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3 de octubre: Día Mundial del Hábitat

José Barbero, Rubén Quintana y Lorena Vecslir, investigadorxs de la Escuela de Hábitat y Sostenibilidad de la UNSAM, reflexionan sobre el concepto de hábitat desde sus respectivos campos disciplinares. “Cuestiones como el cambio climático, los desafíos tecnológicos, el consumo energético, la creciente urbanización, la demanda de transporte y el ordenamiento territorial nos interpelan a todos los profesionales que trabajamos en temas urbanos”.

Por Mariana Lanfranco

¿De qué hablamos cuando hablamos de hábitat?

El primer lunes de octubre de cada año fue designado por las Naciones Unidas como Día Mundial del Hábitat con el objetivo de reflexionar sobre el estado del lugar en el que vivimos y sobre el derecho básico de todxs a una vivienda digna. El lema de este año “Cuidado con la brecha. No dejar a nadie, ni ningún lugar, atrás” busca abordar la creciente desigualdad, potenciada entre otras cosas por la pandemia.

Para pensar esta fecha, consultamos a tres investigadorxs y referentes de la Escuela de Hábitat y Sostenibilidad (EHyS) de la UNSAM. Cada unx de ellxs aporta una mirada desde su campo disciplinar, pero resulta interesante notar las coincidencias que aparecen en sus reflexiones y la pluralidad de perspectivas que permiten abordar la cuestión.

Ruben Quintana, doctor en Biología, investigador, docente del Instituto de Investigación e Ingeniería Ambiental (3iA – EHyS) y director de la Unidad de Doble Dependencia IIIA CONICET/UNSAM, señala que, desde la ecología, “el hábitat lo definimos como el lugar físico que una especie ocupa. Ese lugar va a ser el resultado de un conjunto de condiciones y factores que interactúan y permiten que una población de cualquier especie pueda establecerse y reproducirse”. Un concepto vinculado al hábitat es el de “nicho ecológico”, que tiene otras dimensiones además del lugar físico donde habita una especie. “Cuanto más heterogéneo es un ambiente va a tener mayor oferta de nichos ecológicos, los cuales son aprovechados por distintas especies, con el consecuente aumento de la diversidad”, explica. Estos nichos pueden ser verticales, como en el caso de las selvas, o pueden estar organizados a partir de parches de distintos tipos —parches de bosque con pastizal, cursos de agua, etc.—. “Cuando hablamos de nichos, expresamos la relación entre los individuos o poblaciones con todos los aspectos de su ambiente y, por lo tanto, el rol ecológico de una especie dentro de una comunidad. Este concepto es multidimensional: por ejemplo, una especie que se alimenta de día y otra que lo hace de noche pueden convivir perfectamente en el mismo nicho. Es decir, van a coincidir en todas las demás dimensiones excepto en términos de hábitos diurnos y nocturnos”, detalla Quintana. 

El investigador advierte que el término hábitat ha sido utilizado en los últimos tiempos con un enfoque antropocéntrico, cuando en realidad hay definiciones más amplias que pueden aplicarse a cualquier tipo de especies, incluida la nuestra. “Podríamos decir que lxs seres humanxs somos una especie ‘generalista’, ya que podemos estar en muchos lugares con distintas características. En cambio hay especies ‘especialistas’ que solo pueden estar en determinados ambientes; por ejemplo, los koalas, que solo se encuentran en bosques de eucaliptos”.

Lorena Vecslir, doctora en Urbanismo, arquitecta, investigadora, docente del Instituto de Arquitectura (IA- EHyS) y  coordinadora de Investigación del IA-EHyS, explica: “Desde el campo de la arquitectura y el urbanismo nos referimos al hábitat como al espacio en el que vivimos, que suele ser el de las ciudades, un hábitat urbano y humano que incluye edificios y espacios públicos (calles, parque, plazas). El lugar donde, con mayor o menor densidad e intensidad, se desarrolla la vida en sociedad”, señala.

Vecslir aclara que, hoy en día, la separación entre campo y ciudad ya no existe como tal: los límites se han vuelto difusos y el territorio está cada vez más antropizado. “Entonces hablamos de hábitats periurbanos o rururbanos, de ciudad difusa, dispersa, fragmentada, pero en términos de fondo-figura, donde lo construido sigue teniendo un papel protagónico y el paisaje un valor casi escenográfico”. El gran desafío para arquitectos y urbanistas es, justamente, invertir esa relación y acercar la noción de hábitat a la de los biólogos y ecólogos, “entendiéndolo en su dimensión física, social y ambiental como un conjunto de relaciones esenciales para la vida de todas las especies”.

José Barbero, magíster en Geografía y Planeamiento Urbano, investigador y docente del Instituto de Transporte (IT – EHyS), afirma que “nuestro hábitat es el planeta, el espacio en el que vivimos, los componentes que lo conforman y con los cuales nos relacionamos”. Desde su área disciplinar, “el transporte constituye una de las actividades básicas de nuestra vida en este hábitat, que no se limita a los desplazamientos que tengamos diariamente dentro de nuestros asentamientos —hoy mayoritariamente urbanos—, sino también a la interacción de las personas entre distintas localidades y al movimiento a diferentes escalas de los bienes que producimos y consumimos”. Así, Barbero explica que estas necesidades de movimiento crecieron exponencialmente en las últimas décadas a nivel global, y si bien  las mejoras de los sistemas de transporte que las hicieron posible han contribuido a una mejor calidad de vida, también “han implicado un consumo masivo de recursos (energéticos) y han comprometido su sostenibilidad en las dimensiones ambiental, social y económica financiera”.

