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José Emilio Burucúa, premio Konex de Brillante

Distinguido con el máximo reconocimiento que otorga la Fundación Konex, el docente e investigador de la UNSAM habla de su trabajo en los campos de la historia del arte y la ciencia, y afirma: “Creo en la capacidad de la educación para provocar un cambio social”.

Por Gaspar Grieco | Fotos: Pablo Carrera Oser

Es difícil definir a José Emilio Burucúa: historiador del arte y la ciencia, filósofo, especialista en conservación y restauración del patrimonio, experto en la obra de Leonardo da Vinci, sociólogo de la cultura, fervoroso coleccionista de libros y mucho más… Los campos del saber en los que supo adentrarse con pasión y agudeza, y en los cuales se destacó tanto en el país como en el exterior son los más diversos. Autor de más de diez títulos sobre historia, arte y cultura; miembro de número de la Academia Nacional de Bellas Artes; y director consulto del IDAES y el TAREA-IIPC —centro de restauro que dirigió entre 2004 y 2008—, Gastón Burucúa —como le gusta que lo llamen— sigue ampliando horizontes.

En 2016, la Fundación Konex sumó otra mención a la ya larga lista de premios que le fueron otorgados, y nada menos que la más importante: el premio Konex de Brillante. Junto con la jurista Aída Kemelmajer de Carlucci, coautora del nuevo Código Civil, Burucúa recibió el máximo galardón que la prestigiosa institución concede desde 1980 y se sumó a un plantel de figuras de la talla de René Favaloro, Jorge Luis Borges y Atahualpa Yupanqui, entre otros.

Entrevistado en el Edificio Tornavía del Campus Miguelete, Burucúa sonríe y se siente a gusto : está en su casa. Minutos antes de ofrecer una charla para los estudiantes de la Escuela de Humanidades en la que disertará sobre el vínculo entre la figura de Cristo y los elefantes en la tradición judeocristiana, repasa su trayectoria y visualiza el presente: “Nunca pensé que me entregarían el premio Konex de Brillante, pero lo más reconfortante es ver quiénes son mis compañeros en esto. Si me comparan con Milstein y Borges, considero que mis colegas han exagerado demasiado conmigo. Espero entonces acrecentar mis méritos humildemente y no dormirme sobre los laureles, según solía decirse en mis tiempos en la escuela cuando uno sacaba un ‘Muy bien 10 felicitado’”.

Sus casi cincuenta años en la docencia universitaria y su gestión como director del taller de restauración de la UNSAM y como vicedecano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA) entre 1994 y1998 lo llevaron a conocer el ambiente universitario como pocos. Además, su insistencia en el desarrollo de un trabajo interdisciplinario lo ha vuelto un experto del diálogo entre las ciencias. Sin embargo, para Burucúa, el camino del acceso al conocimiento no se acaba.

 

 

¿Qué lo llevó a interesarse por el arte?

Es una viejísima predilección que tengo desde mi adolescencia. En realidad, como tantas cosas en mi vida, todo empezó con un viaje. A los 14, viajé a España con mi abuela, que era española. Ella me dio una gran libertad de movimiento. Visité los grandes museos: el Prado, el Louvre, un pequeño museo de los impresionistas, los palacios españoles, el Escorial, los palacios franceses, Versalles, Fontainebleau… Todo eso me conectó con el arte y quedé prendado. Además, mi abuela era pianista y me transmitió una gran pasión por la música. Luego estudié Historia y, en particular, la historia de los objetos estéticos.

Habrá quedado impactado con las cosas que vio…

Sí, pero después encontré muchas otras cosas acá muy importantes también ante las que no había abierto los ojos. A veces, uno necesita irse lejos para darse cuenta de lo que tiene cerca. A mi regreso, empecé a conectarme con los museos y las galerías de arte argentinos. Mi interés, entonces, fue cada vez mayor. Ese mundo sintonizaba bien con mi espíritu y mis ganas de saber.

¿Qué hace hoy en la UNSAM?

Enseño Problemas de Historia Cultural, que es un tema un poco más amplio que la historia del arte. En realidad, mi interés fue deslizándose desde el deslumbramiento por las formas de la belleza hacia un intento por explicar y entender las obras de arte como vectores de experiencias de conocimiento que apuntan a producir un sentimiento compartido. Busco las explicaciones de esos objetos tan singulares que son las obras de arte a partir de lo que podríamos llamar las necesidades, los anhelos, los deseos y las frustraciones de una sociedad. Por eso llego más a una historia cultural que a una historia específicamente artística.

