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Daniele Amati: “El ser humano es el único animal capaz de cambiar de estrategia cuando se siente frustrado”

El fundador de la Escuela Internacional de Estudios Avanzados de Trieste (Italia) visitó la UNSAM invitado por el Centro de Estudios Multidisciplinarios en Sistemas Complejos y Ciencias del Cerebro (CEMSC3). Dedicado al estudio del cerebro humano, asegura que el contexto social incide en el desarrollo neuronal de cada individuo.

Por Gaspar Grieco | Foto: Pablo Carrera Oser

“Yo ya me jubilé, así que puedo hacer lo que quiera”, bromea el célebre investigador Daniele Amati, quien, a sus 86 años, continúa dando cátedra. Fundador y profesor de la Escuela Internacional de Estudios Avanzados (SISSA), de Trieste, Amati integró durante años el Consejo Europeo para la Investigación Nuclear (CERN), donde se desempeñó como físico teórico especialista en altas energías. Hoy, Amati se dedica al estudio de las ciencias del cerebro e intenta responder una pregunta fundamental: ¿qué nos hace humanos?

Invitado por el CEMSC3 de la Escuela de Ciencia y Tecnología (ECyT) y el programa Lectura Mundi, el investigador brindó la conferencia “¿Qué hace que nuestro cerebro sea un cerebro humano?” e intentó caracterizar el factor que le permitió al hombre conquistar el mundo. “No existe un ser humano que no tenga proyectos. A diferencia de los animales, las personas no se satisfacen con reproducirse y comer, eso no les basta; están constantemente en la búsqueda de algo más”, afirmó.

Junto al equipo del CEMSC3 (dirigido por Dante Chialvo), Amati testeará la capacidad de los seres humanos de reelaborar estrategias frente a problemas de difícil solución. Para ello, estudiará las respuestas neuronales de un grupo conformado por niños y adolescentes de distintas edades —etapa en la que, se supone, hay una transición madurativa—.

Como físico especializado en altas energías, ¿por qué decidió dedicarse a las ciencias del cerebro?

En 1986 me propusieron ir a Trieste para inaugurar la Escuela Internacional de Estudios Avanzados. En aquella época, nacían las ciencias cognitivas, por lo que se me ocurrió lanzar una línea de neurociencias que fuera desde la estructura más elemental, como las moléculas que tenemos en el cerebro, hasta las funciones superiores del cerebro humano. Empecé con las dos puntas, la molecular y la cognitiva, y busqué establecer una línea continua entre ambas. Para el área de los estudios moleculares convocamos a especialistas de renombre y para el área de las neurociencias cognitivas organizamos encuentros internacionales.

¿Qué nos diferencia de los animales?

El sistema neuromotor es una computadora extremadamente compleja. Esa computación es muy análoga a la de los animales. El cerebro de un hombre no difiere mucho del cerebro de un mono; se trata de sistemas complejos que se desarrollaron a lo largo de la cadena filogenética durante millones de años. Cenando una noche con colegas y neurocientíficos, les pregunté: “¿Qué es lo que tenemos los seres humanos que hizo que pudiéramos cambiar el mundo?”. La respuesta fue: “No sabemos”. Hay muchas cosas que nos diferencian, pero saber cuál es aquella que nos define es muy difícil. Entonces, junto con otros colegas iniciamos una colaboración que duró varios años y aún continúa. Con mi edad, no tengo que preocuparme por llenar un currículum.

¿Qué nos hace humanos?

El lenguaje es una de las características humanas fundamentales, algo que el mono no tiene. Muchos investigadores creen que el ser humano aprendió a hablar y de allí salió todo el resto. Yo tengo otra posición: creo que el lenguaje, junto con otras características netamente humanas, es lo que nos distingue, pero son varios los factores de incidencia. En este sentido, trato de comprender cuál es el factor común a todas esas características que aparecieron hace relativamente poco, hace 70.000 años (el homo sapiens maduro desde el punto de vista genético existe, aproximadamente, desde hace 250.000 años).

