Festival Cultural Internacional de Danza Contemporánea

Escuela de Arte y Patrimonio, Notas de tapa

Oscar Araiz: “La pasión también se enseña”

En 2009 participó como invitado en una puesta experimental de la Unidad Académica de las Artes y no se fue más de la UNSAM. Fundó una carrera y formó el Grupo de Danza, que la semana pasada actuó en Argelia y ganó el segundo premio del Festival Cultural Internacional de Danza Contemporánea. A los 71 años, el coreógrafo y exdirector artístico del Ballet Estable del Teatro Colón celebra que el arte sea universitario y dice que su mayor estímulo creativo y profesional es la docencia.

Por Paula Bistagnino – Fotos: Pablo Carrera Oser

Cuando la maestra de danza contemporánea vio sus bocetos sobre La consagración de la primavera, no lo dudó: “Vos vas a ser coreógrafo”, le dijo como quien da una sentencia. Tenía 15 años y llevaba la mitad de su vida dibujando sobre música y cuerpos en movimiento. No sabía exactamente de dónde venía su inspiración. Con una madre melómana que tocaba el piano, algo flotaba en su casa. Pero tampoco se había detenido a pensarlo. Sin embargo, cuando la profesora dijo “coreógrafo”, no se sorprendió: “Ah, ¡era eso!”, reaccionó. “Fue una afirmación. Es como que te pongan una luz que te indica el camino. A partir de ese momento yo encontré mi identidad. Renací”, dice a los 71 años Oscar Araiz, el gran referente de la danza contemporánea argentina.

El no asume ese lugar. Su definición va por otro lado: “Antes que nada, yo soy un constructor. Lo soy en un sentido literal: un creador de estructuras. Una vez que supe lo que quería hacer, investigué, busqué a la gente con la que quería estar. Fui encontrando lo que necesitaba. Lo que no encontré, lo produje yo. Y estudié”. Mucho: danza moderna y composición con Dore Hoyer, Renate Schottelius, María Ruanota, Elide Locardi, Pedro Martínez, Amalia Lozano y Tamara Grigorieva; y clásica en la Escuela del Teatro Argentino de la Plata. Y bailó: en el Ballet del Teatro Argentino de La Plata y en el Grupo Cámara de Dore Hoyer. Todo eso en los siguientes 13 años tras descubrir su vocación. Es decir, antes de cumplir los 28. A esa edad el intérprete dejó lugar al creador: fundó el Ballet del Teatro San Martín y con él presentó Symphonia, Magnificat, Romeo y Julieta y La consagración de la primavera; dirigió el Ballet Estable del Teatro Colón (en 1979 y desde 2005 hasta 2006), el de la Danse del Grand Théâtre de Genève (Suiza), el Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín y el de Danza del Teatro Argentino de La Plata.

Arte en acción
Le escapa a la cámara. “Trabajando sí, sacame todas las fotos que quieras. Pero no me pidas que pose ni que te mire”, le advierte al fotógrafo antes de que termine de presentarse; amable y serio a la vez. Su cuerpo menudo y ágil se pierde entre los dieciseis alumnos que saltan, giran, corren y se arrastran en el Aula Tanque del Campus Miguelete. Las puertas de vidrio transpiran. Afuera es invierno y llueve. Adentro es otro mundo. De repente Araiz vuelve a escena con una indicación. Todos se detienen a escucharlo y repiten el movimiento. Una y otra vez, hasta que sale.

En el Aula Tanque del Campus Miguelete, Araiz dirige los ensayos del Grupo de Danza de la UNSAM. Araiz llegó a la UNSAM en 2009 para participar de una puesta experimental de Las troyanas de Eurípides, convocado por el director de la recién creada Diplomatura en Usos de la Voz, Santiago Chotsourian. “Era un laboratorio de voces, cuerpos y música. Emisión pura. Fue una experiencia fantástica. Hicimos varias funciones en el Teatro El Globo y tuvimos críticas estupendas. Cuando se terminó, todos nos quedamos con ganas de seguir. Y ahí nació el proyecto de la carrera”.