¿Cada obra cuenta una historia y tiene contexto?

Claro, un trasfondo en el que suele estar metida. En realidad, las obras de arte, cuando son importantes, ese contexto lo hacen explícito, lo muestran. Muchas veces, esas piezas coinciden con otros campos de la actividad humana, como la ciencia o la política. Pero siempre, la forma peculiar en que el arte plantea esos problemas y los pone en evidencia tiene un sesgo estético que llega a través de la sensibilidad y no tanto de la inteligencia.

En sus casi cincuenta años de docencia, ¿ve cambios en la forma de dar clase y en la institución universitaria?

Por supuesto que los métodos con los que yo aprendí y aquellos con los que he enseñado estos últimos años son radicalmente distintos, sobre todo por la posibilidad de acceso directo a grandes bases de datos, grandes enciclopedias, que son las que se encuentran en el mundo digital. Ahora basta con poner una palabra y aparece todo. Lo interesante es que eso facilita extraordinariamente el acceso a una cantidad impensada de fuentes, pero también exige uns alerta crítica mayor. Lo que uno encontraba en una enciclopedia como Espasa Calpe o la Británica era información fáctica prácticamente indiscutible. En la nube digital no es así; allí hay siempre una cosa difusa, sobre todo en los contornos de la información. Eso es interesante porque, en buena medida, ha dado lugar a un conocimiento que crece horizontalmente, que se expande, pero va perdiendo los límites. Algo que trae aparejada una forma distinta de enseñar y de entender el mundo. Es fantástico.

¿Y en los alumnos?

Fui muchos años profesor en la UBA, que es la universidad de la burguesía porteña (a pesar de que sus alumnos piensen otra cosa) con todas sus grandezas, conflictos y miserias. La UNSAM, en cambio, es diferente. Es un poco como era la escuela primaria cinco décadas atrás. Todo el mundo está acá: desde el hijo del médico hasta el hijo del panadero de la vuelta. Hay esa otra Argentina que no tiene el corte sociocultural de la Ciudad de Buenos Aires. La capital del país es muy particular, con todo ese inconformismo y desorientación de la burguesía porteña acompañado de un desajuste importante entre las aspiraciones y las realidades… Eso no existe en la UNSAM, más ligada a esa vieja utopía argentina del progreso y la movilidad ascendente. Acá hay más esperanza y, finalmente, se cree en la capacidad de la educación para provocar un cambio social.

¿El trabajo interdisciplinario potencia el acceso al conocimiento?

Exactamente. El mundo es así. Estamos constantemente en contacto con objetos, personas e instituciones que son producto de la convergencia de muchos puntos de vista, desde que uno toma un tren hasta que ve un programa de televisión. Sin la interdisciplinariedad, esos objetos indispensables para nuestra vida cotidiana hubieran sido imposibles. Entonces, ¿cómo nuestros proyectos para comprender el mundo no van a ser también interdisciplinarios? Esa es una cuestión fundamental.

¿La ciencia entiende eso?

Hay campos en los que el intercambio de perspectivas ocurre con mucha intensidad. TAREA-IIPC es un ejemplo: la conservación del patrimonio involucra muchas disciplinas, desde la física y la química hasta lo que podríamos llamar la reflexión filosófica sobre los problemas de la memoria, la tradición y la historia. Allí se parte de lo material concreto, pasando por las actividades de la vida y la psicología, hasta llegar al pensamiento abstracto. Para estudiar los problemas ambientales, por ejemplo, también es crucial el abordaje multidisciplinario. La UNSAM está muy avanzada en la investigación de estos problemas. La crisis ambiental nos impone esa pluralidad de puntos de vista. De otra forma, el riesgo aumenta porque se trata de cuestiones cuya resolución depende del conocimiento de la materialidad del panorama, de las formas del asentamiento humano y el trabajo, y hasta de la comprensión y la consciencia de qué es lo que está en juego en la crisis ambiental.

 

 

De Florencia a San Martín

Hablar de Leonardo da Vinci tampoco es sencillo. A lo largo de cuatro siglos, el célebre genio renacentista ha sido estudiado por múltiples académicos, poetas y artistas de todo el mundo. Burucúa se reclina en su silla y suspira. Es obvio que siente una profunda admiración por el legado del artista florentino, al que, junto con el investigador Nicolás Kwiatkowski, le dedicó en 2014 un proyecto interdisciplinario para la reconstrucción de parte de su laboratorio en el marco de la convocatoria Diálogo entre las Ciencias —lanzada en 2014 por la Secretaría de Investigación de la UNSAM—. “Leonardo es un modelo de ser humano”, asegura.

