¿Cuáles fueron los rasgos fundamentales del papado de Francisco? ¿Cuáles son los efectos de su muerte en la coyuntura actual? Para Nicolás Viotti, doctor en Antropología Social e investigador de la Escuela IDAES, el impacto de la figura de Francisco va más allá del ámbito del catolicismo. En un contexto global marcado por el ascenso de movimientos ultraconservadores y la polarización política, su legado contiene un mensaje de fraternidad, justicia y cuidado del planeta que marcarán un contrapeso importante en los tiempos por venir.
Por Nicolás Viotti
Desde aquella noche de 2013, cuando el humo blanco anunció la elección de Jorge Bergoglio como Papa de la Iglesia Católica, el catolicismo volvió a ser parte de una conversación que parecía estar perdiendo relevancia. Aunque Francisco tiene críticos —desde los tradicionalistas que defienden una visión más conservadora de la Iglesia hasta los radicales que esperaban cambios más rápidos y profundos—, su papado construyó una agenda original y a contracorriente para el catolicismo del siglo XXI.
Nunca fuimos del todo modernos porque nunca dejamos de ser religiosos: en todo caso se es religioso de modos diferentes. En un contexto donde la religiosidad nunca se fue sino que se diversificó con el auge del cristianismo evangélico y las espiritualidades alternativas, y convive hoy con la inercia de la religión laica del humanismo secular, Francisco intentó reencarnar el catolicismo en un mundo en transformación.
¿Cuáles fueron los rasgos fundamentales del papado de Francisco? ¿Cuáles son los efectos de su muerte en la coyuntura actual? El papado de Francisco será recordado por muchas razones, pero dos destacan especialmente: una reforma histórica del catolicismo en términos doctrinales, institucionales y culturales, y un mensaje más amplio, que excede el catolicismo mismo, que resuena en un mundo enfrentado a crisis sociales, ecológicas y existenciales.
El Papa Francisco centró su agenda en temas cruciales como la exclusión social, la pobreza, la migración, la crisis ambiental, el papel de la mujer y las identidades de género. Su enfoque fue el de una Iglesia que no se limita a ser un juez moral, sino que busca acompañar a las personas en sus realidades concretas. Esta visión de una Iglesia “de puertas abiertas” contrastó con la idea de una institución cerrada en sí misma, más preocupada por juzgar que por comprender.
Históricamente, el catolicismo ha oscilado entre dos polos: la reafirmación de sus tradiciones trascendentes y la apertura a un mundo diverso y cambiante inmanente. Este equilibrio entre tradición y apertura, entre trascendencia e inmanencia, ha sido clave para la supervivencia y expansión del catolicismo a lo largo de más de dos milenios. Francisco representó claramente esta segunda tendencia, donde la Iglesia buscó dialogar con las realidades contemporáneas sin perder su identidad.
El papado de Francisco coincidió con un momento de profundas transformaciones globales. En un mundo marcado por el individualismo, la desigualdad económica y la crisis ambiental, su mensaje fue una voz singular. Encíclicas como Laudato Si’ (sobre el cuidado de la casa común) y Fratelli Tutti (sobre la fraternidad universal) abordaron temas urgentes, como la justicia social, la ecología y la solidaridad humana.
Además, Francisco promovió un diálogo interreligioso y ecuménico, acercándose a otras tradiciones espirituales y a pueblos originarios. Su enfoque inclusivo generó tanto admiración como controversia, especialmente entre sectores más conservadores de la Iglesia. Sin embargo, su llamado a una Iglesia “misericordiosa” y cercana a la gente resonó profundamente en un mundo cada vez más fragmentado.
Uno de los aspectos más destacados de su papado fue la reforma de la Curia Romana, el gobierno central de la Iglesia. A través de documentos como Praedicate Evangelium, Francisco buscó modernizar las estructuras eclesiásticas, promoviendo una mayor transparencia y participación. También impulsó una mayor inclusión de las mujeres y los laicos en roles de liderazgo, aunque este proceso sigue siendo lento y controvertido. Además, su énfasis en la sinodalidad —entendida como un proceso de discernimiento colectivo— buscó democratizar parcialmente la toma de decisiones dentro de la Iglesia.
