ROSSANA REGUILLO

Lectura Mundi, Notas de tapa

“La Universidad debe salir más a la calle”

La antropóloga mexicana Rossana Reguillo dice que un proyecto nacional sólo se soporta si se masifica la educación. Además celebra el retorno de los jóvenes a las calles y la aparición de nuevos movimientos como los #Yosoy132 en México, los indignados en España y Occupy Wall Street.

Por Paula Bistagnino – Fotos: Diego Sandstede

 

Rossana Reguillo le huye al encierro del ejercicio teórico y se niega a ser encasillada en la academia.  “No me creo una académica pura, sino una especie de habitante incómoda de ciertos espacios. Porque tengo la convicción de que la teoría y el pensamiento crítico tienen que servir para transformar las cosas. Así lo he asumido desde el comienzo porque creo que cuando uno hace investigación tiene que ensuciarse”, dispara contra algunos colegas. Y lo hace a pesar de su currículum, que ostenta una decena de títulos, reconocimientos y trabajos: es doctora en Ciencias Sociales con especialidad en antropología social, magíster en Comunicación, profesora de Estudios Socioculturales del ITESO y miembro de la Academia Mexicana de Ciencias.

También ha sido Tinker Visiting Professor en la Universidad de Stanford, Catedrática UNESCO en la Universidad Autónoma de Barcelona (2004) y Andrés Bello Chair en la New York University. Además lleva tres décadas de investigación -y nueve libros publicados- en temas relacionados con las culturas juveniles, sus identidades urbanas y la violencia en América Latina.

Siempre en busca de lo emergente, Reguillo estuvo en la Argentina a principios de junio para participar de un taller de narrativa “anfibia” organizado por la Fundación Nuevo Periodismo (FNPI) y el Programa Lectura Mundi de la UNSAM.  “Esta propuesta de lo anfibio que nos hace Cristian Alarcón, a quien me une amistad y también años de trabajo, es un acierto porque ya no podemos seguir  con una academia que se contenta con hacer estadísticas y pura teoría ni con un periodismo que se nutre de la adjetivación y la estigmatización”, dice la antropóloga, que se define como “orgullosamente mexicana”. “Desde que el movimiento #Yosoy132 irrumpió en escena para decir que los jóvenes no son eso que estamos diciendo de ellos, el entusiasmo con ver algún cambio en mi país ha crecido mucho”.

Esto de que los jóvenes no son lo que se está diciendo de ellos tiene que ver con el tema del taller que vino a dar a la UNSAM, Adentro, al borde o afuera: Crónicas de la diversidad juvenil en América Latina. ¿Cuáles son los desafíos del relato sobre lo juvenil en la actualidad?

Hay muchas diferencias regionales, pero de cara a una respuesta económica, se puede hablar de una enorme tendencia doble: por un lado a una romantización del sujeto juvenil como una especie de héroe mítico, frente a los embates de la sociedad contemporánea; y por el otro hay instalada una profunda criminalización, estigmatización y desconfianza frente al sujeto juvenil. Desde esas dos narrativas, hay un montón de posiciones enunciativas en las que domina la lectura del sujeto juvenil como apático, hedonista, desinteresado, problemático y operador de las principales violencias que afectan a la sociedad. Por eso me parece que un taller de esta naturaleza apunta a acercarse a los múltiples y muy diversos universos juveniles desde una lógica que no reduzca la complejidad, que no violente al propio sujeto, y que se apegue a las condiciones  y la realidad que están experimentando.

Esta segunda narrativa, que usted llama de “satanización”, en general es la que opera sobre los jóvenes pobres.

Claro. Eso que señalas es muy interesante porque si bien no son absolutas, cada una de las narrativas opera más en un determinado sector socio económico. Y en el caso de los jóvenes pobres la desconfianza, la estigmatización y la criminalización es muy clara. Sobre todo en América Latina.

En la Argentina, desde hace varios años los jóvenes están en el centro del debate por la inseguridad y son muchos los que proponen  bajar la edad de imputabilidad penal. ¿De qué manera el relato opera en esto? 