¿Cómo fue la experiencia de reconstrucción de su taller?

La idea nació de un trabajo de traducción al español de los textos de Leonardo que hicimos con Nicolás [Kwiatkowski] durante tres años; habremos traducido más o menos un sesenta por ciento del material disponible. Leonardo se ocupó de todo lo que alguien podría haberse ocupado en los siglos XV y XVI: la matemática, la geometría y el cálculo; la ingeniería y la mecánica; la literatura, la pintura, la escultura y la metalurgia; y, finalmente, la filosofía del conocimiento. Para traducir eso, tuvimos que estudiar el contenido básico de cada disciplina en el Renacimiento. Reconstruimos algunas máquinas a partir de los dibujos de Leonardo y estudiamos a fondo algunos de sus procedimientos artísticos: cómo lograba el sfumato y la perspectiva aérea; los procesos de la fundición del bronce y los diferentes métodos para producir piezas de metal, etcétera. Trabajamos con químicos, restauradores, ingenieros y otros especialistas. Luego, también abordamos sus dibujos y proyectos arquitectónicos, y, con la ayuda del director del Área de Teatro, Títeres y Objetos del Instituto de Artes Mauricio Kagel, Tito Lorefice, abordamos la parte teatral. Otra cosa importante que hicimos fue reconstruir la biblioteca de Leonardo. A partir de eso, produjimos un facsímil, que salió muy bien, de uno de los libros que sabemos que poseyó Leonardo: las Fábulas, de Esopo, en una edición de finales del siglo XV.

Leonardo era arquitecto, ingeniero hidráulico, artista… ¿El conocimiento hoy tiende a dividirse en unidades menores?

Por lo menos hasta el siglo xviii, hubo la posibilidad de abarcar mucho más que hoy. Es probable que un hombre como Denis Diderot [enciclopedista francés del siglo xviii], por ejemplo, haya tenido un panorama completo del conocimiento humano. El problema surge cuando el desarrollo a partir de ciertos principios se amplifica. Los principios básicos de la matemática, la física o la química… esos quizá sea posible abarcarlos, pero no lo que surge de esos principios, que es inmenso. Galileo Galilei distinguió entre la capacidad humana de pensar y la capacidad divina, y propuso una cosa muy interesante: las categorías del pensamiento intensivo y el pensamiento extensivo. El primero es el que se refiere a los principios básicos y, para Galileo, era abarcable; ahora, llegar a tener el mismo conocimiento o saber extensivo de la mente divina, es imposible. Creo que ahí está la diferencia: habría que lograr que la formación de los jóvenes tienda hacia lo intensivo, insistir mucho en los principios básicos y, después, que cada cual se ocupe de un fragmento de lo extensivo.

Cuentan que usted tiene una biblioteca muy grande y que, en un momento dado, su mujer empezó a tirar los libros porque ya no había espacio…

[Risas] No, ella no me tiraba nada, ¡pobre mi mujer! Al contrario, ella tuvo una paciencia infinita. Nuestra casa era muy chica y yo estaba obsesionado, compraba muchísimos libros. Ya en esa época tendría, en un departamento de un ambiente, mil y pico de libros. Era mucho y todo rebalsaba. Compraba los libros y trataba de llegar a casa en momentos en los que ella no estuviera porque protestaba, pero nada más. Después, cuando tuvimos una casa grande, ella no tuvo ningún inconveniente en que eso creciera.

¿Y ahora cuántos libros tiene?

Estaré en ocho mil y algo.

Nota actualizada el 10 de noviembre de 2016

2 comentarios

  1. Sandro Montali dice:

    Fue mi profesor en Filosofia y Letras, y cuando me recibi, el me entrego el diploma….me tomo tres finales a lo largo de la carrera…en el ultimo le dijo al resto del tribunal: “…un tipo que piensa…” que gran honor me hizo. Saludos
    Sandro Montali

    P.D….ahh tambien se olvido de colocarme en el acta de examen (dic. 1988), y hasta marzo de 1989, no pude cobrar mi salario porque no justifique mi dia por examen…jajajaj sin rencor profe!!!

  2. Martha Busso dice:

    Felicitaciones estimado Gaston!!! Usted se merece ese premio y muchos mas!!! Junto con mi esposo, Juan Carlos le mandamos un gran abrazo, extensivo a Aurora.

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