En el marco del III Congreso Internacional de Ciencias Humanas se presentó “Léxico crítico del futuro” (UNSAM EDITA), una obra colectiva y polifónica creada por más de cien investigadores e investigadoras de nuestro país y del extranjero y editada por Andrés Kozel, Marina Farinetti y Silvia Grinberg. Participaron del panel “Vocabulario de futuro: palabras e imágenes” los investigadores y autores Andrés Kozel, Flavia Costa, Francisco Naishtat, Ezequiel Gatto y Silvina Vidal. Compartimos el texto que presentó el investigador Andrés Kozel.
Por Andrés Kozel (CONICET, UNSAM)
El Léxico crítico del futuro está compuesto por más de 130 entradas elaboradas por 150 autores y autoras, y es el resultado de una indagación colectiva sobre palabras portadoras de futuro que cubrió más de tres años. Forma parte de las actividades que venimos llevando adelante en el marco del Proyecto de Unidad Ejecutora (PUE) del Laboratorio de Investigación en Ciencias Humanas (LICH), unidad dependiente de la Escuela de Humanidades de la UNSAM y del CONICET.
El PUE se titula Perspectivas y prospectivas de futuro, un atlas digital de lenguajes, categorías y experiencias, y no se limita al Léxico, aunque el Léxico es parte muy principal del mismo. Sabemos, con Paul Ricœur, que nuestra experiencia de la temporalidad y, por eso, del futuro, tiene lugar con y por el lenguaje. Lidiamos con el enigma del tiempo con palabras, frases, figuras, tramas y narraciones ‒históricas y ficcionales. También, claro, con imágenes, unas imágenes que para tornarse significativas suelen requerir a su vez de la mediación de las palabras. Por eso, la labor realizada en el Léxico prosigue en los dieciséis paneles de inspiración warburguiana que aquí nos rodean acompañando la presentación, y que desde ya comienzan a formar parte de nuestro atlas del futuro.
No voy a utilizar mi intervención para describir el Léxico. Está disponible en línea, el acceso es abierto, y la mayor parte de los aquí presentes ya lo ha recorrido en alguna medida. Cuenta además con una no muy extensa Introducción donde los editores explicamos sus sentidos y alcances. Quisiera, en cambio, y en vez de reiterar innecesariamente aspectos allí mencionados, compartir una breve reflexión vertebrada en torno a tres nociones: gratitud, intemperie y esperanza.
Gratitud es lo que antes que ninguna otra cosa debo expresar ahora a muy numerosas personas e instancias. Comenzando por las colegas que me acompañaron en la edición de la obra, Silvia Grinberg y Marina Farinetti, directora y vicedirectora del LICH, respectivamente. Continuando por Silvia Bernatené, decana de la Escuela de Humanidades, quien desde el inicio apoyó la iniciativa. Prosiguiendo por el comité organizador y por los numerosos autores y autoras que confiaron en nosotros. Y desembocando en UNSAM EDITA, representada aquí por su directora Flavia Costa, quien puso a disposición tanto su conocimiento en las temáticas abordadas en el Léxico ‒la entrada “Tecnoceno” lleva su firma‒ como su experticia en la labor editorial. Entre paréntesis, es una decisión meditada que el Léxico aparezca de la manera en que lo hace: en línea, abierto, en diseño austero, fácilmente descargable y navegable desde los distintos dispositivos al uso. Está abierta la posibilidad de avanzar en una edición impresa. Pero la decisión primera fue tornarlo disponible del modo en que lo estamos haciendo.
La gratitud tiene que ver con la confianza, una confianza que hicimos todo lo posible por honrar. Decía María Zambrano que la esperanza es el sostén de la vida y la confianza es el sostén de la esperanza. Sin el aludido eslabonamiento de tan numerosas recíprocas confianzas esta iniciativa no habría podido sostenerse a lo largo del tiempo, y el Léxico sencillamente no existiría. Por eso, la gratitud.
