Revista UNSAM

Notas de tapa, Rectorado

Frasch: “Nuestra ciencia debe ser competitiva y original”

En el quinto número de la publicación de la Universidad, el decano del IIB-INTECH habla sobre la vocación del investigador, y la relación de la ciencia con el poder y la sociedad. Además, la restauración del legado de Pío Collivadino en el IIPC-TAREA, entrevistas al pensador italiano Guiseppe Duso y al artista plástico Pablo Reinoso, creador del nuevo mástil del Campus, los 15 años del CeDinCI, el Programa Internacional de Movilidad Estudiantil y un texto exclusivo del sociólogo español Manuel Castells. La revista de la UNSAM es de distribución gratuita y se puede retirar en todas las unidades académicas desde el 28 de octubre.

Por Marcelo Rodríguez – Fotos: Pablo Carrera Oser.

 

Alberto Carlos Frasch dirige el Instituto de Investigaciones Biotecnológicas (IIB) de la UNSAM desde hace 15 años, cuando junto al doctor Ugalde decidió fundarlo a partir del  desprendimiento de la ex Fundación Campomar. Poco después se fusionó con el INTECH de Chascomús, formando el actual IIB-INTECH.

A su carrera no le faltaron reconocimientos, dentro y fuera del país: la admisión como miembro (Foreign Associated) de la Academia Nacional de Ciencias estadounidense (NAS) desde 2006, la Beca Guggenheim (2001) y la membresía en el Howard Hughes Medical Institute por tres períodos consecutivos son ejemplos que bastan para marcar un perfil. En mayo pasado el jurado de la Fundación Konex le adjudicó el Diploma al Mérito en Ciencia y Tecnología 2013 por una destacada tarea en Microbiología, Bacteriología y Virología.

Recibió el galardón junto a quienes, según el prestigioso jurado de la fundación, han sido los otros cien científicos más destacados de la década 2003-2012: “Es una satisfacción particular, un reconocimiento de la gente de mi propio país al esfuerzo hecho durante años –expresó–. Los investigadores, en el fondo, necesitamos reconocimientos al igual que cualquier otra persona”.

-También lo había recibido en la edición anterior.

-Sí, en 2003. En aquel momento la actividad de nuestro equipo de trabajo había hecho una contribución razonable a la enfermedad de Chagas, en particular sobre la biología del Trypanosoma cruzi, y las moléculas involucradas en los mecanismos de invasión del organismo y evasión del sistema inmune en el huésped mamífero. Se sabía que esas moléculas debían existir, pero no cuáles eran ni cómo estaban organizadas, ni cómo funcionaban. Ahora, en 2013, también nos reconocen por nuestro trabajo de investigación, porque profundizamos mucho más en el conocimiento de cuáles de estas moléculas pueden ser blanco para quimioterapias y desarrollar los primeros inhibidores capaces de evitar la infección en el mamífero. No son tratamientos, pero sientan bases acerca de los caminos para encontrar tratamiento, y hay gente en el mundo trabajando con esto, que es en definitiva lo que nos interesa.

-¿Cómo fue su “pase” a la gestión?

-Dirijo el Instituto desde su fundación, y a partir de entonces empecé a interiorizarme sobre cómo es y cómo debe ser un instituto de investigación, y a planearlo. Conocí muchos centros en el mundo, y sé cómo funcionan y cuáles son sus necesidades reales. Hoy la investigación requiere de dinero, es imprescindible. Y es universal: no hay investigación que uno realice exclusivamente en función local; la utiliza todo el mundo y por lo tanto uno tiene que tener todos los instrumentos para poder competir y realizar descubrimientos de utilidad e interés para todos, aun cuando uno investigue problemas locales. Uno va aplicando los modelos que conoce a las necesidades e intereses locales. No copiar, sino adaptar: usar lo que uno ve bien y descartar lo que es imposible.

-¿Cómo entra en este esquema la idea del “bien público” al que la ciencia debería contribuir?

-La investigación científica es esencialmente guiada por intereses individuales, y se encamina al servicio de lo que la gente necesita o requiere. Pero también existe la posibilidad (y de esto hay ejemplos en el mundo) de que un país necesite algo y recurra a sus investigadores, que tal vez no estén trabajando en temas relacionados, pero que son expertos en determinada área. La infraestructura en investigación es lo que da a un país capacidad para solucionar problemas.

-¿Y está preparado para eso el sistema científico?