¿La aparición de estas características no tiene que ver con cuestiones evolutivas?

Si bien estas características tienen un lado genético, desde el punto de vista evolutivo somos idénticos o casi idénticos al homo sapiens de hace 250.000 años, que no sabía ni hablar ni pintar. Es decir, aunque probablemente haya motivos genéticos, se trata sobre todo de motivos epigenéticos, que son producto del ambiente y las interacciones, es decir, fruto del contexto.

La neurocientífica india Tara Thiagarajan aseguró hace poco en la UNSAM que el contexto social es determinante en la dinámica cerebral y que cada cerebro humano es único. ¿Concuerda con esta afirmación?

Sí, en todo somos diferentes. Tenemos algunas características comunes, pero cada individuo tiene su particularidad. Una cosa que el cerebro hace muy tardíamente en el desarrollo de cada persona es la conexión neural. Sabemos que esta conexión no está determinada únicamente por la genética y la química, sino también por su funcionamiento. La estructura conectiva del cerebro se desarrolla después de los 20 años y eso no es manejado únicamente por el código genético. Yo no digo que todo esté determinado por la conectividad, pero es un buen ejemplo de algo que sigue desarrollándose en un estadio posinfantil.

¿Podría ampliar?

En su desarrollo, las conexiones comienzan creciendo en número, pero después decrecen. El problema no es cuántas conexiones tenemos, sino cuáles son esas conexiones. Hay nuevas conexiones que se establecen y otras viejas que mueren, algo que sucede cuando somos seres humanos adultos, ya interactuantes con la sociedad. No digo que esto determine nuestro cerebro, pero sí que influye mucho.

El hombre tiene la capacidad de proyectar a futuro. ¿Podría explicar esa cuestión?

Todas estas capacidades cognitivas que nos definen parecen estar muy vinculadas con nuestra capacidad de proyección. El ser humano es fundamentalmente proyectual. Cada uno de nosotros tiene sus proyectos; algunos grandiosos, otros no tanto, pero no existe un ser humano que no tenga proyectos. Con reproducirse y comer no le basta, constantemente busca algo más. Los animales también tienen proyectos; el león, por ejemplo, para cazar tiene sus estrategias, pero son estrategias instintivas y aprendidas por todos los miembros de esa especie. En el caso humano, en cambio, hablamos de “proyectualidad abstracta”. Una vez satisfechas las necesidades básicas, el proyecto de cada individuo deja de perseguir fines momentáneos y se extiende a un proyecto de vida. Cuando el ser humano emplea una estrategia que no le funciona, se siente frustrado, pero puede cambiar de estrategia aun sin que nada haya cambiado en el ambiente o en la situación.

Hay corrientes que buscan comprender las funciones cerebrales a partir de cuestiones anatómicas, pero sin tener en cuenta el contexto.

Las dos cosas son importantes, todo depende de lo que buscamos cuando estudiamos al cerebro. Por ejemplo, con un derrame en la corteza prefrontal, uno puede terminar no hablando. Es decir, el cerebro se deteriora por condiciones ligadas a su estructura. Es un error pensar que ahora no nos interesa más comprender la geografía cerebral. El cerebro es muy complejo y, además, muy plástico: cambia todo el tiempo. Es estudiando los dos aspectos que vamos a comprenderlo cada vez mejor.

¿En qué consiste el experimento que realizarán con la colaboración del CEMSC3?

La idea será medir cosas un poquito más complejas. Estudiaremos el momento de reformulación de las estrategias para poner en evidencia no solo el cambio, sino aquello que lleva al ser humano a introducir ese cambio. En principio, sabemos que modificamos nuestras estrategias cuando nos frustramos. Queremos ver, entonces, cómo se manifiestan esos índices de frustración previos al cambio de estrategia. Para eso, buscaremos medir aquellas actividades que sucedan antes y después de ese cambio, para luego correlacionarlas.

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Nota actualizada el 22 de agosto de 2017

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