Intemperie es una noción que parece contradecir la imagen del eslabonamiento de recíprocas confianzas recién introducida. En verdad, no lo hace. Es justo al revés. Intento explicarme. El Léxico no es un “diccionario de autor”. Por el contrario, es, vale la pena insistir en ello, una obra colectiva. Esta también fue una decisión meditada, tomada ab initio. No parecía recomendable, al iniciar el camino, optar por un enfoque al que todos los autores, autoras y equipos de investigación hubieran de adherirse. Nuestro laboratorio ‒hablamos de un espacio integrado por un centenar de personas formadas en distintas disciplinas‒ es, por definición, plural, y era preciso respetar esa pluralidad. Por eso se optó por escuchar y dar espacio a las voces de las y los colegas, lo cual conllevó adentrarse en lógicas de trabajo -en talleres- sumamente participativas y discutidas, parte de las cuales tuvieron lugar, todavía, durante los meses de confinamiento debido a la pandemia de Covid-19. Esto supuso, por parte de los organizadores, asumir la intemperie y dejarse interpelar por una multitud de cuestiones que me/nos desbordaban en todos planos. Este fue y es, rigurosamente hablando, el núcleo de mi experiencia asociada al Léxico. No estoy buscando tematizar una épica personal, ni nada parecido. Una imagen más adecuada podría ser la de haber ido “caminando juntos a la intemperie”, justo eso es lo que me parece que estuvimos haciendo durante todo este tiempo, afrontando vientos, lluvias, arremolinamientos, estancamientos, desorientaciones, reinicios. Preguntándonos vez tras vez si estábamos avanzando en el sentido que deseábamos. Todo dicho en gerundio, forma verbal a la que es clave acudir cuando se trata de “apresar” la experiencia de la temporalidad, la general y la específica. Caminando de esta manera se sufre un poco, y a veces bastante, puedo certificarlo, pero lo que se aprende es inconmensurable. Lo antedicho no equivale a sostener que el Léxico carece de supuestos teóricos. Los tiene, operan laxamente, y sólo en cierto nivel. El principal supuesto ‒se lo puede recordar aquí‒ es que la impresionante profusión terminológica que, en relación con el futuro, viene teniendo lugar en las últimas décadas, ha de pensarse no como mera hojarasca devaluatoria del lenguaje y sus antiguas dignidades, sino también y, sobre todo, como probable síntoma de vastas transformaciones socioculturales cuyos contornos conocemos aún de manera aproximada y apenas vamos pudiendo esbozar.
Facundo Rocca, quien integró el comité organizador del Léxico, redactó más de una entrada y nos ayudó con un racimo de ellas, publicó hace pocas semanas una muy aguda reflexión sobre la posibilidad de conversar en filosofía. En parte, su reflexión se inspiró en la experiencia del Léxico, en ese ir caminando a la intemperie al que vengo haciendo referencia. Se pregunta Rocca (“Método dialecto”, en Revista Urbe, en línea) cómo puede entablarse un diálogo fecundo entre personas que, en principio, hablan distintos dialectos. Nuestros dialectos son siempre singulares, nadie está en posesión del grado cero, y no hay tiempo para darnos un esperanto. Lo común, en todo caso son los problemas, en este caso, digámoslo así, la inquietud del futuro y sus dimensiones; también es común ‒prosigue Rocca‒ el terreno movedizo sobre el que resbalamos. Esta reflexión de Rocca describe muy impecablemente, a mi modo de ver, la experiencia asociada a ese haber ido haciendo el Léxico. Que resulta ser, así, como alguna vez conversamos también con el mismo autor, una obra mucho más idiosincrásica de nuestro espacio que un libro “de autor” que obedece a una visión teórica acrisolada a lo largo de décadas de trabajo. Hay, desde luego, excelentes diccionarios “de autor”; nosotros no podíamos, y tampoco quisimos, seguir esa vía. Optamos pues por asumir la diversidad dialectal y pugnar con las indeterminaciones e incertidumbres derivadas. Intemperie es, claro, una noción con densidades filosóficas. No voy a detenerme ahora sobre ellas. Aunque tal vez cupiera hacer una mención a la revista de ese nombre que, en Córdoba y hace unos veinte años, dirigiera Héctor Schmukler. Y cupiera también decir que hay una analogía posible entre nuestro recorrido y la situación epocal que nos envuelve, que tiene bastante y casi todo de sombría y desesperante. Y cupiera igualmente recordar que uno de los paneles que aquí nos rodea, el titulado “Ilimitado abismal”, ideado por Julieta Armella y Hernán Borisonik, contiene en su base misma un fotograma tomado del film Melancholia, de Lars von Trier, donde desde una intemperie se contempla un final. El Léxico no cuenta con una entrada sobre intemperie, aunque sí con incisiones sobre “Melancolía”, “Extinción” y así.