Sin embargo, no todo fue fácil. Francisco enfrentó resistencias internas, especialmente de sectores tradicionalistas que vieron sus reformas como una amenaza a la identidad católica. Figuras como el cardenal Raymond Burke – quien representa el tradicionalismo opuesto al Concilio Vaticano II y entre otras cosas reivindica la misa tridentina en latín, aborrece la migración islámica en Europa y ha realizado declaraciones negacionistas en relación al COVID19 – criticaron abiertamente su enfoque. Mientras que otros, como el cardenal Pietro Parolin, apoyaron su visión más moderada y reformista.
Un aspecto fundamental del papado de Francisco se centró en la necesidad de reconocer a los excluidos, los marginados y todos los que quedan fuera del modelo del éxito y la “religión del dinero”. Este énfasis actualizó de un modo original la doctrina social que emergió en la Iglesia a finales del Siglo XIX con un cuestionamiento más radical al capitalismo contemporáneo.
En simultáneo, otro aspecto original inédito en la Iglesia católica fue el énfasis en el problema ambiental, actualizando una tradición teológica en donde la idea de “naturaleza” resulta crucial. En Fratelli Tutti (2020), enfatizó la fraternidad universal y la solidaridad como respuestas a un mundo fragmentado por el individualismo y la desigualdad. Estos documentos no sólo influyeron en el pensamiento católico, sino que también contribuyeron a debates globales sobre sostenibilidad y derechos humanos. En Laudato Si’ (2015), Francisco articuló una crítica al modelo económico global basado en la explotación de los recursos naturales y la exclusión social, proponiendo una “ecología integral” que vincula el cuidado del medio ambiente con la justicia social.
Otro aspecto de su papado fue el del diálogo interreligioso y la consideración de la diversidad de género. Francisco promovió un intenso diálogo interreligioso, acercándose a líderes de otras tradiciones espirituales y reconociendo la riqueza cultural y religiosa de pueblos originarios. Su enfoque inclusivo se manifestó en gestos como la histórica reunión con el Gran Imán de Al-Azhar en 2019. Asimismo, si bien la Iglesia Católica mantiene fuertes reservas en la aceptación de formas de vida por fuera del modelo marital heterosexual, son muchas las declaraciones públicas de Francisco donde mostró su apertura hacia los/las divorciados/as y las personas de la heterogénea red LGBTQ+, expresada en su famosa frase “¿Quién soy yo para juzgar?”. Estas posturas, aunque celebradas por muchos, generaron también tensiones con sectores conservadores dentro de la Iglesia que vieron en ese diálogo interreligioso o en la tolerancia a la diversidad de género una amenaza a los fundamentos teológicos e identitarios del catolicismo y su principio de “naturaleza”.
El impacto de Francisco va más allá de los confines del catolicismo. En un contexto global marcado por el ascenso de movimientos ultraconservadores y la polarización política, su mensaje de fraternidad, justicia y cuidado del planeta será sin dudas un contrapeso importante.
En un mundo cada vez más digitalizado, Francisco utilizó las redes sociales y los medios de comunicación para amplificar su mensaje. Su estilo cercano y su capacidad para conectar con audiencias globales lo convirtieron en una figura mediática comparable a Juan Pablo II, pero adaptada a las dinámicas del siglo XXI. Este enfoque permitió que su mensaje trascienda los confines tradicionales de la Iglesia, llegando a públicos secularizados y a zonas de la política contemporánea que hace de su mensaje una herramienta política de transformación.
Doce años después de su elección, el papado de Francisco dejó una marca indeleble no sólo en la Iglesia Católica sino en los nuevos lenguajes que imaginen una vida a escala humana, una apertura a los otros y una alerta radical sobre el cambio climático. Su llamado a una Iglesia más humana, más cercana a los problemas reales de la gente y más comprometida con la justicia social y ambiental será recordado como un momento clave en la historia del catolicismo.
