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Jorge Fernández Niello: “El ambiente es el territorio, no podemos estudiarlo desde el edificio”

Las cuestiones ambientales plantean uno de los desafíos más relevantes para el desarrollo industrial y para las ciudades del futuro. Desde el 3iA, Jorge Fernández Niello impulsa una exigente formación de los profesionales en el laboratorio, pero que debe complementarse con el trabajo en el territorio.

Por Vanina Lombardi – TSS | Fotos: Pablo Carrera Oser

Jorge Fernández Niello fue secretario Académico de la UNSAM de 2007 a 2012, cuando comenzó a dirigir el Instituto de Investigación e Ingeniería Ambiental (3iA). El Instituto comparte la carrera de Ingeniería Ambiental con la Escuela de Ciencia y Tecnología de la UNSAM y brinda a los estudiantes la posibilidad de cursar los últimos años de su orientación en el Instituto para comenzar a vincularse con el mundo profesional.

Físico y doctor en Ciencias Naturales, Fernández Niello es también investigador superior del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Una de sus principales herramientas es el acelerador de partículas TANDAR del Centro Atómico Constituyentes —que pertenece a la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA)—, donde se especializa en temas vinculados a la física nuclear –teórica y experimental– y, más específicamente, en radiaciones ionizantes y su impacto en el ambiente.

“Estoy tratando de armar un grupo de aplicaciones de física a temas ambientales. Uno posible es el de la utilización de isótopos radiactivos como trazadores ambientales de distinta índole, ya sean geológicos, marítimos o atmosféricos”, cuenta el decano del 3iA y explica: “Un trazador es un marcador que nos puede decir qué procesos están sucediendo o han sucedido en un determinado ámbito. Aporta información sobre el tipo de contaminación presente o sobre su origen y también, por ejemplo, sobre cómo ocurren movimientos de masas de agua o sobre el tiempo de permanencia de una determinada masa de aire en la estratósfera”.

En relación a la problemática actual en torno a la contaminación y a la sobreexplotación de recursos naturales, su área de investigación parece tener una importante proyección a futuro…

Hay que separar la paja del trigo. Hay mucho para hacer, pero también hay que formar cuadros idóneos, porque en ambiente es fácil implementar acciones, pero para que tengan un verdadero impacto ecológico y no sean sólo buenas intenciones es necesario considerar la complejidad del tema. Para eso se necesita primero contar con buenos profesionales, que son los que estamos formando.

¿Qué características debería tener un profesional idóneo, y cuál es el aporte que ofrece el 3iA?

Buscamos formarlos con una base científica muy fuerte para que sean buenos investigadores, pero también para que puedan mirar más allá del Instituto (esa es una de las cosas que hay que cuidar en las ingenierías: hay que darles a los ingenieros una muy buena formación básica y de laboratorio). En el curso superior, durante los últimos tres años, a esa formación básica le añadimos una formación práctica, en contacto con industrias y afuera de la Universidad. La intención es tratar de transmitir a los estudiantes lo que uno vivió como investigador. Para mí, lo importante es que haya seriedad y exigencia. Algo que, entre otras cosas, se da con la publicación de resultados en revistas internacionales de circulación periódica y la obtención de subsidios del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva (MINCyT) o del CONICET.

¿Qué investigaciones llevan adelante en este momento en el sector industrial?

Una de nuestras líneas principales es el tratamiento de efluentes. Acá en San Martín hay muchas industrias textiles y, en las calles, uno puede llegar a encontrar, por ejemplo, un agua colorada que se tira libremente. Por un lado, tenemos una política agresiva con las empresas, aunque en esto necesitamos apoyo del Estado, que tiene que estar alerta. Nosotros tratamos de ayudar al Estado para que controle. Por otro lado, también nos estamos acercando a las empresas, pero es cuestión de tiempo.

¿Además ofrecen servicios?

Claro, porque no podemos solamente decir: “Esto está mal”. Debemos ofrecer ayuda y aportar con nuestros conocimientos y experiencia. Tenemos por ejemplo una planta piloto depuradora móvil para el tratamiento de aguas contaminadas. Por ahora, nuestro foco es el agua: los estudios de calidad en ríos —como los de las cuencas vecinas—, el modelado de cursos del agua y el tratamiento de efluentes, entre otros temas.

¿Siempre con trabajo en el territorio?

Lo que pasa es que el ambiente es el territorio, no podemos estudiarlo desde el edificio, hay que salir. Y no solo estamos en la zona de la Universidad, sino que tenemos líneas de trabajo en humedales del Delta. Allí hay muchos problemas por el avance de la urbanización, la ganadería y la producción de soja, que, en la última década, se desplazó a las islas, lo que trae muchas complicaciones cuando hay inundaciones.

¿Está satisfecho con sus logros en el 3iA?

Sí, pero soy ambicioso e inconformista y cuando miro retrospectivamente encuentro que podría haber hecho otras cosas o que se podrían haber impulsado de otra manera o que habría que haber encarado otra actividad. Por supuesto que, con el diario del lunes, es más fácil ganar la lotería, pero uno siempre tiene que tener cierta curiosidad e iniciativa para hacer algo distinto.

¿Qué destacaría del Instituto?

Los investigadores y la cantidad de gente joven que ingresó a la carrera del CONICET en los últimos dos o tres años, así como los posdoctorados que tenemos, que son bastantes y eso es mérito de los líderes de grupo que hay en el 3iA, que son muy buenos. Además, afortunadamente tenemos un edificio que resulta atractivo para venir a trabajar. Espero que los jóvenes se sientan cómodos. Entró mucha gente joven y es muy bueno trabajar con ellos y para ellos. Incentivarlos a que sigan su propio camino, creo que eso es lo más positivo.

¿Qué mensaje les daría a los jóvenes investigadores?

Que estén un tiempo afuera y después vuelvan, porque eso enriquece. Afuera no significa ir exclusivamente al exterior. Ojalá pudieran ir al MIT o a Berlín, pero también hay muy buenos grupos de investigación en la Argentina. Creo que este Instituto tendrá futuro únicamente si esta política se cumple, si los investigadores jóvenes de 30 o 35 años se acostumbran a irse, a apartarse del grupo en el que estuvieron trabajando. Volver o no será su elección, pero, si vuelven, enriquecerán al grupo. La Universidad no debe ser una institución endogámica.

Nota actualizada el 11 de abril de 2016

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