En pocos meses todo estaba todo en marcha. En realidad no había nada todavía; ni docentes ni espacio. Pero estaba Araiz y su impulso vital: “Arrancamos igual. Hicimos las audiciones para elegir a los alumnos y el resto se fue acomodando… Porque cuando hay pasión, cabeza y ganas, las cosas se consiguen. Y eso estaba, tanto de mi parte como de parte de la UNSAM”.

En marzo de 2010 se creó la Diplomatura en Danza. Es un programa de formación integral, teórica y práctica, que dura cuatro años y que en 2013 tendrá su primera camada de egresados. Dos tercios de la carrera son de formación general y en los últimos tres cuatrimestres se hace una de las tres especializaciones: Pedagogía, Composición y Técnicas Corporales Terapéuticas. Araiz las enumera y se detiene en cada una. Las tres son él y él es la suma de esas tres patas. Pedagogo, creador y, sobre todo, un creyente devoto de la importancia terapéutica del arte para la sociedad. “El arte en sí mismo es terapéutico. El arte armoniza. El arte cura. El arte salva. El arte une. El arte comunica. El arte emociona. Esto no tiene discusión. Y es socialmente imprescindible. El arte mejora a las personas”, dice.

Por eso, sigue, no tiene ningún sentido que haya universidades exclusivamente dedicadas al arte y, al revés, debería haber arte adentro de todas las universidades, especialmente las públicas. “¿Por qué nos empecinamos en separarlo del resto de las cosas de la vida? Vivir es un arte y, partiendo desde ahí, debería tener un lugar protagónico en todas las instituciones. Tiene que estar, convivir, ser visto y mostrado”. No habla de “el arte”, dice, sino del juego creativo y el estímulo de los sentidos que propone y exige lo artístico; de su poder como herramienta de autoconocimiento. “Lamentablemente no es lo que suele pasar, pero la UNSAM lo entendió y tiene una unidad académica de artes. Además, brinda el aire necesario para soñar y construir”.

Como aquella maestra que puso en palabras lo que él decía en sus dibujos, Araiz busca el talento de sus alumnos. “Siempre tiene que haber una inclinación natural. Pero ser un buen maestro no es sólo poder descubrir la potencialidad de cada uno, sino inspirarla, trabajarla, mostrarle el camino y acompañarla”.

Su método es autodidacta y se definió a lo largo de los años de trabajo: “No soy pedagogo, pero fui armando un sistema que funciona bien”, dice. E invierte la pregunta –y la respuesta– por los maestros. “Mis alumnos son mis maestros. Ahí está mi aprendizaje hoy. Ellos son el mejor estímulo. Me atrae el contacto con la gente joven como una forma de no perderme esta generación. Si uno se queda muy enroscado en sí mismo se pierde lo mejor, que es lo que va a venir”.

Y su mayor aprendizaje ocurre, justamente, cuando aparece un punto de vista que él no habría encontrado. Y más todavía si esa otra mirada hace tambalear sus convicciones e, incluso, logra modificarlas. Lo que él tiene para darles a cambio es no sólo saber y experiencia, sino sobre todo pasión. “La pasión también se transmite y se enseña. A muchos nos ha pasado que amamos antes de hacer. Pero también se puede hacer y aprender a amar lo que se hace. Estamos castigados con esta idea de que el trabajo es un esfuerzo. Yo creo que el trabajo debería ser una fuente de alegría. Es una cuestión de conciencia. Y para eso también están los maestros”, dice mientras atraviesa el Campus Miguelete camino al Aula Tanque. Ahí pasa muchas de sus tardes, entre las clases con los alumnos de la Diplomatura y los ensayos con el Grupo de Danza de la UNSAM. Ya tienen planificada una gira por el interior, están ensayando distintas obras y el año que viene, como cierre de cursada de los primeros egresados, proyectan nada menos que una puesta de La consagración de la primavera, la gran obra de Stravinski que en 2013 cumple un siglo. “Cuando las posibilidades son mayores que los impedimentos, uno quiere más. Eso pasa hoy acá, en esta universidad pública. Y me hace feliz ser parte de esto”.

 

Nota actualizada el 28 de noviembre de 2012

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