Ese discursito de la baja de la edad y de que el problema son los inimputables ya me tiene harta. Y no es sólo aquí: está instalado en toda América Latina. Salvo en Chile, que ya lo hicieron y no les ha resuelto ningún problema. Es un camino simplista creer que aplicando este tipo de controles se estará en mejores condiciones de lidiar con un sujeto al que no se entiende y que no se hace esfuerzos por entender. Entonces, más allá de esta tontería de la cosa legal, lo que hay que hacer es ir a dos cuadras, allá donde está oscuro y ver cuáles son las condiciones que están lanzando a muchos jóvenes a una situación de violencia y delincuencia.

Usted ha investigado y teorizado sobre la construcción social del miedo, que opera volcando a las sociedades a la derecha.

Esto es un tema histórico, casi tan viejo como la humanidad. Son dispositivos antropológicos muy antiguos: todos los grupos sociales humanos nos mostramos temerosos frente a aquello que no podemos descifrar o que parece ser diferente. Pero hoy además tenemos dispositivos mediáticos que operan esparciendo las esporas del miedo de manera más acelerada. Y entonces, si en vez de tener instituciones que enseñen a la gente a gestionar la diferencia, lo que hacen es exacerbar esta primera sensación de protección frente a aquello que parece amenazante; y si además los medios colaboran con la expansión de eso, pasa esto.

¿A quién sirven estas sociedades temerosas?

El miedo es, finalmente, un mecanismo de control político: quien controla los miedos en una sociedad, controla el proyecto social. Eso se ve clarísimo por ejemplo en los períodos electorales, cuando queda al desnudo la articulación entre candidatos a puestos electivos y grandes consorcios comunicativos para trabajar a favor del miedo y controlarlo según sus objetivos. En eso el rol de los medios es clave, pero no porque ellos sean capaces de crear algún miedo, que también pueden serlo pero eso es otra cosa. Lo que hacen más a menudo es apropiarse de las culturas de fondo de esas sociedades y devolverlas resemantizadas en una clave que le pone rostro y nombre a la amenaza: los bolivianos que te quitan el trabajo en Argentina, los africanos que te lo quitan en España, los mexicanos que te quitan el trabajo y violan a tus mujeres en Estados Unidos. Y, hoy más que nunca, los jóvenes culpables de todo.

¿Se puede hablar de una vuelta juvenil a las calles después del encierro y la apatía que generó el neoliberalismo?

Hay algo de eso. Ahora se está viendo una reorganización muy importante en lo que hace a las movilizaciones. Por un lado, en el retorno de la categoría estudiantil, que había estado ausente en el continente por muchísimos años, desde los ‘70 prácticamente. Me refiero a movilizaciones con resonancia nacional y regional. Este retorno de lo estudiantil es muy potente porque tiene una conversación colectiva sin precedente histórico: los estudiantes chilenos hablan con los mexicanos, los mexicanos hablan con los colombianos, los colombianos con los argentinos…  Hay una especie de contaminación que trasciende las fronteras y eso a mi me genera optimismo.

Los estudiantes no son la mayoría de la juventud latinoamericana de hoy, que en realidad es la que no trabaja ni estudia. ¿Qué pasa con ellos?

Tienes razón. Los estudiantes no son la categoría que agota la efervescencia de lo juvenil en la escena pública. Y esto es muy importante, porque esos jóvenes también están movilizados. Tienes, por ejemplo, toda la movida artística y estética de los colectivos de graffiteros que se contactan en todo el mundo. Y desde luego hay todo un sector de jóvenes que la están pasando muy mal. En México estamos hablando de  8 millones. La pregunta es dónde están estos jóvenes. Ahí el lente optimista  empieza a empañarse un poco. Ellos resisten el día a día, buscan gestionar su vida como mejor pueden y tenemos que mirar más ahí, porque es donde las estructuras del crimen organizado están alimentando sus ejércitos.

La UNSAM tiene  un programa de extensión muy amplio en carreras de pregrado, un centro educativo en la cárcel, talleres, cursos y programas para llegar a los lugares donde la universidad es inaccesible. ¿Qué rol debe tener la academia en este sentido?

