Instituto de Investigación e Ingeniería Ambiental

Gabriela Mataloni: “El estudio de los humedales es central para la conservación de la Antártida”

La especialista en limnología y ficología del Instituto de Investigación e Ingeniería Ambiental de la UNSAM estudia los humedales antárticos e integra un programa internacional del Comité Científico de Investigaciones Antárticas. “Se trata del primer programa ambiental y de conservación que cruza distintos saberes para el diseño de medidas de protección con base científica”, explica.

Por Mariana Lanfranco 

Gabriela Mataloni tiene una larga historia de investigación en la Antártida. Es doctora en Ciencias Biológicas por la UBA e investigadora del Instituto de Investigación e Ingeniería Ambiental (3iA) de la UNSAM-CONICET. Cuando viajó por primera vez al continente blanco, hace treinta años, no imaginaba que ese ecosistema sería el principal objeto de estudio de su carrera.

Hoy Mataloni se especializa en el estudio de los humedales antárticos y forma parte de un programa internacional del Scientific Committee on Antarctic Research (SCAR) para la conservación del continente. Además, dirige un Proyecto de Investigación Científica y Tecnológica (PICT) centrado en la caracterización de humedales antárticos, que cuenta con la colaboración de varixs investigadorxs de la UNSAM, el Instituto Antártico Argentino y otras universidades nacionales e internacionales.

“En los noventa yo estaba haciendo mi tesis doctoral sobre las turberas de Tierra del Fuego”, cuenta la investigadora, que por entonces integraba el Laboratorio de Limnología de la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA. En ese momento, la universidad había firmado un convenio con el Instituto Antártico para el desarrollo de investigaciones en la Antártida. Mataloni aprovechó la oportunidad y viajó para estudiar los cuerpos de agua dulce. Esa fue su primera campaña antártica, de las once que lleva hasta el momento. “Empecé estudiando los cuerpos de agua dulce y después noté que en el suelo y en la nieve también había algas: la famosa nieve teñida de verde.” 

Cómo reconocer un humedal en la Antártida

“Un humedal es un ecosistema que no es ni terrestre ni acuático. Se caracteriza por la disponibilidad temporaria de agua y por variaciones en esa disponibilidad”, explica la investigadora. “En algunos humedales, la disponibilidad de agua está dada por los pulsos de inundación (crecientes, bajantes). En la Antártida, en cambio, esa disponibilidad está dada por la temperatura: en verano hay agua disponible gracias al deshielo. Cuando ocurre el deshielo, se van formando arroyitos, charcas y lagunas. Esos cuerpos de agua tienen una conectividad: el arroyo que baja del glaciar alimenta una laguna y, al mismo tiempo, alimenta los musgos, de manera que todo florece a su alrededor. Todo este sistema entra en un kilómetro cuadrado; es una réplica en miniatura con las mismas características que cualquier sistema de humedales. Sería algo así como el planeta del Principito”. 

Esa relación entre las algas, la nieve, el agua y el suelo que Mataloni observó en su primer viaje era la misma interacción de los ambientes terrestres y acuáticos que tienen todos los humedales. Poco después, la investigadora continuó su trabajo junto con Rubén Quintana, investigador del 3iA, director del IIIA CONICET/UNSAM y uno de los mayores referentes en investigación de humedales. Con varias campañas antárticas por delante, Mataloni y Quintana eligieron estudiar la zona de Punta Cierva, protegida por su alta biodiversidad. Hasta ese momento, nadie había estudiado un ecosistema antártico bajo el paradigma conceptual de los humedales.

El agua dulce: la clave para la vida

“Así como las grandes civilizaciones antiguas florecieron en los humedales, las bases antárticas están ubicadas cerca de los cuerpos de agua dulce, que es clave para la vida y está disponible en la superficie durante el verano”, explica Mataloni. Las mismas características que hacen útiles a los humedales del mundo se replican en la Antártida. Sin embargo, aquello que los hace útiles para la supervivencia humana es también lo que los pone en riesgo. 

Se habla siempre de la Antártida como el continente prístino, pero no es tan así. Los principales problemas ambientales que enfrenta hoy son el cambio climático y la introducción de especies exóticas, que pueden alterar todo el sistema —aún si se trata de microbios, insectos o semillas—”. Por extraño que parezca, todo el metabolismo antártico se desarrolla en el nivel microbiano: “Allí no hay bosques, ni siquiera arbustos; solo hay una especie de pasto nativo y una planta muy pequeña similar al clavel. Se trata de un lugar en el que los microorganismos tienen un rol fundamental”. En este sentido, Mataloni señala la importancia de estudiar la biota nativa y el funcionamiento de los ecosistemas prístinos. “Solo conociéndolos se los puede conservar”.

El cambio climático afecta a la Antártida y a todo el equilibrio global. Los desprendimientos de hielo hacen que masas enormes de agua dulce naveguen y alteren la salinidad y la temperatura del mar. Así, se producen cambios en los ecosistemas marinos en sitios muy lejanos a la Antártida. “El agua dulce debería quedar congelada y donde está. Hay que proteger la Antártida lo más posible para que no empiece a formar parte de este efecto dominó de cambio climático, contaminación y sobreexplotación de los recursos que sufre el resto del planeta”, advierte Mataloni. 

Hacia la conservación del ecosistema antártico

El SCAR, organismo que dirige y regula todas las investigaciones en la Antártida, acaba de lanzar el programa global de investigación Ant-ICON (Integrated Science to Inform Antarctic and Southern Ocean Conservation), integrado por especialistas de países que tienen programas antárticos. En este marco se inscribe el proyecto que dirige Mataloni, el cual cuenta con la colaboración de varixs investigdorxs de la UNSAM. “Si bien el Tratado Antártico tiene vigencia permanente y suspende todo tipo de explotación de recursos, este es el primer programa internacional ambiental y de conservación que cruza distintos saberes para llegar a medidas de protección que tengan una base científica”, celebra la investigadora. 

El tratado declara que la Antártida es un continente dedicado a la paz y a la ciencia. Las bases argentinas que se encuentran allí no son militares: son bases administradas por las Fuerzas Armadas pero con funciones científicas. Hospedan a lxs investigadorxs durante las campañas de verano o anuales facilitando lo necesario para desarrollar sus actividades.

Mataloni asegura que se trata de un sitio al que falta investigar mucho para poder entenderlo y protegerlo. “La Antártida es una maravilla: los témpanos, las montañas y el mar están siempre ahí, pero nunca son los mismos.”

Nota actualizada el 9 de febrero de 2021

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