el uso de sustancias químicas, agua en grandes cantidades o prácticas intensivas que generan contaminantes que luego llegan a los cuerpos de agua.
En el laboratorio, evaluamos justamente eso: cómo estas sustancias, solas o en mezcla, diferentes efluentes afectan a organismos acuáticos a nivel celular, genético y fisiológico. Lo que vemos es que incluso concentraciones muy bajas pueden causar daño.
—Participaste en estudios sobre la contaminación del río Areco. ¿Qué encontraron y por qué es importante que hablemos de esto?
Sí, dirijo una tesis de doctorado que evalúa la calidad del agua del río Areco asociada a diferentes usos del suelo de la cuenca, y lamentablemente observamos un deterioro importante. En varios puntos, los parámetros fisicoquímicos no cumplieron con los niveles guía establecidos para la protección de la vida acuática. Vimos valores preocupantes de oxígeno disuelto, nitrito, amonio, demanda biológica de oxígeno (DBO5), sólidos suspendidos y disueltos, conductividad, pH y también de algunos metales como cobre, manganeso y zinc.
Además, encontramos entre 19 y 31 plaguicidas en las muestras, alcanzando concentraciones de hasta 4,87 ug/L. Entre los más frecuentes estaban glifosato, atrazina y 2,4-D, que son de uso común en agricultura. Pero no nos quedamos solo con el análisis químico: realizamos bioensayos con larvas de anfibios, y algunos resultados fueron alarmantes. En ciertos puntos, las muestras generaron efectos letales, y en muchos otros vimos alteraciones en biomarcadores de estrés oxidativo y neurotoxicidad, lo cual indica efectos subletales que pueden afectar la salud, el desarrollo y la sobrevida de estos organismos.
Es fundamental hablar de esto porque la contaminación del agua es una problemática ambiental muy relevante. Afecta directamente a los ecosistemas acuáticos, comprometiendo la biodiversidad y el funcionamiento de estos ambientes, pero también impacta a las personas que viven en las cercanías del río, que lo utilizan para el ocio, para actividades productivas o como fuente de agua. Lo que encontramos en el río Areco pone en evidencia una forma de uso del territorio y de producción que está generando impactos sobre el ambiente, y que ya no podemos seguir ignorando. Visibilizar estos problemas es el primer paso para generar conciencia y exigir transformaciones que protejan a la naturaleza y a las comunidades.
—¿Cuáles son los principales desafíos para cuidar el agua en Argentina? ¿Qué cambios podrían ayudarnos a tener ríos y arroyos más limpios?
Uno de los principales desafíos para cuidar el agua en Argentina es repensar el modelo de producción que seguimos sosteniendo. Muchas veces se plantea que, por ser un país en desarrollo, la protección ambiental debe postergarse frente a objetivos económicos a corto plazo, lo que refuerza modelos productivos intensivos y altamente extractivos.
Es necesario avanzar hacia un ordenamiento territorial y una regulación más estricta y protectora, que se apliquen efectivamente. Llevar adelante monitoreos ambientales rigurosos, y controles reales sobre las actividades productivas.
—Fuiste parte del documental Voces del Río, que busca mostrar lo que pasa con el agua en algunos territorios. ¿Qué aprendiste de esa experiencia y cómo puede ayudar a generar conciencia?
Fue una experiencia sumamente enriquecedora. Además de profundizar los lazos que ya veníamos construyendo con la comunidad de Areco, el documental muestra de una forma muy hermosa y sensible la identidad del pueblo en relación con el río, resaltando las contribuciones no materiales de la naturaleza: los paisajes, los recuerdos, las prácticas culturales, el sentido de pertenencia.
Creo que cuando una comunidad reconoce ese vínculo, esa dimensión afectiva y simbólica que el ambiente tiene en su vida cotidiana, también se fortalece el compromiso por cuidarlo.
—Si tuvieras que dejar un mensaje en este Día de la Tierra, ¿qué le dirías a quienes quieren cuidar el ambiente pero no saben por dónde empezar?
Cuidar el ambiente no es una tarea exclusivamente individual, pero nuestras decisiones cotidianas sí tienen un impacto. Es importante tomar conciencia no solo de las decisiones que tomamos como consumidores, sino también de las que asumimos como ciudadanas y ciudadanos políticos, pensando en los modelos de desarrollo que queremos sostener, y cómo queremos construir ese futuro, buscando alternativas que promuevan el cuidado del ambiente.
Escuela de Hábitat y Sostenibilidad, Instituto de Investigación e Ingeniería Ambiental