Francisco criticó la “cultura del descarte”, donde las personas y el planeta son tratados como mercancías, desafiando directamente las agendas de gobiernos y movimientos que promueven el nacionalismo excluyente y el individualismo extremo.
La muerte de Francisco representa un punto de inflexión en un momento en que la promesa de una vida común necesita voces que promuevan la unidad y la justicia. Su liderazgo, si persiste, puede convertirse en un faro de imaginación política de los excluidos o desilusionados por las políticas de re-jerarquización social promovidas por gobiernos autoritarios y el mundo corporativo. En un escenario global marcado por el ascenso de movimientos neo-reaccionarios y gobiernos como los de Trump y Putin que se ciernen como una tenaza sobre los principios básicos del consenso de la democracia liberal que rigió en el mundo euroatlántico desde la Segunda Guerra Mundial, los ecos de Francisco podrán tener sin duda efectos significativos como una voz alternativa.
Es cierto que, sin su presencia, la Iglesia podría enfrentar presiones para volver a un enfoque más conservador y alejarla de los desafíos urgentes de nuestro tiempo. Pero también es posible que, más allá de sus transformaciones efectivas en la Iglesia, los cambios estructurales y teológicos de Francisco al interior del catolicismo funcionen como una cadena de transmisión de transformaciones futuras. Al fin y al cabo, si bien no es la única y posiblemente hoy no tenga la fuerza cultural de antaño, el cristianismo católico ha sido parte sustantiva de la conformación subjetiva e institucional de Occidente, por lo tanto sus mutaciones contemporáneas aún pueden tener efectos sobre la imaginación y la vida de millones de personas que adhieren a esa identidad religiosa o, incluso, de quienes atravesados por complejos procesos de secularización no se sienten parte del catolicismo pero son afectados indirectamente por su modelo cultural.
En un mundo cada vez más complejo y dividido, Francisco fue una voz que insistió en lo que tal vez sea el último gran gesto humanista en un contexto de crisis acelerada. Un contexto regido por la objetificación radical como consecuencia de la hiper-tecnificación, la disolución de las fronteras entre lo privado y lo público, de lo vivo y lo no vivo y de la mercantilización de la vida. En fin, la instauración de una forma de existencia que aniquila en simultáneo la diversidad biológica, por la contaminación y el extractivismo, y la diversidad humana en sus variadas manifestaciones existenciales, por la explotación y la subordinación de los otros. Esta nueva normalidad no es sólo la crisis de un humanismo ingenuo hecho a medida de las élites liberales, sino una crisis terminal sobre el mundo tal como lo conocemos. Una crisis alentada por procesos que indican que estamos cada vez más lejos del ideal de una humanidad compleja con acceso a derechos universales, así como de la posibilidad real de un proyecto de vida diverso y múltiple.
Si es cierto que nunca hemos dejado de ser religiosos y que, más allá de la crisis de ciertas instituciones eclesiales, nuestra vida contemporánea, contra todas las predicciones seculares, está por lo menos tan metafísicamente estructurada como siempre ha estado, no es descabellado asumir que toda política por venir será en sí misma una política espiritual o una cosmopolítica. Un escenario posible, el más reactivo, es el desbaratamiento de sus reformas y el acallamiento de su impulso reformista en la deriva del catolicismo durante el próximo papado. En otro escenario posible, más promisor, el énfasis sobre el cambio social, cosmológico y espiritual de Francisco podrá convertirse en los próximos años en un recurso clave de una política donde estarán en juego no sólo los recursos, la tecnología y la vida sino el propio campo de la existencia.
Sería bueno que este análisis certero fuera compartido por mucha gente para que vean el verdadero valor por encima de lo emocional que ha tenido el papado de Francisco sobre todas las cosas de la vida de los seres humanos
Excelente descripción !!
Excelente análisis!!
Gracias gracias