La universidad tiene un rol fundamental en la transformación social y no debe contentarse con llegar a los que acceden. Debemos entender que son más los que todavía tenemos afuera que los que hemos logrado incluir. Y el caso argentino, así como el brasileño e incluso también el mexicano de manera menos nítida, lo saben. Especialmente la Argentina, que es la que llevó más al extremo la educación de masas. Porque el peronismo, como ningún otro movimiento, entendió muy tempranamente que, o masificaba la educación o el proyecto nacional no tendría ningún tipo de soporte. Todos estos proyectos de llevar la universidad a la cárcel, a los barrios, a la calle, son los vientos de cambio que urgen en América Latina. Pasa como con los museos, ¿de qué sirven estas estructuras tan arcaicas si no se las lleva a la calle, si no se las hace posibles para los sectores populares? Ahí hay un desafío que debemos tomar los intelectuales y académicos. Yo celebro este tipo de acciones porque es por ahí por donde debemos ir.

Usted tiene una mirada entusiasta  de los movimientos de indignados en España y Wall Street y es una dura crítica de algunos colegas suyos como Slavoj Zizek, Sygmunt Bauman y Edgar Morin que les exigen programa y seriedad.

Hay un eje teleológico, esta idea de que todo tiene que tener un fin y un objetivo programático, que sigue instalada en muchos pensadores. Pero creo que hay otro elemento más grave… Ustedes hablan del gatillo fácil para referirse a los policías que tiran a la mejor oportunidad y yo digo que entre los intelectuales también hay gatilleros fáciles. Quiero decir que cuando ven el blanco moviéndose disparan aunque no lo entiendan.  Creo que en el fondo hay una falta de conocimiento de lo que ha pasado con los jóvenes en los últimos 20 años y, especialmente, hay una falta de acompañamiento. Porque no han estado ahí. Entonces claro, de pronto aparece la acampada de la Puerta del Sol y Occupy Wall Street y no saben qué hacer con ellos. Ahí hay un asunto de una enorme prisa de la intelectualidad por producir el último relato. Y a mí me parece triste que intelectuales tan reputados salgan al espacio público con críticas que no se sostienen: como decir que son pura emoción y que no hay razón. Pero por favor, ¡vayan a las asambleas y véanlos trabajar! Además, cómo no vamos a celebrarlos si están haciendo lo que los adultos no hemos hecho. Me parece que alguien tenía que hacerse cargo del trabajo. En el caso de España que estaban tan autoconvencidos de que ya habían remontado a la primera, segunda, tercera, cuarta modernidad, y que estaban viviendo en la punta de la sociedad del consumo…. Alguien tenía que venir a decirles: Ey, no se equivoquen. Esta no es la realidad. Salgan de esta burbuja. Y digan lo que digan, fueron los jóvenes.

¿Qué futuro ve usted en estos movimientos?

Pienso que están en su fase de articulación. Están produciendo cosas muy interesantes, pero es muy pronto todavía para sacar conclusiones. Ya encontrarán, a su propio ritmo, su propia forma. Creo que no hay que exigirles, como pretendía Enrique Krauze con los 132 en México, que formen un partido político. O sea, es este pensamiento decimonónico liberal moderno que se muerde la cola. Yo no me atrevo a hacer un vaticinio y además creo que es peligroso hacerlo. Porque, por ejemplo, los indignados españoles cumplieron un año largo y allí siguen, entusiasmados, trabajando en los barrios, discutiendo, interviniendo en los procesos de desahucio, solidarizándose con otros movimientos mundiales. Está por  verse si eso puede transformarse o trae consigo el germen de una estructura. Pero debemos agradecerles que hayan encendido la luz  en esta oscuridad que reinaba en el planeta del relato único, donde el destino inevitable era la globalización neoliberal. Nosotros no pudimos. Ellos quizá puedan. Entonces por lo menos, ya que lo están haciendo por nosotros, en lugar de gatillarles, acompañémoslos.

 

 

 

Nota actualizada el 16 de septiembre de 2016

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