Hacia una mayor igualdad en las condiciones de vida en las grandes ciudades

Vecslir señala que “la pandemia dejó claro las desigualdades sociales que existen en las grandes ciudades. No solo de acceso a una vivienda digna, sino al conjunto de infraestructuras, transporte, equipamientos y espacios públicos necesarios para la vida de las personas”. El derecho a la vivienda es prioritario, según la especialista, pero destaca que “su abordaje debe contemplar simultáneamente otros factores que también conducen a un hábitat más justo e inclusivo, como el derecho a un medioambiente saludable”.

En la misma sintonía, Quintana afirma que lxs humanxs como especie necesitamos una serie de condiciones del ambiente para poder estar bien, incluso el derecho a un ambiente saludable está contemplado en la Constitución  Nacional. “En las grandes ciudades habría que apuntar a tener una mayor heterogeneidad ambiental, que permita la convivencia de áreas naturales o seminaturales (verdes) con otro tipo de áreas (industriales, residenciales, etc.)”. El investigador señala que “luego de atravesar la pandemia, nos damos cuenta aún más de la importancia de estos espacios verdes dentro de las ciudades, sobre todo como amortiguación de los efectos del cambio climático: la presencia de áreas verdes hace bajar rápidamente las temperaturas en las ciudades. Lo mismo ocurre con las zonas de humedales, que amortiguan el aumento del nivel del mar  o de los eventos extremos climáticos”.

En los grandes centros urbanos debería haber entonces un equilibrio entre las áreas verdes y las áreas construidas, una heterogeneidad de situaciones que generalmente no se da. “En los últimos años las manchas urbanas han ido creciendo desordenadamente en el territorio y avanzando sobre los ambientes naturales llegando al extremo de reemplazarlos completamente. Y esto tiene una afectación directa sobre la salud humana y las condiciones de vida”, advierte Quintana.

Desde la perspectiva del sistema de transporte, Barbero señala que “en materia ambiental, las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) y las emisiones contaminantes afectan la calidad del aire en las ciudades. En el ámbito social, la provisión o no del acceso físico que brinda el transporte constituye un factor de primer orden para la inclusión, tanto en el ámbito urbano como en el rural”.

Desafíos para una mejora del hábitat

Según Barbero, en los últimos años se ha impulsado un cambio de paradigma en las políticas y planes del transporte: “Esto implica cambios sustanciales en la forma de organizar los servicios, buscando reducir los impactos negativos sobre el medio con una mirada de ciclo de vida”. Pero también implica promover políticas de gestión de la demanda, por ejemplo mediante un ordenamiento urbano que reduzca la extensión o la concentración temporal de los viajes. “La consideración de la accesibilidad de transporte de personas constituye un claro avance: no se trata tanto de procurar fluidez en la circulación vehicular en las ciudades, como de asegurarse que todos puedan disponer de modalidades de transporte convenientes y asequibles para poder ejercer sus derechos”, detalla.

Para Quintana, el desafío que tenemos a corto y mediano plazo es el ordenamiento ambiental territorial. “Y este ordenamiento excede incluso a los ámbitos urbanos, creo que es necesario para todo el país, ya que actualmente las actividades se hacen sin ningún tipo de plan rector sobre cómo desarrollar una región”. Aunque sea muy difícil lograrlo, Quintana afirma que no  podemos seguir dejando que las manchas urbanas sigan creciendo sin control. “Además, deberíamos tener áreas naturales que mantengan muestras de los ecosistemas que había en ese lugar. Hoy en dia, por ejemplo, los humedales se rellenan y se edifican para convertirse en un barrio o en una zona industrial. El tema es que después tenemos que resolver problemas ambientales que creamos por esta misma tendencia a aumentar las manchas urbanas de manera exacerbada”, advierte.

En línea  con el investigador, Vecslir señala que “el principal desafío entendido en términos amplios es el trabajo multiescalar bajo unos mismos objetivos de ordenamiento urbano y territorial”. La especialista hace hincapié en que estos objetivos necesariamente deben conjugar las problemáticas ambientales con la protección de los sectores sociales más vulnerables teniendo en cuenta las distintas realidades y demandas territoriales.

Aportes desde la academia

La creación de la Escuela de Hábitat y Sostenibilidad, según Vecslir, ofrece la posibilidad de abordar estos problemas de manera integral, a través de estudios y proyectos tanto inter como multidisciplinares, teniendo en cuenta la complejidad del hábitat urbano. “Cuestiones como el cambio climático, los desafíos tecnológicos, el consumo energético, la creciente urbanización y demanda de transporte, la necesaria gobernanza y ordenamiento territorial, entre otras, nos interpelan a todos los profesionales que trabajamos en temas urbanos”.

En términos de políticas de transporte, Barbero señala que el paso del siglo XX al siglo XXI marcó un momento de cambio que implica el alineamiento con una estrategia de desarrollo sostenible para nuestro hábitat. “La universidad puede jugar un rol clave frente a este desafío, mediante la investigación básica y aplicada, la cooperación técnica con los sectores público y privado en la búsqueda de innovaciones, y la formación de las personas que llevarán a cabo esta necesaria transformación. Los problemas por enfrentar requieren una integración de perspectivas de conocimiento, combinando los tradicionales aspectos técnico-económicos del transporte con otras áreas, como el ambiente, el desarrollo urbano y las políticas sociales, productivas, de vivienda y de ordenamiento territorial”.

Quintana coincide en afirmar que desde la EHyS hay una serie de investigaciones que puedan aportar a mejorar las condiciones de los hábitats en las ciudades:  “A partir de la restauración y la remediación ambiental, el manejo de la biodiversidad, la ecología de paisajes, entre otras temas, tenemos capacidades para aportar herramientas al ordenamiento ambiental territorial, que es a lo que tenemos que apuntar en el futuro.

Nota actualizada el 3 de octubre de 2022

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