Esperanza, a su vez, es una noción que parece contradecir lo recién indicado sobre la situación epocal que nos envuelve, decíamos que sombría, desesperante y desesperanzadora. Uno de los propósitos del proyecto y, también, claro, del Léxico, fue y sigue siendo el de eludir diagnósticos y perspectivas unilaterales (catastrofistas, naífs o solucionistas), y así buscar, de acuerdo con unas expresiones de Nikolas Rose que Silvia Grinberg nos invitó a hacer nuestras, un pathos ligado a los afanes de desestabilizar y reabrir el futuro. En consonancia con ello, quisimos desde el inicio que el Léxico tuviera una entrada dedicada a la voz “Esperanza”. No fue posible, al menos no todavía (y este todavía insinúa que el Léxico puede aún estar de alguna manera abierto…). Pero la esperanza, con todas sus denotaciones y connotaciones, recorre la obra como una brisa fresca y a la vez como una obsesión febril. Hay, lo sabemos, discusiones intensas, primordiales y actualísimas, sobre el término. Hay recuperaciones recientes de la obra de Ernst Bloch. Autores muy contemporáneos han escrito sobre la esperanza, incluso el Papa Francisco lo ha hecho. También Quentin Meillassoux, Terry Eagleton, Sara Ahmed, Byung Chul Han, este último apenas ayer. Es, por supuesto, un término delicado, que toda persona consciente del desgaste que sufren las palabras, nunca está completamente segura de si conviene volver a pronunciar. Ahora me está tocando tristemente hacerlo y espero con ello no contribuir a su desgaste, sino al revés. Esperanza significa básicamente posibilidades abiertas, es decir, apertura. Hay un trabajo sobre ello en numerosos pasajes del Léxico, en particular en la entrada “Futuridad”, firmada por Ezequiel Gatto, quien también nos acompaña en este panel ‒y, también, en varias otras de las incisiones.
Decía María Zambrano, a quien ya mencionamos antes a propósito de la confianza y su vínculo con la esperanza, pensada ni más ni menos que como sostén de la vida, que la esperanza se asocia a saber que toda situación sin salida puede ser relativizada. Y en otra parte, rumiando enseñanzas de su maestro José Ortega y Gasset, la misma Zambrano escribió estas palabras, que a mi juicio nos ayudan a concebir a la esperanza como algo palpable, físico, y también ligado, con o sin paradojas, al mundo de los sueños: “La esperanza es, hambre de nacer del todo”. Consiste ‒continuaba diciendo esta autora que en nuestra lengua así filosofó‒, en “elevar a plenitud lo que solamente llevamos en proyecto. En este sentido, la esperanza es la substancia de nuestra vida, su último fondo; por ella somos hijos de nuestros sueños, de lo que no vemos, ni podemos comprobar (…) Por ese tenemos tiempo, estamos en el tiempo”.
Andrés Kozel, Escuela de Humanidades, futuro, léxico, LICH, UNSAM Edita