-Lo que hay que hacer es buena ciencia. Este instituto está capacitado para hacer muy buena ciencia en el área de enfermedades infecciosas, en el área agrícolaganadera, en algunas áreas ambientales, y eso debe estar al servicio de las necesidades. Eso no quiere decir que nuestra investigación esté exclusivamente ligada a la necesidad del país, sino que debe ser competitiva en cuanto a cantidad, calidad y originalidad. En algún momento puede ser que el país necesite solucionar algún problema. En los 80 en Estados Unidos había una gran cantidad de gente investigando sobre virus, cuando de pronto apareció uno del que nadie sabía nada. El Gobierno decidió poner millones y millones de dólares, tomó a sus investigadores, y así es como hoy se sabe muchísimo más sobre el sida y sobre cómo tratarlo, que lo que se sabe sobre muchas otras enfermedades conocidas desde antes.

-Y el poder político en la Argentina, ¿está habituado a recurrir a la comunidad científica?

-Eso depende de los individuos: las paredes no piensan, no razonan. Los ministerios y este instituto, por sí mismos, tampoco. Lo único capaz de razonar es lo que tenemos adentro, y no siempre…[risas], hacemos lo posible. Yo creo que en general esa conciencia existe, pero hay que tener mucho cuidado en el equilibrio entre lo que uno puede y lo que uno debe hacer. El poder político debe saber que cuenta con eso y en muchos casos eso se ha utilizado de manera correcta. Creo que en la Argentina no hemos llegado a la adultez en cuanto a la relación político-científico-empresarial y ese es un problema difícil en todo el mundo. Nos falta muchísimo para que los políticos se puedan acercar a los científicos sin temor a que les digan la verdad. En ciencia uno puede equivocarse las veces que quiera, pero no mentir, debe decir las cosas como son. Y para la política muchas veces es difícil recibir las cosas como son. Igualmente hay temas en los que se está consultando más a los investigadores. El Ministerio de Ciencia y Tecnología y el CONICET, cuando tienen problemas importantes que resolver, generan áreas programáticas porque creen necesario desarrollarlas.

-En algún momento habló de “competir”. ¿Qué significa eso en el marco de la investigación científica?

-Competir significa hacer investigación original, de avanzada, tener el mejor grupo de investigadores que puedan avanzar sobre lo que ya conocemos, para que pueda ser aplicada o utilizada, y no repetir lo que ya se conoce. Para avanzar tenemos que saber qué se ha hecho en cada una de las áreas y lograr investigaciones. La investigación es competitiva, los investigadores somos competitivos y hay que aceptarlo, aunque quizá no sea lo que yo me imagino para el futuro.

-¿Necesita moderar esa competencia entre científicos desde su lugar de director?

-Sí, eso es fascinante. Ese instinto de competir es innato en el ser humano, no sólo en la investigación, y uno debe lograr que todos los individuos trabajen conjuntamente. No sólo los investigadores: en las sedes de San Martín y Chascomús hay unas 300 personas, de las cuales entre 30 y 35 son investigadores, pero hay 80 becarios, más la gente de administración, de mantenimiento y soporte… Uno desde la gestión no piensa en los individuos, sino en que todos vayan empujando en la misma dirección, y en dar una oportunidad a aquellos que son más brillantes y más originales en sus desarrollos.

-La participación del capital privado siempre ha generado reticencia en las universidades públicas. ¿Qué lugar se le da en el IIB-INTECH?

-Siempre consideré que un instituto debe tener tres componentes: investigación básica, transferencia de esos conocimientos generados a través de los expertos en cada área y desarrollo tecnológico. Nunca logramos desarrollar la innovación tecnológica como lo hicimos con la ciencia y la docencia. En los últimos años hemos conformado un grupo que se dedica exclusivamente a eso, pensando en contactarse con la empresa y generar desarrollos propios que eventualmente terminen en una empresa. Es un desafío interesante para la gestión, porque una institución con buena capacidad de investigación tiene que contribuir también al desarrollo de la empresa. Así se hicieron la vaca transgénica –“Rosita- ISA”–, clonada con proteínas humanas para dar leche “humanizada”, o nuevos sistemas de diagnóstico, pero la participación del capital privado todavía es muy minoritaria en relación con los aportes del Estado.

-¿Tuvo que dejar el laboratorio para pasar a dirigir un instituto?

-No. He tenido la suerte de colaborar con mucha gente más joven con la que discuto y hablo constantemente y así sigo haciendo ciencia, aunque ya sin tubos ni pipetas en mis manos.

-¿Cuál es su ambición como científico?

-La ambición del científico (y me ha pasado varias veces) es descubrir algo y tener la emoción de ser la primera persona en el mundo que lo ve. Todavía sigue siendo mi gran ambición, pero a los 64 años mi mayor ambición es que estos dos institutos que formamos con Rodolfo Ugalde y Juan José Cazzulo (director del Laboratorio de Bioquímica de Parásitos) continúen con la tarea de formación de recursos humanos en ciencia y tecnología en biología.

 

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Nota actualizada el 22 de octubre de 2013

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